Javier Ángel Díez Nieto

Hoy no voy escribir sobre nuestro actual gobierno social comunista, ni de su increíble falta y errores de gestión, previsión y provisión, ante la pandemia del coronavirus que nos está azotando. Entre otras razones, porque nos impiden expresar con palabras, las realidades que sufrimos y sobre todo que se hable mal de sus decisiones. Así que en este aspecto (…) simplemente ¡Que Dios nos coja confesados!

Porque hoy, toca hablar de esa tendencia a la insolidaridad que muchos ciudadanos ante la necesidad del confinamiento mantienen. Y esta insolidaridad no es nada nuevo, viene de largo (…), de muy largo. Hay un dicho español, que dice que la caridad empieza por uno mismo, vamos (…) ¡Que la solidaridad de cada uno está en su ombligo y a veces un poco más abajo! Es decir, que hacemos lo que nos da la gana aunque con ello perjudiquemos a los demás. Esta es la máxima personal de estos necios. ¡Sobre 100.000 denuncias, más o menos, se han realizado hasta el día de hoy por incumplir esa obligación de confinamiento general, que todos los demás cumplimos! Sin duda, la necedad y la imbecilidad se casaron – como decía Quevedo-, y fueron muy prolíficos, inundando el mundo de millones de estúpidos.

Pero esta insolidaridad no es nada nuevo, ya han escrito sobre ella muchos autores, así en el Decamerón (Giovanni Boccaccio), describe como siete mujeres y dos hombres de la alta sociedad, buscando solo su bienestar personal, se refugian para evitar la peste negra y se encierran en el campo, evitando ayudar a los demás. Bueno (…) insolidarios, pero al parecer no se lo pasaron tan mal, aunque los pobres ignoraban que en el campo había más ratas infectadas, que en las ciudades. Pero bueno (…), esa es otra historia.

Más en lo que estamos, hoy toca hablar de los gilipollas que sin motivo alguno y saltándose las normas circulan por las calles, ignorando que pueden ser portadores del virus e infectarnos a los demás. Son los que se creen simpáticos o valientes. En fin (…) ¡Unos imbéciles de tomo y lomo! Desde estas líneas mi absoluto desprecio a todos ellos. Pero eso (…), es a lo que nos enfrentamos todos los días. ¡A ese montón de idiotas que se olvidan de su necedad y ponen en peligro a los demás!.

Todos ellos me recuerdan a un artículo que leí hace unos años de Campmany y que daba una versión muy italiana de la Divina Comedia. En ella cuenta que cuando Virgilio y Dante, se acercaban al infierno escucharon un atronador sonido detrás de una loma. Curiosos, se acercaron a ver qué era lo que producía tal sonido y allí vieron un lago lleno de excrementos, donde los condenados estaban hundidos dejando solo la boca y nariz fuera de ellos. Y lo único que decían todos al mismo tiempo era (…) ¡Por favor no hagan olas! Y esto es lo que debemos decirles todos a esa gran muchedumbre de idiotas, que salen a nuestras calles todos los días por capricho personal. ¡En fin! Como dijo Pérez Reverte, ¡El día del orgullo del gilipollas, no van a caber en las calles!

De todas maneras y a pesar e ellos (…) ¡QUEDEMONOS EN CASA Y SIGAMOS LOS CONSEJOS SANTIARIOS DE PREVENCION! Ya llegaran tiempos mejores para todos. Ahora solo disfrutemos de las palabras celebres para la historia que dan nuestros políticos, como la del ministro de Sanidad que pomposamente dijo: ¡Nuestra victoria sobre el virus será total, cuando el virus sea erradicado! Es decir, (…) ¡Muerto el perro se acabó la rabia!. Porque, frases que como esta son dignas de mantenerse en la memoria de todas las generaciones presentes y venideras. Y a los Gilipollas (…) por favor (…) por favor ¡NO HAGAIS OLAS!