Uno de los mayores logros del pensamiento predominante ha sido la interiorización de la teoría norteamericana del "loser". No somos ciudadanos con derechos, sino meros "empresarios de nosotros mismos" que debemos invertir en nuestro proyecto vital como si de un negocio se tratara, tenemos que ser buenos "recursos humanos", seres empleables o emprendedores. Si bien en el libre mercado, caracterizado por la ley de la oferta y la demanda, la empresa que cierra es porque no ha sabido captar la necesidad del consumidor, aquella persona desgraciada lo es por no haber sabido "no serlo". La culpa de su desgracia es suya por no haber sabido invertir bien en sí mismo, en su empresa.

Siempre hay algo con lo que culpar al pobre, al desempleado, al desahuciado. "Haber estudiado más", "haber sacado mejor nota", "no haberte hipotecado". Es más, en un sistema que se nutre de la competitividad, no sólo se ha conseguido que nos sintamos culpables de nuestra propia miseria, sino que también achaquemos falta de responsabilidad a aquel que, por sus motivos familiares o personales, es beneficiario de aquellas "ayudas" (derechos verdaderamente) que a nosotros se nos niegan. "Claro, a ella la ayudan por tener hijos... ¡pues no haber tenido hijos!". Lo "responsable" hoy día es, al parecer, no asumir ninguna responsabilidad, pues en un mundo en el que jamás tendrás seguridad económica, asumir la responsabilidad que conlleva ser padre o comprarte una casa con tu pareja es poco menos que un acto temerario cuya factura debes pagar. "Si has sido un irresponsable teniendo hijos y comprándote un piso, ahora te jodes, no haberlo hecho". Así es como nos quieren. Y así es como nos tienen. Hay que ser lo menos "costoso" posible, lo contrario es ser un mal ciudadano, una carga para el resto.

Es indispensable que la gente asuma esta forma de socializar dentro de una coyuntura en la que las reglas de juego han cambiado y el trabajo ya no es garantía de bienestar. Como le comentaba Ramón Espinar, portavoz de Juventud sin futuro, a Laura Ortiz en la entrevista que le concedía hace unos días en el blog "De vuelta y vuelta", "nuestros padres vivían en un mundo de certezas, ellos vivían en un mundo en el que tenían la certeza de que si tenían un trabajo tenían un proyecto de vida, y eso nosotros no lo tenemos". Efectivamente, hoy la única certeza es que no hay certezas.

En nuestra mano está subvertir la situación y frenar unas políticas que se ha demostrado que no funcionan. O mejor dicho, que funcionan muy bien, pues el objetivo jamás fue el bienestar ciudadano, sino la maximización de beneficios de una banca y unas grandes empresas que crecen a medida que la población del país se empobrece. Nos dicen que salimos de la crisis a la vez que los niños españoles son los segundos de Europa en malnutrición, que la juventud emigra o que los comedores sociales no dejan de recibir nuevas bocas que alimentar. Pero claro, ellos tienen la culpa. Fueron unos irresponsables.