- Hablar de mi amor por el cine implica hablar de mi padre, culpable directo de que mis hermanos y yo nos criáramos, para asombro de los amigos que venían a casa, rodeados de montañas con cientos y cientos de cintas de vídeo.

Siempre le agradeceré su interés en que conociéramos los filmes de aventuras que a él le marcaron. Y que me marcarían a mí. Si la patria de uno es su infancia, como decía Rilke, mi patria está plagada de fotogramas de Errol Flynn como Robin de los bosques y de los números de trapecista de Burt Lancaster y Nick Cravat en El temible burlón y, sobre todo, El halcón y la flecha. Sería algo mayor –diez u once años-, cuando me descubriría el Espartaco de Kubrick y Douglas, basado en la obra maestra de Howard Fast.

Un poco antes, por un préstamo de fin de semana de un primo, y al margen del Hollywood dorado de mi padre, pude devorar Braveheart hasta aprenderme de memoria sus diálogos. Cuatro veces en dos días. El cine, como dispositivo cultural, siempre imprime valores, principios. En definitiva, ideología. Recordar el cine épico de mi infancia no sólo me sirve para buscar influencias explicativas a mis actitudes de aquellos días, sino también para hallar las bases que posteriormente conducirían a un pensamiento político que dura hasta hoy.

La rebeldía frente a la injusticia, el cuestionamiento de la legitimidad de la autoridad, la explotación económica o la necesidad de la lucha colectiva y el asociacionismo son algunas de las ideas fuerza que ya aparecían en películas como El halcón y la flecha, Braveheart o Espartaco y que constituyen el despertar de una conciencia infantil para la que las obras cinematográficas de Bertolucci, Ken Loach, Costa-Gavras o Gillo Pontecorvo aún podían resultar ininteligibles.

Por supuesto, esto es tan sólo un análisis subjetivo. Es más que probable que haya muchísima gente a la que apasionen las películas citadas y que, en cambio, esté feliz ante la posibilidad de que, gracias a la mercadería política de Ciudadanos, los valores del Partido Popular estén cerca de lograr gobernar otra legislatura. Lo sé, hoy vivimos en democracia y, por lo tanto, la cosa es diferente a los planteamientos del cine épico. Sin duda, Mariano Rajoy y Esperanza Aguirre habrían apoyado la rebelión de los esclavos frente a Roma, del mismo modo que estuvieron con su pueblo en la lucha por la democracia durante los oscuros días del franquismo. Claro como el agua.