UNA TARDE EN LA CARRETERA

Una vecina del Serrallo: “Mi padre, mis tíos, todos están negros, pero bien”

Una vecina del Serrallo: “Mi padre, mis tíos, todos están negros, pero bien”

Cabrerizas Bajas, en el Serrallo, es ese punto en el mapa de Ceuta al margen de todo. Son esas casas que se caen de la carretera que sube hacia García Aldave, buscando la paz del valle, refrescadas por la visión idílica de un monte verde. Desde las azoteas se asoman los vecinos al Estrecho de Gibraltar, al fondo, y a la ciudad de la que más que formar parte, despertenecen. Son ese lugar de paso hacia ninguna parte. Tan ningún lugar que ni el autobús pasa, y eso que desde los tiempos de la UDCE, Mohamed Alí, con frecuencia suiza, les reclama la parada del transporte colectivo en sesión Plenaria. Este sábado, en cambio, la tragedia ha hecho que sientan de cerca lo que sólo han podido intuir todos estos años, que hay una administración pública, unos recursos públicos, una ciudad, una sociedad, que los quiere suyos. Sobre las 14 horas algo –se desconoce qué- prendió fuego al monte que les rodea, allá por lo alto, cerca del mirador de Isabel II. El viento de poniente sopló y sopló para impulsar las llamas en todas direcciones y para llevar la tragedia hasta la puerta de estos vecinos.

“Están todos: los que tenían que haber salido del turno, los que estuvieron por la noche, los que entraban, los que estaban de descanso, de la Policía Local, de los Bomberos, los zetas de la Nacional… Todos”

A las 15.30 horas ya estaban siendo desalojados por efectivos de la Policía Local, de la Nacional, bajo la mirada de efectivos de todos los cuerpos y brigadas que existen. Con paciencia, con tensión, con gritos, con nones, con peligro.

“Están todos: los que tenían que haber salido del turno, los que estuvieron por la noche, los que entraban, los que estaban de descanso, de la Policía Local, de los Bomberos, los zetas de la Nacional… Todos”, recitaba por ‘walkie’ el jefe en el Serrallo de la Local. También Cruz Roja y también el Parque Móvil.

La realidad que corroborará en las próximas horas el relato oficial es que tras la primera llamada al 112 alertando del fuego sobre las 14.03 horas de la tarde, los primeros efectivos de Bomberos apenas sí tardaron en personarse en el lugar, pero el viento magnificó todo.

Pero aún así, la sensación entre los vecinos, el sentir unánime y unánimemente exagerado en el relato era el de que no le importan una mierda a nadie. De que los efectivos llegaron tarde, descoordinados y que lo que todos vieron comenzar como un pequeño fuego arriba del monte acabó en una tarde de tensión y temor por el retraso de los que tenían que atajar la situación o la falta de pericia. La realidad que corroborará en las próximas horas el relato oficial sustentado en los registros telemáticos que rastrean toda intervención es que tras la primera llamada al 112 alertando del fuego sobre las 14.03 horas de la tarde, los primeros efectivos de Bomberos apenas sí tardaron en personarse en el lugar, pero el viento magnificó todo.

Sí, las farolas de la Gran Vía, en el Serrallo saben que cada una cuesta 70.000 euros. Y les parece mal a la vista de las carencias que les rodean.

“Si fuera en la Gran Vía entonces hacia rato que estaba pasando ya el helicóptero”, se resignaba un vecino. “Han tardado dos horas en venir”, decía otro. “Desde las 11.30 que empezó el fuego hasta las cuatro no vino nadie”, exageraba modo hipérbole otro sin importarle la realidad para sacar afuera un sentimiento, el de abandono que ni el apoyo en la tragedia borra. Se sabe cuando el discurso de la crítica política llega a la calle. Sí, las farolas de la Gran Vía, en el Serrallo saben que cada una cuesta 70.000 euros. Y les parece mal a la vista de las carencias que les rodean.

Si cada español lleva dentro un seleccionador nacional de fútbol, hoy cada vecino del Serrallo llevaba dentro un jefe de bomberos.

Pasa el tiempo, avanzan las llamas, los vecinos quieren que les hagan caso, al menos hoy, este sábado, al menos en este instante en el que ven como las llamas van devorando monte y caminando sin pausa hacia sus casas. Si cada español lleva dentro un seleccionador nacional de fútbol, hoy cada vecino del Serrallo llevaba dentro un jefe de bomberos. A gritos con la policía, entre sí, con quién se cruzara por el camino desesperaban ante la pasividad de los medios y el avance del fuego.

Ardía la casa del chatarrero, mucho más abajo, porque el matrimonio de fuego y viento es anárquico y tiende a sublevarse al orden espacial, saltando de un lado a otro, al antojo de un soplido.

Las llamas empezaban a lamer los árboles más cercanos a la zona poblada. Ardía la casa del chatarrero (finalmente se sabrá que sólo ardió la parte del desguace sin que afectara a su vivienda), mucho más abajo, porque el matrimonio de fuego y viento es anárquico y tiende a sublevarse al orden espacial, saltando de un lado a otro, al antojo de un soplido.

Llegan los bomberos, algunos aplauden, los más gritan que ya era hora, entre resignados e indignados. No es fácil. El terreno no es fácil, los caminos son estrechos y si las casas caen de la carretera es porque todo es una pendiente hacia el final del valle, por donde viene el fuego y a donde es difícil llegar con una manguera, acercar el camión lo más posible. Se buscan caminos, se pide orientación a los propios vecinos, pero se les insiste en que tienen que retirarse a la carretera porque están empezando a correr peligro.

La mayoría salen, otros pocos se quedan desoyendo cualquier consejo.

Aparece un grupo de legionarios en escena. Nadie sabe de dónde han salido, ni cuál es su fin. Llevan una pequeña mochila con agua a la espalda a la que tienen conectado un pequeño aspersor o manguera, otros llevan palas: ni traje ignífugo, ni mascarilla para respirar entre el humo y la ceniza cada vez más presentes.

De pronto aparece el helicóptero. De pronto parece ya muy tarde. De pronto todo el mundo tiene que huir a refugiarse a la carretera porque las llamas han saltado y lamen el mismo borde de la vía, tratando de saltar el cortafuegos de la calzada para alcanzar nada menos que el Cuartel del Ejército. De allí, a donde instantes antes se había dejado pasar a algunos vecinos, empiezan a salir coches a toda velocidad, entre gritos de policías locales que tratan de agilizar, instigar y organizar el desalojo del cuartel.

Aparece un grupo de legionarios en escena. Nadie sabe de dónde han salido, ni cuál es su fin. Llevan una pequeña mochila con agua a la espalda a la que tienen conectado un pequeño aspersor o manguera, otros llevan palas: ni traje ignífugo, ni mascarilla para respirar entre el humo y la ceniza cada vez más presentes. Corren, un poco como pollos sin cabeza, se ponen en medio: “¡reunión, reunión!”, grita el que parece el jefe. Se agrupan y acto seguido salen corriendo en dirección al peligro. Al poco uno vuelve corriendo más asfixiado que otra cosa a dejar la mochila, estaba vacía de agua.

El helicóptero hace tres pasadas, una de ellas con maniobra y filigrana para afinar el tiro del agua y aliviar la situación que empezaba a ser asfixiante, por el humo y porque las llamas parecían querer devorar Ceuta entera sin que nadie pudiera controlarlas. Calman ese frente y alivian al cuartel y en general los ánimos de todo el mundo.

“Mi casa está quemada enterita”, le dice a otro vecino que pasaba y a un colega. Se sienta desolado al otro lado de la carretera.

Pero el peligro sigue ahí. Las llamas siguen avanzando hacia las primeras casas, o las últimas, de este grupo de viviendas, que es a su vez, uno de los últimos de Ceuta. Llegan más bomberos, una pala gigantesca del Parque Móvil le abre camino en el campo, hace falta romper con una cizalla una verja, maniobrar milimétricamente en el acceso y con cuidado y mangueras más largas porque el acceso al fuego sigue siendo lejano. El frente es de muchos metros, decenas, y acaba por llegar a las casas. Lame una de ellas, es de un agente que ha logrado mantener la calma todo el tiempo, que ha ejercido poco menos que de portavoz de los vecinos con las fuerzas de socorro y que les ha aconsejado bien por dónde podían ir a los bomberos. “Mi casa está quemada enterita”, le dice a otro vecino que pasaba y a un colega. Se sienta desolado al otro lado de la carretera. Y al poco se va a donde tres policías locales mantienen a raya a los vecino para que no pasen a sus casa, tira de oficio y aprovecha para que le dejen acercarse a donde nadie le dejan para comprobar que la intuición que tuvo por el conocimiento del terreno al ver un intenso y voraz humo negro, era cierto. Su casa ardió. O eso cree él, y así se lo cuenta a su mujer en la península por teléfono. Luego se verá que no.

Al menos, pudo sacar a los perros. Un teckel precisamente salía en ese momento de las viviendas, lleno de ceniza y echando humo, con media oreja chamuscada. No era de los suyos. Al otro lado del incendio, ajenos a esta realidad, en esos momentos, la protectora de animales intenta salvar a sus fieras con la ayuda de muchos voluntarios que han acudido a la llamada para tratar de salvar perros y gatos.

Al menos, pudo sacar a los perros. Un teckel precisamente salía en ese momento de las viviendas, lleno de ceniza y echando humo, con media oreja chamuscada.

Pero él, también, como sus vecinos, piensa que las cosas se podían haber evitado, que durante más de una hora y media, los vecinos estuvieron reclamando a la autoridad competente por el peligro que ellos que conocen la zona vieron venir de un modo inmediato.

Va avanzando la tarde. Llegan efectivos de Cruz Roja, empiezan a repartir bebidas para combatir el calor y también la desesperación. Repasan tensiones a las personas mayores, niveles de azúcar y alguna que otra cosa sin mayor importancia y reparten mascarillas para evitar que alguien pueda intoxicarse con el humo, que ya es mucho menos presente. Sigue cayendo ceniza. Tras hora larga de ausencia, vuelve el helicóptero y viene con refuerzos, una avioneta. En poco más de 45 minutos, entre los dos a base de pasar y pasar sobre el fuego y arrojar agua echan el cable definitivo a los bomberos repartidos por al menos cinco puntos del monte y parece que el fuego se controla. Ya no irá a más. Ya no arderán más casas.

Se intuye el final feliz para la mayoría. Las cubas de Trace siguen abasteciendo a los bomberos y los medios aéreos pasando. Incluso los policías parecen relajarse un poco. “Cuando esto pase te voy a invitar a cenar” le dice un agente a un vecino que le ha estado dando el “coñazo” toda la tarde.  Los márgenes parecen ir centrándose. ¡Quién lo podía imaginar sólo unas horas antes? Cuando la tensión lo llenaba todo junto al humo.

Dejan pasar a una chica, lleva mucho tiempo preocupada. Ha alertado varias veces de que su padre no ha querido irse de su casa y por momentos se temió lo peor. Al volver, lo hace con una sonrisa de oreja a oreja. Está feliz. Su padre y sus tíos están bien, sanos y salvos: “Mi padre, mis tíos, se han quedado todos, están todos negros porque han estado ayudando a los bomberos, pero están bien”.

Mañana todo olerá un poco más a quemado allí. Y el paisaje ya no compensará todo lo demás.

Los menos tendrán que recurrir esta noche a dormir en el pabellón Antonio Campoamor, a donde ninguno quiso irse a media tarde cuando Cruz Roja comenzó a ofrecer esa posibilidad, en un momento de tensión colectiva, porque nadie quería apartarse de su casa sin saber qué es lo que pasaba, como desconfiando de todo, menos de los que están siempre ahí, los vecinos del margen, los del Serrallo.

Mañana podrán volver a esa inexistencia que es el abandono urbano. Seguirá sin llegar el bus. Seguirá sin saber muy bien nadie de los que giraron su cabeza a las 14.15 horas hacia la enorme columna de humo en la playa de la Ribera donde está el Serrallo y qué son esas casas. Mañana todo olerá un poco más a quemado allí. Y el paisaje ya no compensará todo lo demás. Mañana será el día en el que seguramente, tras hacer inventario, se asomen a sus azoteas a contemplar el negro panorama y contarse riendo como se comportaron y todo lo que vivieron hoy, sin olvidar que siguen siendo eso, el sitio al que no llega el bus.


Al final, no fue para tanto

Pasado el temor y apagadas las llamas. Llega la hora de hacer balance ya con calma. Las casas que ardieron no ardieron, o al menos, no ardió tanto como se creyó en medio del caos que ardía. Así, un vecino, Jaime, que se dejó llevar en el momento por lo que le dijo la propia policía hasta el punto que tuvo a su mujer en la península durante 4 horas creyendo que su vivienda había ardido, cuenta hoy su experiencia de otro modo y desde su casa:

“En lo que es cabrerizas altas no hay ningún daño. Sobre las cuatro y media de la tarde yo había hablado con ‘Cherla’ y me dijo que se le había quemado la parte de la chatarra, luego subió un policía y nos dijo que estaban empezando a arder las casas. Me dejé llevar y pensé que mi casa que era la más cercana al fuego había salido ardiendo, llamé a mi mujer y se lo dije. Luego me pude bajar con los bomberos. Son unos máquinas. La película llamaradas es poco. Estaban rodeados de llamas, pero mantuvieron el fuego a raya a menos de un centímetro de las viviendas y lograron que no se quemara nada. Pero a mi mujer no le pude llamar hasta las ocho y media, estuvo todo ese tiempo desolada y llorando”, relata este domingo Jaime.

Sí han ardido algunas cosas en la parte más baja del Serrallo y sí hay algunos bienes que fueron consumidos por las llamas, por el mismo relato de este vecino. La parte de la chatarra, pero no la vivienda que hay anexa, algunos barracones, una moto y viviendas negras por el humo, pero no por las llamas. Finalmente este domingo muchos que creyeron y afirmaron que se quedaban sin casa han podido respirar aliviados, ya sin el humo rodeándolo todo.

Una vecina del Serrallo: “Mi padre, mis tíos, todos están negros, pero bien”


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