Dicen los que saben que las situaciones tienen una caducidad, un tiempo límite en el que las informaciones ya se hacen repetitivas, la visión de los muertos cansa sin aportar nada nuevo y las imágenes de la catástrofe, sea la que sea, ya no merecen ni un breve en espacio para informativos de culto.

 

Así ocurrió con el Tsunami, con el 11-M e incluso con el todopoderoso 11-S con el que parecía que se iba a acabar el mundo. Esto le espera a Haití, a menos que una réplica vuelva a matar a cientos de haitianos; entonces, los habitantes de Puerto Príncipe, de Leogane o de Carrefour volverán a ser pasto de portadas morbosas, informativos especiales y tema de tertulia….eso, o que el Ejército benefactor instaure el estado de sitio para proteger a no se sabe quién. La diferencia es que en el primero de los casos se podrá contar en riguroso directo, y en la segunda será en un filtrado diferido.

 

No obstante, todo apunta a que la miseria y la desgracia de Haití se va a fundir bajo los focos de la ola de frío que hace en Europa, y claro, el frío anquilosa mucho, bien es sabido. Mientras, desde Cruz Roja Española se sigue con el reparto de ayuda humanitaria, ¿repito una vez más que se está haciendo desde el minuto 1 después de la catástrofe y que, desde entonces, ni a nosotros, ni a nadie de Cruz Roja, nadie de otro color de uniforme nos ha ayudado a trabajar? Pues eso. Coherencia.

 

Pero cierto es que todo tiene una fecha de caducidad. Las informaciones, los alimentos y las personas entran dentro del paquete. En Haiti, hay cosas caducadas desde hace tiempo, mucho tiempo, pero, si queremos hay cosas que se pueden remediar. Todo es cuestión de querer, pero… ¿queremos? Hoy he vuelto a estar en dos repartos de ayuda humanitaria. Con Cruz Roja Alemana y vari@s voluntari@s de la Cruz Roja Haitiana. El campo es grande pero la organización es muy buena. Todo está controlado por un comité de gestión que organiza todo lo recibido. El reparto corre de nuestra cuenta, el Comité vela por que haya orden y no existan abusos, y los beneficiarios recogen la ayuda. Esto viene a desmentir (creo que también lo he dicho ya pero no me importa pasar por repetido) que los haitianos son unos seres individualistas sin capacidad de organización. Esta puntualización no está de más porque mucho me temo que cualquier día nos intentarán vender esa moto para justificar cualquier otra cosa….

 

Tras finalizar el reparto, me quedo voluntariamente atrás y hago unas fotos. Me gusta quedarme solo con quienes viven en los asentamientos (también lo hago en otras partes) y hablar con ellos. Mis compañeros ya están dispuestos a salir (algunos ya están camino del segundo reparto) y yo inicio una conversación con una mujer que me pide ayuda. En francés y en inglés le explico que estamos haciendo lo que podemos, que cuanto más repartimos más nos falta por repartir, cuanto más trabajamos más trabajo queda por hacer, cuanto más camiones de agua salen a distribuir agua más agua falta (Cruz Roja Española ha superado ya los tres millones de litros de agua repartidos) y cuanto más voluntad le ponemos más ánimos nos hacen falta para seguir convenciendo que Haití va a seguir existiendo a pesar del decreciente interés informativo.

 

La conversación es seguida cada vez por más gente. Fácilmente hay cien personas rodeando al “blanquito” de Cruz Roja. Insisto.

 

Siento lo ocurrido. Hemos hecho miles de kilómetros para venir a ayudar, pero no podemos estar en todos los sitios al mismo tiempo, son millones son muchos cientos de miles (si digo millones me dirán que inflo cifras, y estoy dispuesto a asegurar que no exagero en lo más mínimo) a esperar algo, y esperan algo porque sencillamente no tienen nada o menos que nada.

 

Al final, lo de siempre. Agradecimientos, comprensión y repetida solicitud de ayuda. Apretón de manos y sonrisas. Es curioso, en ningún momento he sentido nada parecido al miedo; en ningún momento me he sentido presionado más allá de escuchar las quejas de personas que, con suerte, sólo tienen lo puesto. No, no he sentido la inseguridad en ningún momento, más quisiera yo haber tenido esa sensación de tranquilidad en muchos de los puntos de España que he visitado. ¿Qué esto es el idílico paraíso terrenal? Pues tampoco, pero desde luego no es como nos lo quieren pintar, no, así no es. Me subo en el coche y ponemos rumbo a otro campo.

 

En el camino pienso en los cientos de campos de diferentes tamaños que han florecido en los alrededores de Puerto Príncipe, pero de lo que nadie habla es de los campos que existen a varios kilómetros de aquí, en zonas más rurales donde la gente ha huido buscando protección. En Cruz Roja ya se está planificando esa ayuda, porque la ayuda debe llegar a tod@s. Esta situación extrema me recuerda a lo relatado por mi Yaya cuando habla de los campos de concentración en los que se aparcó, como si de ganado se tratara, a los españoles que lucharon contra Franco. Quizás no sean las mismas circunstancias, pero decorado es similar. Dolor intenso. “Aquí, todo lo que se reparta va a parar a alguien necesitado” me comentaba un compañero de la Cruz Roja Francesa. Axioma de la extrema necesidad.

 

El compañero procedente del hexágono también me relataba como, los dos camiones utilizados para un reparto (alquilados en Puerto Príncipe) se habían averiado en plena calle. Caducidad mecánica. Ambos vehículos, más parecidos a los que se pueden ver por las calles de la Habana que a cualquier otra cosa, habían rendido el alma intentando ir a uno de lo campos. Obviamente, el camión estaba cargado y eso todos los que por allí estaban lo sabían. Los franceses, ante la disyuntiva de trasvasar el camión e intentar ir al campo en otro momento o repartir, hicieron lo que debe hacerse. Pusieron en fila a todo el mundo, ordenaron a los beneficiarios para que nadie sufriera daño alguno y procedieron a repartir. Cuando no hubo más, dejaron de repartir y nadie protestó. Otro ejemplo más de cómo los haitianos se toman estas cosas.

 

El francés se confiesa superado por los acontecimientos, (¿coño, y quién no?) y afirma que ya han repartido ellos solos a 3000 familias, pero que lo queda es brutal. Las lágrimas en los ojos afirman que esto parece no acabarse nunca….y no, no se acaba nunca, por eso seguimos solicitando ayuda para continuar ayudando.

 

Los helicópteros siguen, noche y día, sobrevolando Puerto Príncipe y las diferentes ciudades de las cercanías (Leogane incluido), y cada vuelta de rotor debe costar lo que parte de un camión de toldos, cubos, cuerdas y demás cosas vitales para estos hombres y mujeres. Pero no, de eso no se habla…total, ya tenemos ola de frío, no?

 

En el camino de vuelta, unos cooperantes de otra organización salen, vestidos de sanitarios, de una escuela transformada en una improvisada clínica. Desde el coche nos saludamos efusivamente como si nos fuera la vida en ello….. de hecho, nos va la vida en ello. Es curioso como las tragedias unen a quienes trabajan en ella codo a codo. Fraternidad.

 

La cámara casi llegó ayer también a su caducidad, aunque unas manos expertas le dieron un respiro de última hora. Esa RCP in extremis me ha permitido seguir captando momentos de una tragedia que me ha marcado para siempre. La Iglesia del Sagrado Corazón es fiel testigo de la masacre ocurrida; la Naturaleza no respeta nada, ni la Casa de Señor.

 

Pero a la iglesia, un par de albañiles se afanaban en reconstruir una pared. Antagonismo. Allí, en el corazón de Puerto Príncipe, los habitantes están queriendo poner caducidad al dolor, pero nada es fácil cuando no se tiene de nada, o, como en este caso, menos que nada. Yo también tengo caducidad. En breve volveré al mundo de los gran hermano, diarios de fulanita y subidas de IPC; en breve, tras el consabido jet lag, la rutina diaria intentará dar cartas de naturaleza a mi caducidad en Haití.

 

Pero no, me niego a que así sea. Contra todo pronóstico, no quiero volver (a pesar del cansancio, entre otras cosas), Haiti me tiene cogido y no descarto volver, este es el Caribe al que me apetece venir.

 

Parece que han pasado meses desde que pisé Dominicana por primera vez, y desde luego me llevará vivencias para cuarenta existencias. Como me decía el galo, es mi primera misión pero no la última. Espero poder coincidir en la afirmación, no os imagináis cuanto lo deseo, yo mismo lo desconocía, y es que hay tanto por hacer todavía…”



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