En mis últimos artículos he querido hacer hincapié en la desfachatez que se advierte en nuestro debate público, ya sea nacional o local. Es costumbre asistir al lanzamiento de afirmaciones nunca argumentadas ni razonadas, pero a las que se les otorga cierto grado de veracidad debido al rigor que se le presupone a aquel que las lanza. Los últimos días nos han dejado varios ejemplos de pura desfachatez.

La primera de ellas no es verbal, sino una desfachatez meramente ejecutiva. Gastar 165.000 euros en una escultura para decorar el centro (ya bastante mimado en detrimento de la periferia, por cierto) de una ciudad con un 40% de población en situación de pobreza y los peores índices de fracaso escolar y desempleo del país es, digamos, difícilmente justificable. Hay que cuidar la cultura, pero antes que eso hay que saber establecer prioridades y gestionar los momentos en los que se pueden o no se deben realizar ciertos gastos o inversiones.

La segunda desfachatez también es de ámbito local, aunque sobre un tema nacional. Sí, hablamos de ese tema “imán” para aquellos que se dedican a pontificar y hacer gala del exceso verbal más obsceno e impune: Podemos. Cuando se habla de Podemos, la ignorancia y las vísceras suelen imponerse a la razón y el rigor hasta tal punto que un tipo, abandonando la seriedad que su título de sociólogo debería obligarle a portar siempre, se puede permitir decir en una tertulia de nuestra ciudad, entre risas y lugares comunes, que “Podemos es un partido claramente estalinista” sin que ninguno de los demás contertulios le replique o, al menos, le invite a justificar mediante algún argumento convincente el porqué de tan grave —y disparatada— aseveración.

Este nivel, este perverso sentido que se le da al debate y el intercambio de ideas, sigue la línea de lo que se impone en el resto del territorio nacional. El periódico del licenciado en Ciencias de la Información (no pienso llamar periodista a quien no hace periodismo, sino fango) Eduardo Inda, OKdiario, sacó hace unos días la enésima “información” acerca de las cuatro veces archivadas por la Justicia “conexiones económicas” entre Podemos y Venezuela. Poco tiempo después, eldiario.es y otros medios desmontaban la farsa del periódico de Inda. Denuncias archivadas, acusaciones infundadas y una manipulación periodística. Estos son los elementos que se tenían el pasado sábado en el plató de “La Sexta Noche”. Aún con todo, el subtítulo del debate era: “¿Financiación venezolana?” (se traslada así a los telespectadores la duda sobre algo que carece de un solo indicio medianamente serio) y uno de los “periodistas” se atrevía a increpar a la víctima de la mentira desmentida: “Lo que tiene que hacer Pablo Iglesias es aclarar esto”. Se denuncia a Podemos y las denuncias quedan en nada porque ningún juez ve fundamentos; un medio de comunicación miente, se demuestra que miente y Podemos anuncia una querella. Y tras todo esto, se exige a Pablo Iglesias que sea él quien aclare algo que, por cierto, ha aclarado en mil ocasiones sin que a quienes le piden explicaciones y continúan acusándole, con indiferencia de lo que digan los jueces, les importe un bledo. El colmo de la desfachatez y la dislexia moral.

Se cambia la presunción de inocencia por la presunción de culpabilidad sin ningún pudor. ¿Por qué? Porque la batalla no está en los tribunales sino en los platós y en las redes sociales. Lo que sea verdad, lo que la Justicia diga que es verdad o mentira, da exactamente igual. La política funciona con otras gramáticas que nada tienen que ver con lo que se puede probar, argumentar o razonar. Y esto lo saben bien los sociólogos que tienen que acudir a Stalin porque son incapaces de entender lo que ocurre, los diarios pantuflos y los partidos y contertulios que embarran y reproducen comportamientos nada respetuosos con lo que debiera ser un debate público.