- Es muy común eso de hacer referencia, en forma de lamento, a “las dos Españas” cada vez que surge algún tipo de conflicto entre diferentes formas de entender la vida en común.

Lo que debiera ser el fundamento básico de la democracia, esto es, la confrontación real de ideas, de modelos de sociedad contrapuestos, continúa dando pavor a muchos que entienden que democracia es sinónimo de no discutir, en lugar de lo contrario. Pretendiendo representar la responsabilidad y la moderación, quienes expresan tal miedo al disenso demuestran, paradójicamente, poca madurez ciudadana, pues apelar a la Guerra Civil y a historias de fantasmas cada vez que surgen nuevos enfoques acerca de los consensos que hasta ahora han limitado la posibilidad de debate sobre determinadas cuestiones refleja, en última instancia, un profundo temor a la democracia. Hablar de “las dos Españas” es instaurar el miedo a discutir. Pero no sólo. También es manipular el sentido fundacional de tal expresión.

Según Luis García Montero, profesor de Literatura en la Universidad de Granada antes que candidato de Izquierda Unida, cuando Antonio Machado escribió aquello de “Españolito que vienes al mundo te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón” no se estaba refiriendo, como tantas décadas de relato interesado nos han hecho pensar, a la España “de izquierdas” frente a la España “de derechas”, sino a aquel sistema parlamentario de la época de Cánovas y Sagasta en el que dos partidos, uno con la etiqueta de “liberal” y otro con la etiqueta de “conservador”, constituían, en realidad, un único partido defensor de los intereses de las oligarquías. Machado criticaba el teatro de un bipartidismo que no era tal, de “dos Españas” que no eran dos, sino una que se diluía en dos partidos formalmente diferentes, pero materialmente similares. Por tanto, no es necesario aclarar que de trasladar la crítica de las “dos Españas” a nuestros días, con arreglo a las intenciones del autor de “Campos de Castilla”, su utilización sería muy diferente, mucho más cerca del cuestionamiento del bipartito nacido de la Transición que de la confrontación de ideas y modelos diferentes.

Seguro que Pedro Sánchez se siente mucho más cómodo en la mentira de los versos de Machado que asumiendo su verdadero significado. Al Secretario General del PSOE no le sienta bien que los demás partidos, haciendo valer sus escaños, puedan dificultar el reparto bipartidista que hasta ahora se ha venido haciendo en nuestro país, concretamente el poder de los socialistas en su plaza por excelencia, Andalucía. Cuando el sábado pasado fue preguntado en “La Sexta Noche” por los problemas de Susana Díaz para ser investida como Presidenta de la Junta, Sánchez, en alusión a la supuesta postura de “bloqueo” adoptada por Podemos, dijo que cada vez entendía más que Julio Anguita fuese el referente de Pablo Iglesias.

Pedro Sánchez se refería a aquello que el Grupo PRISA, el histórico dispositivo de creación de imaginario del PSOE, se inventó en los años 90 para desprestigiar a una Izquierda Unida, con Anguita a la cabeza, que decidió no ser un apéndice del Partido Socialista: la “pinza”, una alianza entre IU y PP para desgastar al PSOE. Victimismo puro y duro de aquel que vive instalado en la arrogancia de pensar que el sitio que ocupa le pertenece por derecho propio y que todos aquellos que pretendan luchar contra las políticas de derechas deben rendirse a sus pies y convertirse en sus criados. Mientras “El País” y la SER hablaban de la pinza, el PSOE, de la mano del PP, asentaba el neoliberalismo en España. El teatro de las “dos Españas” que decía Machado. Y aún nos quedan dos semanas de campaña.