- “No” y Podemos: cine y política

El 11 de septiembre de 1973, tras el bombardeo del Palacio de la Moneda de Chile a manos del General Augusto Pinochet y sus secuaces, se ponía fin al gobierno popular de Salvador Allende. De este modo siniestro y brutal culminaban los planes que desde hacía más de tres años se fraguaban en los despachos de la Casa Blanca y las patronales chilenas. El experimento neoliberal, con Milton Friedman y sus “Chicago boys” a la cabeza de las políticas económicas basadas en la privatización y el saqueo, comenzaba su andadura en el mundo a través del terror, la represión, las desapariciones y la oscuridad más absoluta.

La trama de la película “No” de Pablo Larraín tiene lugar 15 años después, concretamente durante los días que precedieron al 5 de octubre de 1988, fecha en la que el pueblo chileno, referéndum mediante, decidió liquidar la dictadura militar impuesta desde Washington. Gael García Bernal interpreta a René Saavedra, el publicista -e hijo de exiliados- encargado de dirigir la campaña del “No” que da nombre a la cinta y cuyo triunfo en la consulta propiciará la transición de Chile hacia la democracia liberal.

“No” es una auténtica lección acerca de la importancia del marketing y el manejo de los medios de comunicación a la hora de hacer política, sobre cómo, en el momento de competir en el terreno electoral, los principios deben ser adaptados a la fea y frívola realidad de un mundo superficial diseñado por los enemigos del pensamiento crítico y el debate de ideas serio y profundo. Una escena de la película refleja esta realidad de forma inmejorable. En un salón, René les enseña un vídeo de campaña a los representantes de la oposición democrática, la mayoría de ellos comunistas y socialistas que han sufrido cárcel y tortura. Lejos de mostrar los horrores del fascismo pinochetista, las imágenes que aparecen en pantalla acogen escenas alegres de gente feliz clamando por el cambio en un ambiente primaveral, cursi si se quiere. “Chile, la alegría ya viene” es el estribillo elegido para la canción principal de la promo. Los viejos militantes se quedan atónitos. “¡Esto parece un comercial de Coca-Cola!” grita uno. Otro, indignado, decide abandonar la reunión, no sin antes dedicar unas palabras a los artífices de tamaña falta de respeto: “Nosotros hemos vivido en carne propia la violencia de esta dictadura. Yo tengo un hermano desparecido y a mis mejores amigos degollados; esto es una campaña de silencio. Esas imágenes son lo que ustedes son, yo no voy a ser cómplice. Te puedes ir directamente a la concha de tu madre, ¡huevón!”.

En el momento en que escoge abandonar la sala y optar por su impoluta comodidad ética en lugar de mancharse y asumir las contradicciones de un terreno de competición que no ha escogido, este -sin duda honorable- señor está renunciando a la victoria y a la posibilidad de hacer de la política el instrumento mediante el cual mejorar la vida de la gente, y no una mera zona de confort personal en la que, a través de un inoperante ejercicio de narcisismo, refugiarse de la frialdad de un mundo terrible a cuya transformación, de facto, se da la espalda.

La máxima de “No” es la enseñanza de que la política no es sitio para guardianes de purezas ideológicas… y en la izquierda española actual, por desgracia, muchos puristas continúan prefiriendo abandonar la sala antes que mancharse. Los ataques a Podemos son buena muestra de ello. Es curioso que se acuse a la fuerza que ha logrado abrir una brecha en el régimen político del 78 de renunciar al lenguaje que durante décadas han utilizado las fuerzas que en su seno discursivo albergaban las esperanzas de un cambio hacia una democracia más social, redistributiva y solidaria. Llama la atención que se le eche en cara a Podemos el abandono de, precisamente, todo aquello que ha llevado a la izquierda transformadora a convertirse en una isla sin apenas capacidad de influencia en la vida política nacional.

Creo que fue Albert Einstein quien dijo aquello de que “Si no quieres que el resultado sea siempre el mismo, no hagas siempre lo mismo”. Muchos deberían tomar nota. Tal vez así logremos que 2015 sea de verdad el año en el que los españoles y las españolas entonemos nuestro “La alegría ya viene” particular. Feliz año nuevo. Feliz año del cambio.