Un documento de Presupuestos Generales del Estado no resulta sencillo de leer. Es lógico y normal que el ciudadano de a pie, sin formación económica ni experiencia, se pierda entre tantas cifras, tablas, datos y trampas que dificultan la tarea de interpretar política y socialmente las acciones previstas para cada una de las diferentes áreas necesitadas de inversión pública. Por tal motivo, la primera misión de cualquier portavoz del partido de Gobierno, una vez se presenta a la opinión pública un proyecto de Presupuestos, no debería ser otra que la de explicar, traducir al lenguaje común de los mortales un documento político bañado de tecnicismo ininteligible para la mayoría. Bajar a lo concreto y decirle a la gente, de la manera más cristalina posible, cuánto dinero se va a gastar y en qué se va a gastar.
Suele aparecer, en cada conversación acerca de las causas que durante cerca de dos décadas han propiciado sucesivas mayorías absolutas del Partido Popular en nuestra ciudad, un manido lugar común: “En Ceuta, la gente no vota al PP, sino a Juan Vivas”. Esta aseveración, tan simplista como (en mi opinión) falaz, tiene de su lado la fuerza irrebatible del perogrullo: un candidato bueno es mejor que uno malo.
Daniel Bernabé firmaba hace unos días un artículo en lamarea.com titulado “Deconstruyendo a Pablo Casado” en el que nos regalaba un interesante análisis de la carrera y el perfil político del visecretario general de Comunicación del Partido Popular. Selecciono un extracto que me sirve de introducción para lo que deseo explicar. Pido disculpas por la extensión:
Fue el máximo representante del Gobierno Central del Partido Popular en Ceuta durante seis años (1998-2004). Implicado en casos de corrupción (lo común entre los cargos de su formación política), Luis Vicente Moro está de nuevo en la palestra mediática debido a unas grabaciones en las que conversa con el sinvergüenza Ignacio González acerca de la posibilidad de montar unos cuantos “puticlubs con habitaciones cojonudas” por la zona de Palencia. El nivel de asco que produce esta gentuza repudia a cualquiera con un mínimo de sensibilidad.
Hace unos meses, con motivo de la Feria del Libro, nos visitaba el poeta Luis García Montero. Entre las múltiples claves que sus dos charlas nos dejaron acerca del oficio literario, se colaron, como era de esperar en un intelectual comprometido desde siempre con los problemas de su tiempo, bastantes elementos concernientes a su visión político-social. Un enunciado se me quedó grabado y, desde entonces, me viene a la mente con bastante frecuencia: “Reivindico el derecho a la admiración”.
En las discusiones acerca de lo que ocurre en Catalunya, es común la apelación a argumentos antinacionalistas por parte de quienes se oponen a que el pueblo catalán pueda expresar en unas urnas qué clase de relación jurídica quiere con el resto del Estado. El nacionalismo es algo malo, dicen, una aseveración que, de un lado, no hace distinción alguna entre los diferentes universos simbólicos que pueden constituir las distintas identidades nacionales y que, de otro, asume que cualquiera que esté a favor de un referéndum es, automáticamente, un nacionalista. Dos errores que lastran la posibilidad de cualquier debate serio.
Julio Basurco
Hace unos días, comenté a mi hermana y un par de amigos la conclusión a la que había llegado acerca de un personaje de una serie de televisión. Tras la exposición, me señalaron un elemento que no había tenido en cuenta y que, decían, invalidaba mi teoría. De primeras, intenté defender mi postura y buscar rápidamente en la memoria (no podía ser que no hubiera caído en la evidencia que ellos señalaban) algo que me permitiera mantenerla. Finalmente, y al verme sin una respuesta digna, no pude más que reírme y reconocer que todo mi argumento se había ido al carajo.
La izquierda siempre se ha empeñado en regalarle las mejores armas al enemigo. Es como una maldición. Ocurrió cuando el marxismo compró la tesis liberal de que la democracia sólo era posible con el capitalismo. Entonces, si se quería terminar con lo segundo, había que acabar también con lo primero. Así, en lugar de elaborar una teoría política que explicara que el parlamentarismo, la separación de poderes, la libertad de prensa y todas las instituciones republicanas se volvían una mentira bajo condiciones capitalistas, muchos marxistas asumieron que toda la obra de la Ilustración no era más que una idea “burguesa”, iniciando así la búsqueda de algo mejor que la ciudadanía, de algo mejor que la idea de democracia. Se tiraba al niño con la ropa sucia. Y se le regalaba al capitalismo la defensa del estado de derecho.