- Alguna vez he hecho alusión a la frase atribuida a Henry Kissinger: 'Acusa a tu adversario de copular con un cerdo y siéntate a ver como lo desmiente', declaración de principios que sigue la línea de otras como “Miente, que algo queda” o aquella de Goebbels: 'Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad'.

Por desgracia, todo esto se cumple cuando hay quien no quiere confrontar argumentos y que considera que la disputa política trata de difamar al contrincante: no hay que discutir sobre lo que un partido dice o hace políticamente; hay que investigar para encontrar alguna mácula en la vida de sus representantes y airearla. Y si no se encuentra, se inventa. Que fanáticos dispuestos a difundirlas sin hacer un mínimo análisis de veracidad siempre hay.

El Partido Popular y su entorno, incluida una porción ciudadana de extrema derecha que ni se reconoce a sí misma como tal ni se identifica con el PP pero que bebe de los mismos prejuicios y comprensión del mundo, sabe que pierde si entra en el debate político. Por eso recurren –y llevan recurriendo años- al modelo Kissinger-Goebbels para intentar destruir el ascenso del adversario, que en este caso sería Podemos, contra quien, a diferencia de PP, primer partido imputado como partido por corrupción, no hay una sola causa judicial abierta.

Hace unos días, Antena 3 lanzaba una “exclusiva” (otra más) sobre la supuesta relación de la CUP y Podemos con el gobierno de Venezuela. La “exclusiva” no revelaba nada nuevo ni condenable, como bien puede leerse en el escrito del periódico digital lamarea.com titulado “El ‘viaje secreto’ de la CUP y Podemos a Venezuela que Anna Gabriel [la diputada de la CUP que aparece en las imágenes] contó en un artículo”. Por supuesto, los fanáticos de las redes que ni siquiera leen los contenidos de lo que comparten se apresuraron a difundir el “notición”. No así su desmentido, o las imágenes de los presentadores haciendo bromas y riéndose por la basura que acababan de soltar en prime time.

Recomiendo buscar las declaraciones de la diputada catalana al respecto, de las que aquí sólo extraigo algunas palabras: “Es un congreso público. Se pueden ver las ponencias en internet. (…) Vergüenza le tendría que dar a ese tipo de periodismo que dice que saca una exclusiva cuando es una información pública (…) lo que nos preocupa es quien nos filma en los aeropuertos”. Exacto, esto es lo que a todo demócrata debería preocuparle: por qué se filma a unos políticos en 2014 y se guarda y se publica ahora. Resulta evidente que no son imágenes grabadas por ningún turista. Parece lógico pensar que se trata de un seguimiento organizado. Y eso sí que es grave.

El domingo, Íñigo Errejón se sentaba en El Objetivo de Ana Pastor. Reproduzco un extracto significativo de la entrevista:

Ana Pastor: ¿El teléfono móvil de Pablo Iglesias lo paga una productora que recibe dinero del gobierno iraní?

Íñigo Errejón: Lo paga una productora –española- que vende programas, entre otros a la televisión iraní, y que Pablo utilizaba para trabajar en Fort Apache.

Ana Pastor: O sea, que sí, se lo paga una productora cuyo propietario es alguien cercano al gobierno iraní.

Mi hermano trabaja para una empresa que se dedica a la provisión de buques (y que, por cierto, también le proporciona un teléfono de trabajo). Siguiendo el planteamiento de Ana Pastor, similar al que harían Eduardo Inda o Alfonso Rojo, deducimos que:

a) El jefe de mi hermano es alguien “cercano” (es decir, connivente políticamente) a todos los países que hayan solicitado su producto. Si un barco de un país de Asia paga a la empresa por un servicio, resulta que la empresa “recibe dinero de” o “es financiada por” dicho régimen.

b) A mi hermano le pagan su teléfono los gobiernos de todos los países a los que la empresa para la que trabaja les vende algo. Si la empresa le vende algo a Francia, mi hermano está trabajando para Hollande y Francia le está pagando su teléfono. Si mañana la empresa hace algún negocio con Marruecos, mi hermano apoya y es financiado por Mohamed VI.

c) Si dos iraníes van a comer a un bar, es decir, si dos iraníes compran el producto de un bar, los trabajadores de ese bar son financiados por Irán, trabajan para Irán, apoyan al régimen iraní y pretenden implantar algo similar en España.

No obstante, el ridículo periodístico de Antena 3 o las extrañas deducciones de Ana Pastor no han sido los casos más alarmantes. Desde el momento en que se abrió la posibilidad de que Pablo Iglesias pudiese ser vicepresidente, la batería de insultos, mentiras, descalificaciones y bilis que hemos recibido los que estamos claramente identificados con el cambio ha sido mayor que nunca. Pareciera que medio país se hubiera vuelto como Jiménez Losantos, quien hace unos días afirmaba en radio: “Yo es que veo al Errejón, a la Bescansa, a la Rita Maestre y me sale el monte. Es que si llevo la lupara (escopeta) disparo. Menos mal que no la llevo”. No conozco los medios de comunicación de otros países. Pero me cuesta pensar que puedan ser la mitad de irresponsables y destructivos que los de aquí.

Por un lado, confieso que resulta placentero ver a tanto hooligan descolocado. Por otro, me preocupa. No viví –evidentemente- los días que precedieron al golpe fascista de 1936. Tampoco el 23-F. Sin embargo, el nivel de odio, de militancia puramente “antipodemos” del facherío más agresivo y de intolerancia que se palpa últimamente me hace pensar que el ambiente no debe ser muy diferente al vivido en ciertos sectores durante aquellos días. No, no estoy diciendo que nadie vaya a dar ningún golpe. Digo que es preocupante ver como tanta gente que presume de demócrata o, en algunos casos, de “apolítica”, no lo es en absoluto. Odian al que piensa diferente, no lo consideran un interlocutor legítimo y sólo buscan su destrucción.

El domingo fue el aniversario de las muertes de los abogados laboralistas de Atocha, militantes comunistas y defensores de la libertad brutalmente asesinados por la reacción. Es triste ver como hoy, todavía, hacer política en defensa de los derechos sociales y la redistribución de poder continúa levantando ampollas entre tanto bestia que usa los mismos argumentos que el fascismo de 1936, el que asaltó los despachos de la calle Atocha o el que entró a gritos en el Congreso en 1981: todos somos “rojos” al servicio del comunismo internacional, queremos destruir España, quitarle las casas a la gente y acabar con la civilización cristiana. Francamente lamentable.