Ascensores


Ascensores
Mi recuerdo del hospital es el de sus ascensores. Sé que llevo varias entradas hablando de espacios y tiempos de transición (mudanzas y domingos) pero últimamente toda mi vida es de difícil geolocalización. Los ascensores de los hospitales es la versión real de los que aparecían en “Metrópolis”. Grandes, completamente llenos y que conducen a su [...]


Ascensor hospital
Mi recuerdo del hospital es el de sus ascensores. Sé que llevo varias entradas hablando de espacios y tiempos de transición (mudanzas y domingos) pero últimamente toda mi vida es de difícil geolocalización.

Los ascensores de los hospitales es la versión real de los que aparecían en “Metrópolis”. Grandes, completamente llenos y que conducen a su carga a unos puntos. Los ascensores de los hospitales no son silenciosos, hay breves comentarios, la sempiterna pregunta sobre si sube o baja, la entrada y salda continua de personas en cada una de las plantas y ese intento de todos de aparentar normalidad cuando realmente si estamos en ese ascensor es porque la normalidad se ha roto.

En los ascensores podemos ver quienes llevan mucho tiempo o poco en ellos. Los más experimentados no se desesperan porque pare en todas las plantas, porque esté lleno, porque sabe que llegará a donde tiene que ir y que, después de demasiados días, da igual un minuto más o menos. También saben los experimentados que el botón de la planta baja no se ilumina al ser pulsado, que la luz se ha fundido después de ser el más pulsado.

El ascensor de un hospital es el esófago que te introduce en una realidad extraordinaria, en una realidad excepcional donde los comportamientos cotidianos y donde los criterios de siempre no tienen ningún valor. Te lleva a un mundo que no está en este mundo, con su propia ontología, con su especial axiología y con una monótona estructura que produce que el paso de las horas parezca más a la carrera del “caballo de Atila” que al tranquilo transcurrir del segundero.

Posted in Muy personal

Posted originally: 2009-09-09 17:17:13

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