En las entrañas de Los Rosales, una prisión detenida en el tiempo
Ceuta al Día ha entrado en la prisión de Los Rosales. Cuatro meses después de su desalojo para la mudanza al nuevo centro penitenciario y 60 años después de su inauguración, la vieja cárcel permanece detenida en el tiempo. Así son las entrañas de Los Rosales.
El 19 de febrero de 1958, hace exactamente seis décadas, se inauguraba la nueva cárcel del partido judicial de Ceuta. Era una vieja reivindicación de la ciudad, que reclamaba un nuevo penal acorde con los tiempos para sustituir a las mazmorras del Hacho. Un proyecto que arrancó una década antes, en 1947, presupuestado en 800.000 pesetas, pero que terminó superando con creces los 3 millones. Toda una vida después y a punto de cumplir los sesenta años en activo –sólo el penal del Dueso, en Santoña, es más antiguo- la cárcel de Los Rosales es un cascarón vacío, detenido en noviembre de 2017.
Pero más allá de los barrotes de las celdas la situación es diferente. La vida aún es visible, aunque impersonal como todo en una cárcel. La gran mayoría de las celdas –rosas las de mujeres, azules o grises las de los hombres- están limpias y despejadas en otras, las menos, aún están las sábanas dobladas o amontonadas con la almohada. Una manzana y un tarro de miel sobre la mesa de hormigón bajo la ventana, botes de gel y champú, pasta de dientes, libros a medio leer, autodefinidos sin resolver, un tablero de ajedrez desierto, piezas de dominó esperando la última partida, un minucioso dibujo de un hada olvidado adrede sobre el colchón.
Ceuta al Día pudo recorrer cada rincón de la vieja prisión guiado por el que fuera su director y hoy lo es del nuevo centro penitenciario, Francisco Delgado, y sentir en primera persona –afortunadamente en forma de simulacro- lo que suponía adentrarse en Los Rosales. Sentir el traqueteo de las puertas de seguridad a tu espalda y recorrer los pasillos iluminados con luces fluorescentes que conducen al Centro, la cabina de control en el corazón de la cárcel para hombres. Dejar atrás la luz de día, salvo la que se cuela por las claraboyas de la cúpula, enmarcada, cómo no, por una Estrella de David, un símbolo habitual en los edificios públicos del Protectorado, que lo usaban como símbolo cuando Israel aún no existía como Estado.
El tamaño de la angustia
Pero lo primero que sorprende y angustia a un mismo tiempo es comprobar las reducidas dimensiones de Los Rosales, asfixiante, algo que seguro no echan de menos los reos pero añoran los funcionarios, que echan de menos el reducido tamaño de la vieja cárcel, condenados ahora a grandes caminatas para cualquier asunto en el mastodonte de la nueva prisión de Mendizábal, seis veces más grande.
Recorridos el módulo de respeto, de colores más alegres y recogido, el de mujeres, pintado de rosa, las aulas, el espacio dedicado a talleres, la biblioteca, la enfermería, las celdas de aislamiento, grises y oscuras… el reportero y sus guías de Instituciones Penitenciarias vuelven por donde han venido, cerrándose de nuevo las
Dentro quedan encapsulados de nuevo 60 años de condenas, seis décadas de muchas penas y casi ninguna alegría; traumas, confesiones, confidencias, rencores y malas conciencias acumulados como polvo invisible en las esquinas que quedarán ahí esperando a que otro fotógrafo curioso, amante de los no-lugares abandonados y en decadencia, vuelva a adentrarse, si no lo hacen okupas, ladrones antes que la excavadora que un día venga a derribarla.