Tras la vorágine futbolística en la que todos hemos vivido los últimos días, toca ahora guardar el triunfo de La Roja en el baúl de los mejores recuerdos colectivos. Talado el árbol de la Eurocopa, el panorama del bosque no es desolador, pero tampoco tranquiliza mucho.

Mis vacaciones veraniegas, por aquello de la crisis -en mi caso no estoy en desaceleración del crecimiento- se limitan a paseos matinales, pequeños recados y disfrutar del videojuego, el reproductor de dvd, algún libro y el aire acondicionado. En uno de esos paseos matinales, arribo a la Plaza de los Reyes y me encuentro de cara con Juan José Cortés. Qué a un hombre como este, pasando lo que ha pasado, aún le queden ganas de sonreir y transmitir una mirada de serenidad a quien se acerca a su stand, me parece encomiable a la par que sorprendente.

Yo ya he firmado. Ya he firmado porque, a pesar de no ser padre, si tengo niños en mi familia, en mi círculo de amistades. Y porque no vamos a poder evitar, jamás, que un elemento como Santiago Del Valle ahoge sus malditos complejos en las carnes de algún menor. Pero al menos que purgue, que se le aisle de la sociedad, que se le ponga a buen recaudo, que se le encierre como a la peor de las bestias. Tras firmar, estrechar la mano de Cortés y marcharme me encuentro con un amigo, que me confiesa sus ganas de quemar vivo a todos los que hacen este tipo de cosas. No. Seríamos iguales que ellos, y aunque parezca un toque romántico, no lo es. Pero si debemos conseguir, si debemos decirle a nuestros políticos, que al fin y a la postre son los que hacen y cambian las leyes, que este si es un tema que nos importa.

Que haya quien quiera equiparar los derechos del simio al ser humano, pues me parece bien, por no decir sumamente cachondeable. Por cierto ¿qué han hecho los pobres monos para que les equiparen con nosotros?. Qué en el segundo renglón del tercer párrafo del preámbulo del proyecto de Estatuto de autonomía de una determinada región diga que una parte de sus ciudadanos tienen sentimientos de nacionalidad con respecto a su autonomía, me es casi indiferente. El qué se levanta a las cinco de la mañana para llevar fruta del Levante a Francia seguro que tiene muchos más problemas qué ser ciudadano de una región con identidad nacional. Pero esto no. Fue Mari Luz Cortés, como fue Sandra Palo, como fue Anabel Segura, como fueron Miriam, Desiré y Toñi, como fueron tantos otros, como sólo Dios sabe que habrá sido de otros casos de niños desaparecidos. Pero podríamos haber sido cualquiera de nosotros, de nuestros hijos/as, de nuestros vecinos. Por eso, yo ya he firmado. Y a los próceres de la patria, un consejo, de ciudadano que pisa, vive y palpa la calle. Los políticos están perdiendo prestigio ciudadano a pasos agigantados. Los españoles, los urbanitas y los rurales, se sienten cada vez más alejados de quienes les legislan y gobiernan. Aquí tienen ustedes una oportunidad para que la voz de los ciudanos llegue al congreso y se plasme en medidas oportunas. ¿Qué hay que reformar la constitución o el Código Penal?. Y lo qué haga falta. Llevamos, por ejemplo, quince años asistiendo al vergonzoso espectáculo de que cada gobierno que llega, cambia de arriba abajo el sistema educativo, y no pasa nada. En esta reforma, si estaremos la mayoría con ustedes. Permítannos sentirnos orgullosos de ser españoles más allá de un partido de fútbol.

Claro que no faltarán los que hablen de democracia, reinserción y buenrollismo. Ante estos crímenes, no cabe. La democracia es fuerte, más si se protege a los buenos. Y como escribiera Antonio Rivas, los buenos son los normales. Yo ya he firmado, querido/a lector/a. ¿Y usted?