La presidenta Dilma Rousseff no es alarmista y por eso insiste en que Brasil no corre un peligro inmediato de ser afectado gravemente por la crisis mundial. Pero es pragmática y quiere curarse en salud ante la posibilidad de que la crisis pueda, de alguna forma, afectar a
la economía del país que ella recibió en el peor momento de los últimos ocho años.