Si les va bien a los de arriba, el goteo hará que nos vaya bien a todos los demás. Básicamente, así se resume la política del (neo)liberalismo económico, es decir, de la derecha política. Por ello, nos dicen que es contraproducente pretender que las grandes empresas paguen más impuestos (se irán a otro sitio y no habrá trabajo) o exigir que los trabajadores tengan garantizado un salario digno (de nuevo, los empleadores cerrarán la empresa y no habrá trabajo), etc. Del mismo modo, es desastroso explorar vías hacia ingresos mínimos vitales (la gente se acomodaría y no querría trabajar) pero absolutamente necesario rescatar con dinero público a las entidades financieras. Cuidar de los ricos para que los pobres prosperen. Este dogma ideológico está en el ADN del Partido Popular y de él derivan todos los argumentos utilizados para, a ojos de la ciudadanía, tratar de justificar la (injustificable) obra de la Gran Vía.

Gastar nueve millones de euros en embellecer una de las zonas más cuidadas de la ciudad mientras existen barriadas sin saneamiento y nos azotan problemas graves (desempleo, escasez de vivienda, desigualdad, etc.) sin solución planteada a medio plazo constituye un insulto en toda regla a la inteligencia colectiva. El Gobierno lo sabe y sólo puede apelar a la fe, a la “ideología” ciega, a que nos convenzamos de que ellos son quienes saben de gestión, por más que nuestros ojos y el sentido común nos muestren lo contrario. Las justificaciones de sus portavoces son peregrinas, cuando no absolutamente ofensivas. Así, afirman que la obra en cuestión creará empleo, un argumento ridículo. Evidentemente, cualquier obra necesita de trabajadores que la construyan. El mismo trabajo (o seguramente más) se crearía adecentando cualquier barrio necesitado de la ciudad. Nadie critica que haya obras. Al contrario: se pide que se lleven a cabo en los lugares en los que no se hace y que sí las necesitan. Por otro lado, “crear empleo” en una ciudad con catorce mil desempleados debería entenderse como algo mucho más estructural y estable de lo que puede producir una obra aquí o allá.

También hemos escuchado que el proyecto repercutirá positivamente en el turismo, algo que, sencillamente, nos tenemos que creer porque sí. Sin duda, suena muy realista. Todos sabemos que lo que estaba esperando tanto el turista comercial al otro lado de una frontera caótica, como quienes, cruzado el Estrecho, ni siquiera conciben Ceuta como posible destino turístico al no haberles llegado jamás nada acerca de nuestra oferta cultural o gastronómica, eran farolas, fuentes y jardines verticales arropando la estatua de Sánchez-Prado. Ahora, sí.

Por más que el Partido Popular repita hasta la saciedad que es bueno para todos y todas gastar casi diez millones de euros de dinero público en aquello que está bien, su empeño en seguir adelante con un proyecto que ha sido altamente censurado tanto a nivel social como político únicamente puede obedecer a que consideran que el año que viene todo el ruido actual se habrá apagado, quedando sólo la imagen de una Gran Vía prominente, perfecta constatación del “Qué bonita está Ceuta” que tanto rédito político le ha dado a Juan Vivas y tras el que subyace el nunca confesado visto bueno a un proyecto de ciudad basado en la desigualdad y la fragmentación social. El actual gobierno necesita un golpe de efecto para su gente.

El discurso situado en la extrema derecha (mano dura contra los pobres, nacionalismo exacerbado y agresivo, política económica a favor de la patronal y contra los derechos de los trabajadores, populismo punitivo como respuesta a la sensación de inseguridad ciudadana, etc.) de Ciudadanos está restando apoyos a un PP que hasta ahora había sido capaz de aunar el voto conservador/liberal más moderado y el del “facha” de toda la vida. Para gran parte del electorado popular que ahora disputan los naranjas, el centro de la ciudad representa esa Ceuta “cristiana” de clase media que hay que “defender” frente a la Ceuta pobre y musulmana de las barriadas. El Partido Popular tiene que demostrar a quienes se plantean optar por Ciudadanos (y que plantean abiertamente que el principal problema de la Gran Vía son los “cafetines” regentados por ciudadanía musulmana) que su prioridad sigue siendo la primera. Y es en ese marco, y no en ninguno relacionado con Empleo o Turismo, en el que adquiere sentido realizar obras disparatadas y ofensivas en la capital del paro y la pobreza.