Esta última semana nos ha dejado muchos temas de los que hablar. El principal, en mi opinión, es la puesta en marcha del vergonzante acuerdo entre la Unión Europea y Turquía. A partir de ahora, Turquía, previo pago, se comportará como un segundo Marruecos para Europa: será el matón que nos haga el juego sucio, el receptor de las devoluciones en caliente de todas las víctimas que lleguen a nuestras puertas huyendo de un conflicto bélico que no han creado.

Los antieuropeístas que gobiernan la Unión Europea se mantienen firmes en su empecinamiento de destruir Europa, de tirar por la borda las bases que conformaban el sueño de unidad europea y que podía hacernos sentir orgullosos de formar parte de ese proyecto. La fórmula no falla: Crisis + inmigración + política neoliberal = Avance del fascismo y la xenofobia. Ahí está Marine LePen frotándose las manos. Ahí están los últimos comicios alemanes.

A nivel nacional, seguimos con la incertidumbre institucional. ¿Habrá gobierno de cambio en España? ¿Triunfará el plan del poder y prosperará el acuerdo entre PSOE y Ciudadanos? ¿Estamos abocados a una nueva convocatoria electoral? Pedro Sánchez le ha pedido a Tsipras que hable con Pablo Iglesias para, en teoría, alcanzar lo primero. En realidad, lo que le pide es que convenza a Pablo Iglesias para que apoye lo segundo. Tsipras se he negado y muchos analistas han coincidido en que Sánchez ha hecho el ridículo. Yo, en cambio, no opino igual y considero que lo que menos le importaba al Secretario General de los socialistas era la respuesta del mandatario griego.

Los medios del régimen se han esforzado en difundir que Alexis Tsipras es el culpable de la mala situación de Grecia. La película, siempre con un planteamiento fácil destinado a que la gente no piense, respondería al siguiente escenario: “Estos de Syriza, los amiguitos de Podemos, han vendido el paraíso y cuando han llegado al poder se ha demostrado que no son capaces. Ya saben, no voten a Podemos o estaremos como los griegos”. Esta estupidez falsaria, hipócrita y simplona ha calado en mucha gente. Pedro Sánchez lo sabe y juega con ello. Tsipras está mal visto. Pedirle a Tsipras que hable con Pablo es visualizar que Tsipras y Pablo son lo mismo. Tsipras es el demonio griego y Pablo Iglesias es su reflejo español. Dinamarca tiene muy buena prensa. Pedro Sánchez nunca le pediría al primer ministro danés que hablara con Pablo Iglesias. Sería situar a Podemos en la órbita de un país que sirve discursivamente de modelo para la práctica totalidad de las fuerzas políticas españolas.

También se ha hablado mucho, para no variar, de los problemas internos de Podemos. Como desde hace dos años, desde que Podemos irrumpió en el panorama nacional, se nos narra, por capítulos, la crisis definitiva. Se acabó. Podemos se hunde. Pablo e Íñigo se llevan mal y el primero está haciendo de Stalin con el segundo. Purgas. En Podemos hay purgas. Y gulags. Íñigo Errejón y Sergio Pascual tienen ya el billete para Siberia. A esto, además, hay que sumarle la condena de Rita Maestre. Sí. Rita Maestre ha sido condenada a pagar una multa por haber participado en una protesta por la laicidad de las instituciones públicas hace cinco años. Algunos dicen que eso es exactamente lo mismo que ser condenado por chorizo y que Rita debe dimitir. Todo vale para esta gente. No merecen contestación, pero sí que hay algo llamativo en todo este asunto.

El concepto “cuñao” ha sido popularizado en los últimos años. Un “cuñao”, en política, es aquel que siempre te salta con el típico argumento de barra de bar, con la típica frase hecha, aquel que te suelta joyas como: “Bah, todos iguales, los de izquierda y derecha, todos unos chorizos”, “los catalanes mucha independencia pero para pedir bien que ponen la mano”, “sí, tú muy de izquierda pero bien que tienes un móvil”, “al final, los extremos se tocan”, etc. Vamos, un “cuñao” es el tonto de toda la vida que como no se ha molestado en formarse una identidad política de principios sólidos sólo es capaz de discutir utilizando chascarrillos y mantras populares sin ningún tipo de base real. En la polémica construida alrededor de Rita Maestre, el “cuñao” de turno siempre salta con lo mismo: “Eso en una mezquita no se atreve a hacerlo”. Es muy curioso este planteamiento. Es como si vieran bien que Rita recibiera una reprimenda por protestar en una iglesia ya que, según ellos, la recibiría de hacerlo en una mezquita. Lo normal, lo coherente, sería verlo al revés. La periodista Olga Rodríguez lo explica mucho mejor que yo: “Si Rita Maestre se llamara Bahiera, viviera en Egipto y fuera condenada por protestar pacíficamente contra la presencia de una mezquita dentro de una universidad pública, ¿qué estarían diciendo algunos 'biempensantes’ de este país?”.