RASTREADORES DE COVID-19

Los sabuesos de Ingesa

Los sabuesos de Ingesa
Una doctora recorre uno de los pasillos del área de radiología del Hospital Universitario
Una doctora recorre uno de los pasillos del área de radiología del Hospital Universitario.

Son una nueve especie dentro de la sanidad. Mitad médicos, mitad detectives. O más bien sabuesos, pues su misión no es otra que seguir el rastro de posibles contagios, atajar la enfermedad antes de que manifieste sus primeros síntomas. Aislar el virus yendo un paso por delante de él. Son los rastreadores de Ingesa. El departamento de Medicina Preventiva que trabaja para adelantarse a los problemas y cortar el camino a la pandemia de coronavirus COVID-19.

El trabajo de los rastreadores es “identificar y gestionar los contactos de los casos probables o confirmados de COVID-19, e identificar los casos secundarios que pueden surgir después de la transmisión de los casos primarios conocidos, para intervenir e interrumpir más adelante la transmisión”, explica el ECDC Technical Report de la Unión Europea, el manual con el que trabajan los rastreadores de Ingesa.

Son seis los rastreadores con los que actualmente cuenta Ingesa, aunque serán diez a corto plazo con las nuevas incorporaciones de refuerzo. Al frente de este equipo de rastreadores está el doctor Julián Domínguez, jefe de Medicina Preventiva. Es el jefe de la unidad de detectives de Ingesa. Un personaje singular al que conocen bien los ceutíes. Médico especialista y jefe de medicina preventiva en el Hospital Universitario de Ceuta (HUCE), reservista, cooperante y cara visible de UPyD en Ceuta durante muchos años y candidato en las últimas elecciones por la lista de Ciudadanos. El candidato, por cierto, con el currículum más largo y nutrido (siete títulaciones) de cuantos se presentaron en 2015. Hoy, a sus 59 años, lleva desde el cinco de marzo trabajando de sol a sol, de lunes a domingo, para hacer frente a a pandemia de COVID-19 y aun conserva el entusiasmo y las fuerzas para seguir luchando contra este coronavirus que nos ha puesto el mundo patas arriba.

“Este tipo de epidemias lleva a que la forma de actuación, la perspectiva, cambie”, resume. El paradigma ha cambiado, pero no han cambiado los modos de luchar contra una pandemia. “Los rastreadores no es una cosa nueva, sí la denominación y la perspectiva y sobre todo la agilidad y la forma de actuar que sí que se modifica un poco”, explica Domínguez en conversación telefónica con Ceuta al Día. “En medicina preventiva se llaman clásicamente estudios de contacto. En Ceuta lo hemos hecho antes con la tuberculosis, por ejemplo, llega un paciente, se le atiende en Urgencias, se pide analítica, se diagnostica que hay bacilo de Koch y como eso es muy contagioso, bastante más que la COVID-19, se empieza a estudiar a toda su familia, sus compañeros de trabajo y al personal sanitario que cuando llegó el paciente no estaba protegido en ese momento porque no lo esperaba. Exactamente igual que se hace ahora”, apunta el responsable de Medicina Preventiva. “La diferencia está en que ahora entras en un contexto pandémico y te puedes encontrar con decenas de personas que puedan haber tenido contacto y con una transmisión por contacto muy alta”.

En cuanto salta la alerta de un nuevo positivo, los rastreadores de Ingesa se ponen en marcha. “Hay que ir super rápido”, resume Domínguez. Los pasos son cuatro y el tiempo es vital: identificación de los contactos de un caso probable o confirmado de COVID-19; proporcionar a esos contactos información sobre la auto-cuarentena, la correcta higiene de las manos, de las medidas de etiqueta respiratoria y ofrecer consejos sobre qué hacer si desarrollan síntomas; y encargar las pruebas de laboratorio oportunas para todos aquellos con síntomas.  “Una vez que se tiene la prueba diagnóstica, ya sabes cuáles son los contactos estrechos”, explica. Familiares, compañeros de trabajo, gente con la que compartiera un espacio cerrado.

Los rastreadores buscan todos los movimientos del caso positivo en los últimos 14 días. Y no todo el mundo colabora. “Uno de los últimos casos detectados en la ciudad había organizado una fiesta en casa y le costó decirlo, sabía que había hecho mal”

Aquí empiezan los problemas. Los rastreadores buscan todos los movimientos del caso positivo en los últimos 14 días. Y no siempre es fácil. “Mucho teléfono, mucha indagación, mucha pregunta.. es necesario rastrear todos sus contactos”, explica Domínguez. Y no todo el mundo colabora. “Uno de los últimos casos detectados en la ciudad había organizado una fiesta en casa y le costó decirlo, sabía que había hecho mal”, recuerda. Pero no es raro, los médicos se encuentran con este tipo de reticencias a menudo, explica el jefe de Medicina Preventiva, especialmente con enfermedades incómodas como las de transmisión sexual. Tiene que costar explicar, aunque sea a un médico, que tuviste una noche loca e infectaste con una ETS a todos tus compañeros de la orgía, a los que hay que avisar.

El protocolo traza una guía para ayudar a determinar a los posibles contactos del caso de COVID-19 según su nivel de riesgo. “Un contacto de un caso COVID-19 es cualquier persona que ha tenido contacto con un positivo, dentro de un plazo que va desde 48 horas antes de la aparición de los síntomas del caso hasta 14 días después de la aparición de síntomas. Si el caso no presentaba síntomas, una persona de contacto se define como alguien que ha tenido contacto con el caso dentro de un plazo que va desde 48 horas antes de que se tomara la muestra que dio lugar a la confirmación, hasta 14 días después de la toma de la muestra. El riesgo asociado de infección depende del nivel de exposición, que a su vez determinará el 􏰀tipo de gestión y vigilancia”, explica el protocolo.

La respuesta de quien recibe la llamada “es heterogénea, hay de todo, pero la mayoría lo está esperando, se han hecho la prueba o tenían test”, explica Domínguez. Y en el caso de los contactos suele ser también sencillo. Casi todos, salvo alguna excepción, al recibir la llamada ya estaban avisados por el amigo, familiar o compañero que había dado positivo. 

Los rastreadores van explorando en círculos, “como los que se forman al tirar una piedra a un estanque”

La clasificación de los contactos de acuerdo con el nivel de exposición establece dos niveles según su nivel de riesgo sea alto (contacto cercano) o bajo. En el primer grupo, los rastreadores van explorando en círculos, “como los que se forman al tirar una piedra a un estanque”, explica gráficamente Domínguez. Para ello la colaboración del paciente es, evidentemente, crucial. Cuando se le comunica su positivo, se le pide que vaya haciendo memoria y anotando los números de teléfono de las personas con las que ha tenido un contacto y que intente recordar sus itinerarios en las últimas dos semanas para ir localizando contactos secundarios, ya sea el supermercado o el estanco. Lo que no siempre es fácil, aunque en este caso el confinamiento ayuda a limitar los movimientos.

Son seis los grupos entre los que se buscan los principales objetivos cercanos, aquellos que han tenido un contacto de más de 15 minutos o en un lugar cerrado con el paciente cero. Los más Aquella persona que que ha tenido contacto cara a cara con un caso de COVID-19 en un radio de dos metros durante más de 15 minutos; quien ha tenido contacto 􏰁físico con un caso de COVID-19; aquel que haya ha tenido contacto directo sin protección con las secreciones infecciosas de un COVID-19  (por ejemplo, al ser tosido); quien ha estado en un ambiente cerrado (por  ejemplo, en el hogar, el aula, la sala de reuniones, la sala de espera del hospital, etc.) con un caso de COVID-19 durante más de 15 minutos. 

En un avión, por ejemplo, los rastreadores tratan de localizar a todo aquel pasajero sentado a dos asientos (en cualquier dirección) del caso COVID-19, así como a los compañeros de viaje y la tripulación de servicio.

Hasta aquí los contactos directos más sencillos, los más fáciles de rastrear. Es momento de hacer una batida por los alrededores, los contactos secundarios. Los medios de transporte son un escenario propicio, basta recordar que lols primeros casos que llegaron a Ceuta lo hicieron a bordo de un helicóptero. En un avión, por ejemplo, los rastreadores tratan de localizar a todo aquel pasajero sentado a dos asientos (en cualquier dirección) del caso COVID-19, así como a los compañeros de viaje o, en su caso, las personas que proporcionan cuidados y los miembros de la tripulación de servicio en la sección de la aeronave en la que estaba sentado el caso índice. Si la gravedad de los síntomas o el movimiento del caso indican una mayor exposición, los pasajeros sentados en toda la sección o todos los pasajeros de los aviones pueden considerarse como contactos cercanos. También están incluidos, claro está, los trabajadores de la salud u otras persona que proporcionaran atención a un caso de COVID-19, o los trabajadores del laboratorio que manejan los especímenes de un caso de COVID-19 sin el EPI recomendado o con una posible rotura del EPI.

Los contactos secundarios, que han tenido una exposición de bajo riesgo toman un grupo más difuso, más difícil de atrapar. Son aquellos que que han tenido contacto cara a cara con un caso de COVID-19 en un radio de dos metros pero por menos de 15 minutos o que han estado en un ambiente cerrado con un caso de COVID-19 durante también durante menos de 15 minutos. En el caso de los medios de transporte, se consideran contactos de bajo riesgo todos aquellos que hayan viajado con un caso de COVID-19, al igual que cualquier trabajador sanitario en contacto con el virus, aunque esté debidamente protegido.

Un sinfín de posibilidades cruzadas que abarcan una casuística que puede ser imprevisible. La capacidad de contagio—la hemos sufrido— es muy alta. La trampa puede estar en cualquier sitio, como demuestra la investigación que ha localizado a la paciente cero en Europa, una ciudadana china de viaje de negocios en Alemania, y su rastro de infectados, que incluyen casos de contagio tan banales e invisibles como pasarse un salero en un restaurante. Así se contagió de COVID-19 el primer positivo que se registró en España: un turista alemán en Canarias que antes de cogerse unas vacaciones, le pidió el salero a un compañero de trabajo.

Basta un salero en Alemania o un café en Parques de Ceuta. El caso de uno de los positivos detectados en Ceuta lo ilustra igual, relata Julián Domínguez.

Basta un salero en Alemania o un café en Parques de Ceuta. El caso de uno de los positivos detectados en Ceuta lo ilustra igual, relata Julián Domínguez. Él solo se tomó un café en una cafetería de Parques de Ceuta junto a un caso de COVID-19, al que conocía de vista y al que saludó brevemente. No recuerda haberle estrechado la mano, pero sí que se sentó en la mesa contigua, espalda con espalda. Nada más. Afortunadamente, se recuperó sin problemas y como vivía solo su vector de contagio no fue más allá. ¿Entienden ahora la distancia interpersonal de seguridad de al menos dos metros?.

El trabajo de los rastreadores no es nuevo, han estado ahí siempre. De hecho, dos de los rastreadores son dos enfermeros especializados en brotes nocosoidales, esto es, asociados a la asistencia sanitaria o dentro del hospital. Esos eran hasta ahora, afortunadamente, los brotes más habituales. Pero eso era antes. La palabra brote, pandemia o contactos estrechos forman ya parte de nuestro día a día y es más que probable que nos acompañen durante un buen tiempo. También los rastreadores, cree el doctor Domínguez. A su juicio será necesario reforzar este área, crear una unidad de vigilancia y rastreo epidemiológico permanente para que esté alerta. No es un trabajo específicamente sanitario, alguien despierto, con mano izquierda e intuición puede hacerlo con un entrenamiento especializado de unos meses, calcula Domínguez. Y van a hacer falta, no solo en Ceuta, en todo el mundo. Los rastreadores han venido para quedarse.

Los sabuesos de Ingesa


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