Juan Redondo

Que vivimos bajo los efectos del cambio climático, es algo que ya es incuestionable a estas alturas. En tan solo unas décadas hemos pasado de una climatología con unas características más o menos estables y predecibles según la latitud planetaria en la que nos encontrásemos, a cambios bruscos, muchos de ellos impredecibles en unos casos o directamente inexplicables en otros, producidos en unas zonas donde por lo general, se desarrollaban unos fenómenos climatológicos anuales perfectamente determinados.

Para ser algo más concretos, podríamos decir que mientras media tierra se hiela, la otra mitad se quema, dándose estas circunstancia incluso a la misma vez en un mismo espacio geográfico, producto de cambios extremos de temperaturas y de las condiciones atmosféricas. Un ejemplo sería el vivido en California (EEUU) recientemente, donde se ha pasado en cuestión de días, de inusuales temperaturas altas propias del verano y producidas en los meses que se corresponden con el teórico enfriamiento otoñal del hemisferio norte, a lluvias torrenciales y heladas propias del invierno característico de las zonas situadas en latitudes superiores y más frías que las californianas, dándose el caso de que las riadas de agua producidas por las lluvias torrenciales, venían arrastrando las cenizas de los incendios que aún quedaban sin extinguirse.

Las diferentes estaciones que se producen a lo largo del año, con sus características específicas determinadas en función del posicionamiento de la tierra a lo largo de su viaje alrededor del Sol, han servido por lo general para regular y equilibrar los procesos vitales en nuestro planeta. La acción del hombre sobre el mismo y sobre todo su contribución a un planeta altamente contaminado, han favorecido un calentamiento global que ha provocado que aumente considerablemente la temperatura del planeta. Este aumento es en gran parte responsable de que varíen los ciclos propios característicos de cada estación tal y como se venían produciendo durante los últimos siglos, dándose la sensación de que las condiciones climáticas características del Verano, Otoño, Invierno y Primavera, se alargan o se acorten según en los meses del año en el que nos encontremos, situación como digo, totalmente achacable a los efectos de la polución provocada por la acción humana.

Todo esto afecta a la vida, deshielos, aumento del nivel del mar, sequías, desertificación, temperaturas extremas, pérdida de cosechas, hambrunas, situaciones todas estas, que a su vez llevan a grandes procesos migratorios de personas que huyen de zonas cada vez más áridas e improductivas y por lo tanto inviables para la vida del ser humano.

Está claro que no queda más remedio que tomarse muy en serio esta cuestión, pues la degradación del planeta va a marchas forzadas, y es más que probable que las generaciones que nos sucedan se encuentren enfrentando situaciones naturales a las que, por su magnitud, el ser humano esté cada vez menos en disposición de poder darles repuesta.