La clase media siempre ha sido un concepto más subjetivo que objetivo. Alguien puede considerarse clase media ganando 700 euros, ganando 3000, trabajando de camarero, estudiando o ejerciendo de abogado o arquitecto.

Ser “clase media” tiene más que ver con una visión del mundo, con unas aspiraciones, con una ideología asumida y fundamentada en valores conservadores e individualistas.

Slavoj Zizek, en “Robespierre. Virtud y Terror”, nos recuerda que: “La clase media está contra la politización y sólo quiere mantener su modo de vida (…) (y por eso tiende a apoyar los golpes autoritarios que le prometen poner fin a la enloquecida movilización política de la sociedad, de manera que cada uno pueda volver al lugar que le es propio). Por otro lado, constituye —so capa de la laboriosa y patriótica mayoría moral, que se siente amenazada— el principal componente de las movilizaciones de masas al estilo del populismo de derechas, como sucede por ejemplo en la Francia actual, donde la única fuerza que realmente perturba la administración humanitaria y tecnocrática pospolítica es el Frente Nacional de Le Pen”.

En Ceuta, esta ideología del “clasemedianismo” atemorizado ante las aspiraciones de politización del dolor de los “nadie” alcanza niveles realmente preocupantes cuyas consecuencias, por desgracia, sólo parece que seremos capaces de ver cuando ya sea demasiado tarde. El pasado sábado, pudimos asistir a varios hechos que pueden servirnos para el análisis.

Por un lado, la concentración de la tarde contra la “Europa Fortaleza”. En estos momentos, pocas causas pueden ser más nobles, humanas y necesarias que la de reivindicar vías legales y seguras para que, entre otras cosas, el mar Mediterráneo deje de ser la mayor fosa común del mundo. No obstante, y si bien es cierto que apenas se publicitó, poco más de un centenar de ceutíes (esos imprescindibles que nunca fallan) acudieron al acto, algo que contrasta (y que da la razón a Zizek cuando nos dice que lo único que le interesa al concepto ideológico “clase media” es mantener su estatus y su “orden”) con la gran afluencia que hace unos meses tuvo la manifestación de “Ceuta insegura”. Vemos, de un lado, el fracaso de una iniciativa solidaria, que busca el bien del “otro”, aunque ello pueda provocar que nosotros, los que mejor estamos, tengamos que arrimar el hombro, compartir, ayudar, colaborar; de otro, el éxito de una iniciativa fundamentada únicamente en el interés personal: mi derecho a que nadie perturbe mi tranquilidad.

Si las concentraciones en favor de los derechos de los inmigrantes jamás cuentan con el respaldo de la población ceutí es por la percepción de la inmigración como algo que altera el “orden” y la “paz” existente. Una paz que, huelga decir, no es paz, sino la comodidad de unos con indiferencia de la exclusión de otros. Al terminar la concentración contra la “Europa Fortaleza”, un inmigrante fue agredido. Le reventaron un vaso en la cabeza. Teniendo esto como único dato, los comentarios en redes sociales no se hicieron esperar: la mayoría contra la víctima. Algo habría hecho. ¿Por qué? Porque el inmigrante es alguien ilegítimo contra el que cualquier medida es legítima. El inmigrante es el desorden y, por lo tanto, lo que se haga contra él es el orden.

Si todo esto no fuera así, no podría entenderse el último hecho del pasado sábado: que el Auditorio del Revellín se viniera abajo cuando el cuarteto ganador afirmó desde el escenario: “Más pena me da que los políticos se preocupen más por los negritos que por los caballas”. Una mentira insostenible a todas luces. Una muestra de victimismo absurdo, de egoísmo disfrazado de patriotismo, pero que sin duda funciona. Da igual que hablemos de subsaharianos o de refugiados sirios en la mayor crisis humanitaria desde la II Guerra Mundial; la víctima nunca será el “otro”, sino nosotros. El “otro” será un privilegiado porque el simple hecho de que el “otro” pueda acceder a derechos básicos (pan, techo, salud) es visto como un privilegio cosechado a costa del maltrato al autóctono.  El “otro” tiene que estar en la “mierda” y agradecido de estarlo, sin atreverse a reclamar nada. Lepenismo puro y duro.

Luchar por Ceuta tiene que traducirse obligatoriamente en el intento por subvertir esta realidad desalentadora y deprimente. Mientras en Cádiz se canta contra la xenofobia y el poder, aquí consideramos “rebelde” y contestatario cantar contra el que peor está. Aplaudimos que el penúltimo culpe de sus males al último. Querer esta tierra es querer que esta tierra cambie a mejor. Y eso, de momento, debe pasar por algo fundamental: que el silencio, la risa cómplice y el miedo a ser minoría de la gente buena termine. La despolitización interesada debe dejar paso a la politización justa y democrática.

Julio Basurco.