Hace unos días, asistimos a un nuevo capítulo de la serie de mentiras del Partido Popular. Tras la entrada en Ceuta de cerca de doscientos inmigrantes, el Delegado del Gobierno, Nicolás Fernández Cucurull, corrió a señalar la actitud violenta de los mismos, culpándoles de la lesión de un policía. Horas más tarde, una grabación nos mostraba la verdad: el único comportamiento, digamos, “no pacífico”, había sido el de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad y el agente en cuestión se lesionó al caer al suelo tras lanzarle una patada a un subsahariano a la carrera.

Al igual que tras el 6 de febrero de 2014 (muertes de la playa del Tarajal), Delegación de Gobierno mintió; al igual que tras el 6 de febrero de 2014, el Delegado de Gobierno no ha dimitido tras demostrarse que nos ha mentido; al igual que tras el 6 de febrero de 2014, el PP y quienes razonan de la misma forma jugarán la carta del “Ellos” contra “Nosotros”: o apoyamos sin rechistar todo lo que en materia de inmigración hagan Gobierno, Policía y Guardia Civil (“Nosotros”) o estamos con el “enemigo invasor” (“Ellos”). Es decir, o eres un imbécil que se amputa su propia capacidad crítica, o eres un traidor a España. Complicada elección.

Aún a riesgo de que muchos me incluyan en la segunda categoría, intentaré demostrar que optar por un mínimo de reflexión no tiene porqué ser algo tan antipatriótico. Y es que creo, sinceramente, que mostrar reticencias hacia la vulneración de Derechos Humanos como método de “protección” de frontera y estar en contra de que el representante del Gobierno Central utilice la mentira para justificar su inoperancia e infundir odio contra el colectivo migrante constituye, por el contrario, una actitud en defensa de los principios democráticos, de nuestro espíritu constitucional y del Derecho Internacional. Y el patriotismo sólo puede ser patriotismo si respeta la Democracia y el Derecho. Por ende, nada más patriótico que señalar a quienes nos engañan y que exigir respeto por los Derechos Humanos.

Superado el primer falso dilema, vamos con el otro debate que se abre cada vez que alguien levanta la voz para exigir una política migratoria más humanitaria. Entre los partidarios de que todo siga tal como está (o de que incluso se imponga más “mano dura” a base de cuchillas, disparos, vallas y golpes), podemos distinguir entre dos grupos. El primero sería aquel cuya capacidad de raciocinio sólo alcanza a la pronunciación de cuatro palabras: “Mételos en tu casa”. Con esta fauna resulta obvio que la argumentación es un ejercicio inútil. No obstante, el segundo grupo es distinto. Amparándose en un sentido común (supuestamente irrebatible) fundamentado en que “las fronteras tienen que existir y hay que protegerlas”, reconocen las injusticias que conlleva el actual orden geopolítico. Sin embargo, cuando nos encontramos ante un episodio como el de hace unos días, su crítica nunca es contra dicho orden, sino contra el crítico con dicho orden, al que se le acusa de pontificar y berrear, pero sin capacidad de presentar alternativas, puesto que la cruda realidad es que no hay alternativas. No le dicen que meta a nadie en su casa, pero, igualmente, le recriminan su pronunciamiento desaprobatorio cuando se ejerce algún tipo de violencia estatal en la frontera.

En el planteamiento de este grupo hay varias trampas. En primer lugar, hay que decir que por supuesto que existen asociaciones, partidos políticos y colectivos que están cansados de proponer ideas para una política fronteriza diferente. Otra cuestión es que sean ignoradas. Por otra parte, si bien es cierto que la existencia de fronteras puede ser algo, hoy día, inevitable, no es menos cierto que también lo es la inmigración. Los procesos migratorios han existido y existirán siempre. Es una cuestión de enfoque. Si enfocamos el fenómeno desde una supuesta lógica basada en que las fronteras deben “protegerse” a cualquier precio, resultará evidente que quien se posicione en contra de la vulneración de Derechos Humanos no tendrá nada que ofrecer. En cambio, si partimos de la base de que las migraciones son consustanciales al ser humano y que debemos aspirar a un mundo en el que la movilidad humana sea un derecho, entenderemos que el camino no el blindaje, sino el establecimiento de vías legales y seguras (una de tantas medidas expuestas continuamente) para que nadie tenga que jugarse la vida poniéndose en manos de una mafia o saltando por encima de una cuchilla en las alturas. En definitiva, si cambiamos las premisas y los planteamientos, el desarrollo en la búsqueda de soluciones será otro, pues será otro el problema que se desea solucionar.

Dicho todo esto, conviene que no desviemos la discusión cuando hablamos de una actuación policial concreta en Ceuta (o de un Delegado de Gobierno concreto diciendo una mentira concreta). No nos encontramos ante un debate sobre alternativas ni sobre la geopolítica mundial, seamos menos pretenciosos. Estamos ante una simple cuestión de prioridades y jerarquías morales básicas. Casi doscientos inmigrantes han entrado en nuestra ciudad y hemos visto a policías españoles (lo que nos convierte en cómplices) propinándoles porrazos y patadas. Con todo, no han evitado que entren. Yo digo que pegarles está mal, incluso aunque así se evite su entrada. Soy consciente de que diciendo esto no estoy aportando ninguna solución al “problema” de la inmigración, sólo digo que estoy en contra de propinar golpes a personas inocentes como método de “protección de frontera”. Tal vez, mi postura conlleve más entradas. Me hago cargo. Ahora te hago la pregunta a ti: hay gente que en su régimen de prioridades opina que una frontera está por encima de los Derechos Humanos, que las fronteras deben protegerse “a sangre y fuego”, justificando con ello episodios como los del 6 de febrero de 2014, con quince víctimas mortales. Yo opino que no. ¿Qué opinas tú?