- A veces uno piensa que los taurinos, tan sumergidos en un mundo que la mayoría ni conocemos ni estamos interesados en conocer por razones obvias y que a menudo identifican con unos valores ideológicos determinados, sufren de tal cerrazón, están tan a la defensiva queriendo defender aquello que tanto placer –supuestamente- les reporta y tan amenazado sienten, que son incapaces de ver lo que el resto vemos, acabando siempre por acudir a argumentos peregrinos y hasta insultantes en las discusiones menos esperadas.

No sólo hay que hacerles ver que, a la hora de hablar de la prohibición o no de los toros, recurrir a la tradición, a la creación de puestos de trabajo (mediante subvenciones públicas, pues si no esta fiesta que la mayoría de españoles no consumimos sería imposible que sobreviviera) o al supuesto “derecho” que, al parecer, se tiene a hacer lo que se quiera con un animal al que previamente se le ha dado “una vida de puta madre” es desviarse del meollo de un debate que responde, únicamente, a dos cuestiones de trasfondo puramente ético: 1-Si es aceptable y puede llamarse cultura a la tortura de un animal. 2-Si está bien hacer espectáculo y negocio de la tortura de un animal.

Esto, tan sencillo de entender para tantos y tan difícil de entender para quienes sólo buscan preservar aquello que les gusta independientemente de planteamientos más o menos salvables, es algo que todos, antes de emprender la eterna discusión taurina, ya tenemos asumido. Lo que, al menos a mí, sí me ha sorprendido y me ha llevado a pensar lo que he escrito en las primeras líneas de este artículo, es que tantos y tantas hayan sido capaces de cerras filas en torno a la última barbaridad que se la ha ocurrido al tal Fran Rivera, de profesión matador de toros, y que le ha llevado a tener que dar cuenta ante la justicia. Por lo visto, sus defensores no ven nada de malo en torear vaquillas con tu bebé de unos beses en un brazo.

Si a la hora de discutir sobre la “fiesta” en sí es casi imposible hacer que se centren y discutan de lo que se está discutiendo, lo esgrimido en la defensa de este acto tan evidentemente indefendible para todos los que aún conservamos cierto sentido común es tan surrealista que uno ya no sabe si se está hablando realmente en serio: que si Carolina Bescansa (Podemos) también se ha llevado a su hijo al trabajo (porque claro, el debate no va sobre poner a tu hijo en peligro, sino sobre si llevarlo o no al curro); que si cada padre educa a su hijo como quiere (sin comentarios), etc.

Eso sí, el mejor de los argumentos ha salido de la boca del mismo diestro. Convencido de que todo se trataba d un ataque a la tauromaquia, a este genio no se le ocurrió otra cosa, a su salida del juzgado, que aludir al caso del asesinato de una criatura de 17 meses en Vitoria para así, por comparación de gravedad, eximirse a sí mismo de culpa y responsabilidad. Este recurso es, aparte de pura miseria intelectual, una artimaña sucia y detestable. Algo que muchos protaurinos, empeñados en defender “lo suyo” a capa y espada, serán, por desgracia, incapaces de ver.