Alejandro Chicón

No quería abordar el tema soberanista catalán sin antes tener información recabada sobre lo que ha pasado estos días e intentar huir de sensacionalismos en los que habitualmente la prensa cae, por el mero hecho de que el cuarto poder no resulta más que un negocio, es cierto, que caeré en esa especie de sensacionalismo e incluso me posicionaré con uno de los bandos pues no puedo negar que me siento de los pies a la cabeza bastante español pero no puedo caer en la ignorancia y en la sinrazón.

El tema catalán ha tomado la connotación de un divorcio, un divorcio doloroso como aunque algunos se escudan en lo contrario son los divorcios, pues nadie se dice adios si se quieren mucho. Hemos caído de esos padres explicando durante cuarenta años como pasamos de una dictadura férrea a una democracia que aun teniendo puntos de mejora nos acercaba a esa utopía de felicidad y de bienestar que todo estado debe de suministrar a sus habitantes, al hecho de que bueno ``papa y mama´´ ya no se quieren tanto o ``papa´´ ha encontrado más interesante a otra mujer que a su esposa o al contrario.

Este caso es similar, a un lado avistamos a un grupo numeroso decidido a decir adiós a toda costa -aunque no saben muy bien porque- a la casa en la que han vivido toda la vida e intentando dar una imagen de apertura de miras. En el otro lado estaba la figura estricta y bíblica que pensaba que todo lo que trascendiera de esa relación, no era motivo para negociar y llegar a un acuerdo y que ya se arreglaría por arte de magia. No faltan figuras secundarias en esta historia estaba el galán de telenovela arrinconado esperando su oportunidad. Y tampoco el típico descamisado que se guarda las mejores cartas bajo la manga y que siempre parece más cercano aunque en el fondo no lo sea.

Mientras enmedio de esta tormenta seguían pasando cosas que no importaban mucho, como las pensiones de chiste, una sanidad pública agonizante, un paro juvenil más alto que el Empire State y el regreso de la burbuja del ladrillo. Un país que se empieza a sentir huérfano y que ha perdido toda esperanza en quienes nos gobiernan pues se han olvidado de lo que significa hacer política y del valor que tiene la palabra DEMOCRACIA.