En política, cuando algo es “institucional” implica que su expresión aparece insertada en una estructura ya arraigada y asentada. Por lo tanto, ¿qué es una estructura? En “El orden de El capital”, Luis Alegre y Carlos Fernández Liria definen el concepto de estructura como aquello cuya característica fundamental es la de producir efectos sin necesidad de ejercicio de poder alguno.

Diversos autores especializados en racismo han hecho hincapié en las formas en que el prejuicio racial se va transformando y amoldando a los valores de las sociedades y los contextos en que se instalan. Así, tras la barbarie del nazismo, las teorías de un racismo científico consistentes en la superioridad biológica de unas razas sobre otras quedaron desacreditadas, no significando ello en absoluto la extinción de la discriminación racial en el mundo occidental. Desde entonces, el racismo ha ido mutando en sus justificaciones, pasando de bases “científicas” a argumentaciones de tipo cultural. En muchos casos, el racismo no se ve, adoptando la forma de un “racismo institucional” que opera como coartada moral: al ser institucional o estructural no requiere de “ejercicio de poder alguno”, esto es, no implica la voluntad individual de ningún sujeto. Podemos vivir en un mundo racista sin que nadie se sienta racista.

En su breve ensayo “El racismo: una introducción”, Michel Wieviorka afirma: “Es fácil constatar que ahí donde el racismo está descalificado políticamente, prohibido por ley o echado a perder ante los ojos de los científicos (…), los miembros de los grupos víctimas del racismo siguen confinados en puestos subalternos en la vida económica y política o sufren la discriminación en el empleo, la vivienda y la educación”.

Si existe prejuicio racial en una sociedad, éste siempre encontrará la forma de expresarse en la vida social, por mucho que en las legislaciones no aparezca plasmado, por mucho que la ley defienda la libertad y la igualdad de todos los seres humanos sin distinción de raza. De hecho, es a través de los valores liberales o igualitarios la forma en que el racismo encuentra su expresión, una expresión que jamás será presentada bajo justificaciones racistas, sino todo lo contrario. De tal modo, no será difícil que en sociedades en las que los padres tengan el “derecho” de elegir la educación de sus hijos, las escuelas acaben reflejando una clara diferenciación racial, igual que sin políticas de “discriminación positiva”, injusta a ojos de la supuesta “meritocracia” que dice regir en nuestros sistemas políticos, es muy difícil que los colectivos históricamente discriminados puedan acceder a puestos de responsabilidad o una verdadera igualdad plena de derechos. Esto se entiende mucho mejor a través de otra discriminación: la de género.

Hoy, en nuestro país, prácticamente nadie está en contra de la plena igualdad de la mujer. Aunque en nuestras vidas privadas el machismo siga operando de forma evidente, ocupando aún la mujer un rol histórico producto de la dominación patriarcal, todos nos escandalizaríamos si la Constitución recogiera artículos claramente machistas. No existe un machismo visible en la legislación. Y a nadie se le escapa que nuestra sociedad continúa siendo profundamente machista. Sin embargo, nadie se siente cómplice de tal machismo, pues es un problema “estructural” o “institucional”, algo que fluye de manera automática sin la necesidad de un esfuerzo por discriminar. No hay “voluntades” machistas. En cambio, las consecuencias del machismo son palpables. Por mucho que Merkel sea mujer. No hay “voluntades” racistas. En cambio, cualquier extraterrestre que desde el exterior echase un ojo a, por ejemplo, la realidad estadounidense, apreciaría que el componente racial influye de manera obvia en el desarrollo de las vidas de sus ciudadanos y ciudadanas. Por mucho que Obama sea negro.

Así que recuerda: cada vez que dices “No, yo no soy racista” al criticar medidas para paliar el racismo institucional, estás mintiendo. Sí, si lo eres. Cada vez que dices “No, yo no soy machista” al criticar medidas para paliar el machismo institucional, estás mintiendo. Sí, si lo eres. Cada vez que dices “No, yo no soy homófobo” al criticar medidas para paliar la homofobia institucional, estás mintiendo. Sí, si lo eres.