A la hora de defender una postura en un debate considero que casi más importante que la postura en sí son los argumentos sobre los que su defensa se sostiene. Es decir, se puede tener un posicionamiento positivo y, sin embargo, defenderlo de manera pobre o errada. O viceversa. Un ejemplo que siempre se me viene a la cabeza a este respecto es algo que ocurrió cuando murió el socialista Pedro Zerolo. Entonces, se hizo viral un vídeo en el que un presentador televisivo conversaba por teléfono con un sacerdote. Ambos dejaban clara su sensibilidad franquista. Mientras que el cura afirmaba que la muerte de Zerolo era un castigo divino debido a su condición sexual y su contribución en la consecución del matrimonio igualitario en España, el presentador declaraba que le daba más pena la muerte de un perro que la del socialista. La unanimidad en la condena a estas palabras fue, felizmente, la reacción más leída en redes. Sin embargo, recuerdo que no estuve de acuerdo en los argumentos que sostenían quienes conmigo coincidían en la repulsa hacia esos dos bichos.

“No está bien alegrarse de la muerte de nadie”, decían muchos. Es decir, el “pecado” del cura y el presentador era, simplemente, haber experimentado un sentimiento, en este caso, el de alegría. Me pareció y me sigue pareciendo un argumento equivocado que sitúa al cura y al presentador en el mismo plano moral que el judío que se alegró de la muerte de Hitler, el preso del gulag que celebró el fin de Stalin o el español represaliado por Franco que brindó el 20 de noviembre de 1975. Lo malo, en realidad, no es sentir alegría por la muerte de alguien, sino aquello que nos hace pensar que la muerte de alguien debe merecer nuestra alegría. Alegrarse de la muerte de quienes consideramos genocidas o dictadores es un sentimiento absolutamente lógico y humano, del mismo modo que es normal que un religioso considere que toda desgracia guarda alguna relación con la providencia y “el plan divino”. Lo grave no es que un cura crea en castigos caídos del cielo o que alguien piense que la vida de un perro vale más que la de un ser humano concreto; lo grave y despreciable es que alguien crea que ser homosexual es motivo de castigo o de que tu vida valga menos que la de un perro. El cura y el presentador son dos miserables no por sentir alegría por la muerte de alguien, sino por albergar una homofobia que les lleva a la práctica deshumanización de los homosexuales y a alegrarse de la muerte de alguien por el mero hecho de que ese alguien sea homosexual.

Estos días he presenciado otros dos debates en los que posturas que podían ser perfectamente legítimas eran defendidas con argumentos poco sostenibles. El primero es en clave local: la polémica debida a la coincidencia con el mes de Ramadán de la graduación de los alumnos de la Facultad de Granada. En muchos de los comentarios de quienes pensaban que la fecha debía respetarse a pesar de tal coincidencia, se repetía un “latiguillo” que pretendía ampararse en principios laicistas: “¿No queremos que la Religión no influya en la vida pública? Pues ya está”. Claro. Ese argumento tendría sentido si de verdad pudiera aplicarse a todas las confesiones. Pero es ridículo pensarlo. ¿Acaso alguien con dos dedos de frente puede defender que la fecha escogida para una graduación o similar en nuestro país sea, por ejemplo, el 24 o 25 de diciembre, el 6 de enero o cualquier día de Semana Santa? Es más, ¿alguien puede sostener que se eliminen las vacaciones de Navidad o Semana Santa y se escojan otras fechas más “laicas”? Seamos serios. Ser católico (o culturalmente católico) y defender que la religión no interceda en la vida pública es fácil, ya que sabes que tus fechas religiosas están absolutamente protegidas de cualquier coincidencia con ninguna celebración no religiosa. En este caso, la carta del laicismo no es válida.

El otro debate tiene que ver con fútbol y machismo. Un periódico alemán ha publicado que, presuntamente, Cristiano Ronaldo pagó una determinada cantidad de dinero para librarse de una denuncia por violación hace unos años. Al margen de los hooligans de un bando u otro que han atacado o defendido al futbolista basándose en intereses deportivos, algunos, queriendo ampararse de manera justa en la presunción de inocencia, añadían algo absolutamente erróneo, simplón y, sí, machista: “A Cristiano le sobran las tías. No tiene necesidad”, dejando claro, pues, que no consideran posible que alguien guapo y con éxito pueda violar a nadie. Es decir, las violaciones, al igual que el consumo de prostitución, quedan reservadas a los hombres feos que tienen dificultades para practicar sexo sin pagar o agredir (valga la redundancia). Una visión de la violencia machista en el plano sexual absolutamente arcaica y estúpida.

Dejando a un lado ya el caso concreto de Cristiano Ronaldo, es importante recalcar que tanto la prostitución como las violaciones no tienen qué ver con ligar mucho o ligar poco, sino que guardan relación con una cultura machista que cosifica a la mujer, relegándola a mero objeto cuya función no debe ser otra que la de satisfacer al hombre. En muchos casos, la fama y el éxito incluso contribuyen a la profundización de tal sensación: quien se acostumbra a que todo el mundo a su alrededor haga lo que él quiere tendrá, por norma general, más dificultad para aceptar un No por respuesta. Defender la presunción de inocencia es siempre sano y deseable; creer que alguien no es un violador porque es un millonario famoso y atractivo es paupérrimo en términos de argumentación, al igual que acudir a moralinas o al falso laicismo en según qué discusiones.