- El 10 de noviembre de 1989 cayó el Muro de Berlín.

El aniversario de aquello que a grandes rasgos marcó el comienzo de lo que sería la el fin del llamado “Socialismo real” ha servido de excusa para que los defensores del régimen corrupto de 1978 llenen páginas y páginas celebrando el “triunfo de la libertad”, advirtiéndonos, por supuesto, de los peligros que entraña la aparición de nuevos partidos a los que la gente pueda votar, identificando a todo aquel que desafíe el actual estado de las cosas con Stalin, Enver Hoxha o el mismísimo Satanás (aunque las tesis doctorales de algunos de estos nuevos “demonios” traten sobre la falta de legitimidad democrática de sistemas como la RDA).

La maniquea lectura que se presenta consiste en que había buenos demócratas (el capitalismo internacional) y malos totalitarios (comunistas). Los buenos ganaron y los malos perdieron. Fin de la historia y a comer perdices. Viva Fukuyama.

En este artículo no voy a rebatir tal infantilismo (luego son los otros los populistas que “simplifican las cosas”). Tampoco pretendo hablar de las bondades o las miserias de los países del Este durante la Guerra Fría, ni de los condicionantes geopolíticos y económicos imprescindibles para abordar un tema de tal calado sin caer en el simplismo, ni de la importancia crucial de un bloque oriental a la hora de extender derechos en el bloque occidental. Lo que quiero es hacer referencia al origen de todo. Quiero mencionar a ese señor llamado Karl Marx, y para ello, hago mías las palabras de Francisco Fernández Buey al inicio de su libro “Marx (sin ismos)”: “Karl Marx ha sido, sin duda, uno de los faros intelectuales del siglo XX. Muchos trabajadores llegaron a entender, a través de la palabra de Marx, al menos una parte de sus sufrimientos cotidianos, aquella que tiene que ver con la vida social del asalariado. (…) En su nombre se han hecho casi todas las revoluciones político-sociales de nuestro siglo. En nombre de su doctrina se elevó también la barbarie del estalinismo. Y contra la doctrina que se creó en su nombre se han alzado casi todos los movimientos reaccionarios del siglo XX”.

Si reivindico el legado de Marx es porque me parece justo hacer de contrapeso ante la poca vergüenza de aquellos que, a sabiendas de la manipulación que ejercen, criminalizan continuamente a todo aquel que se autodenomine marxista. Criminalizan una filosofía, unas ideas, queriendo atribuir a dichas ideas todo crimen que en su nombre se haya podido cometer. Acusan de “comunista” a cualquier crítico con este neoliberalismo empobrecedor, como si ser comunista fuera en sí mismo algo malo, como si no fuera gracias a la lucha de muchos comunistas que hoy existen derechos laborales, jornada de ocho horas, sufragio universal y no sólo de los propietarios, Sanidad pública, Educación pública o pensiones.

Nadie en su sano juicio culparía a Cristo o al cristianismo de lo que en su nombre se hizo durante los oscuros días de la Inquisición o las guerras religiosas, de la cruzada nacionalcatólica del general Franco o de la aniquilación de tantos indígenas en América Latina. En cambio, sí que acuden al “libro negro del comunismo” para meter miedo. Quieren que la gente tenga miedo de votar otra cosa. Quieren que la gente tenga miedo de la democracia. Jamás cuentan estos “hijos de McCarthy” cuantos comunistas se dejaron la vida por la democracia, cuantos comunistas se opusieron al dogmatismo y el totalitarismo estalinista, cuantos comunistas lucharon contra el racismo, contra la explotación, contra la colonización que sustentaban aquellos que hoy se llaman “demócratas de toda la vida” y que jamás tuvieron más patria que su bolsillo. Criminalizar al marxismo como ideología, equipararla al fascismo (léase mi artículo “Esa tontería de que los extremos se tocan”) sólo puede evidenciar dos cosas: o una ignorancia cuya cura está en la lectura o una mala baba propia de esa reacción a la que hacía mención Fernández Buey. Que cada uno elija.

Por cierto, aún hay muchos muros que derribar. Se me viene a la cabeza el Muro de la vergüenza construido por Israel para la opresión de la población palestina. No estaría mal que nuestro diputado Francisco Márquez también dijera algo al respecto. Pero sin equidistancias tramposas, por favor.