Julio Basurco Díaz

Tras muchos meses, me he decidido a escribir un nuevo artículo. Si bien en muchas ocasiones es bueno callar y tomar distancia, el fin del ciclo electoral —con su correspondiente recomposición de la Asamblea— invita a que, quienes creemos tener algo que aportar al común, pongamos nuestras ideas sobre la mesa para que sean analizadas y discutidas.

Los resultados del pasado mayo exigen una reflexión. Durante los próximos cuatro años, seis de los veinticinco asientos que conforman el máximo órgano de representación local van a estar ocupados por nostálgicos de la dictadura que entienden por valentía el ensañamiento con los más débiles y vulnerables. El bloque de la derecha ha crecido levemente (de catorce a quince escaños), pero que gran parte de sus electores haya optado por una opción integrada por matones que, de manera abierta, plantean un modelo de ciudad en el que sobra la mitad de la población se presenta como un hecho excepcionalmente dramático. Para rematar la faena, la distribución de votos en lo que podríamos considerar el campo contrario tampoco es alentadora: la “izquierda blanca”, es decir, el conservadurismo refugiado bajo las siglas del PSOE, ha salido recompensada. Decía Rosa Luxemburgo que había que luchar “por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”. Esta certera definición de lo que siempre hemos entendido como “izquierda” no tiene otra traducción en Ceuta que la lucha efectiva por la interculturalidad. El PSOE nunca lo ha visto así. Por lo tanto, su crecimiento en detrimento de otras opciones progresistas que sí abogan por una igualdad real no puede ser entendido más que como un gran paso atrás en un camino ya de por sí plagado de enormes obstáculos.

Sin duda, existen explicaciones que enlazan con dinámicas globales. El destropopulismo xenófobo y racista es un fenómeno asentado en Europa y otros lugares del mundo. A España, por diferentes motivos que ahora no vienen al caso, ha llegado tarde, pero ha llegado. En Ceuta, bastión tradicional de la derecha y hogar confortable para la normalización de las ideas más reaccionarias, era de esperar que encontrara una acogida más entusiasta que en el resto del país. Del mismo modo, el éxito de los de Pedro Sánchez, beneficiados por la mastodóntica campaña electoral en que ha consistido su año al frente del Gobierno y por la búsqueda de seguridad en “la casa madre” ante el miedo a los monstruos, ha sido general en el conjunto del Estado. Todo esto es indiscutible, pero no es lo único a lo que debemos agarrarnos. Lo cierto es que, en nuestra ciudad, un proyecto que podía haber despertado una ilusión que aguantara mejor el golpe comenzó a caminar, pero no consiguió llegar hasta las elecciones. Lo que hoy tenemos es, en gran medida, consecuencia de que aquello no fuera capaz de imponerse a las continuas dificultades que se le presentaban día a día. Intereses, recelos, incomprensión, prejuicios, sectarismo, inexperiencia, falta de generosidad y de visión a largo plazo. Todo ello, sumado a otros elementos externos en los que tampoco merece ya la pena detenerse, hizo que lo que desde sectores de Podemos y Caballas trataba de llevarse adelante contra viento y marea no pudiera materializarse como opción.

"Habrá que aprender de los errores cometidos, ser valientes y generosos, soportar los ataques y las mentiras que se empezarán a verter por diferentes frentes, hacerse cargo de las razones del otro y, sobre todo, evitar caer en una tentación muy común en situaciones como esta: la tentación del repliegue y el cierre"

Quienes, desde ambas filas, siempre creyeron que era negativo buscar, en aras de construir algo capaz de seducir a sectores más amplios, vías de entendimiento entre dos formaciones plenamente coincidentes en ideología, tuvieron lo que quisieron. No desde hace un mes ni dos, sino desde hace dos años o, como mínimo, uno y medio. El resultado ha sido, sencillamente, desastroso. Los localistas han perdido tres de los cuatro escaños que tenían. Por su parte, Podemos, unido a la extravagancia con la que aquí se arrastran las siglas de IU, ha pasado a ocupar, como cualquiera con un mínimo de sentido común podía predecir, el espacio simbólico y electoral de lo que siempre ha sido Izquierda Unida en Ceuta. Es decir, la nada. Ante esto, en lugar de encontrarnos con un sano y necesario ejercicio de autocrítica, hemos tenido que asistir, con asombro y desconcierto, a una serie de ataques absurdos contra quienes, desde la más absoluta responsabilidad, optaron por el silencio tras ser testigos de una deriva a la que no querían contribuir. Fruto de una, probablemente inducida, paranoia esquizoide, gente recién llegada ha creído acertado emprender una guerra ridícula contra personas que se han dejado la piel durante años, a las que no conocen y a las que nunca han oído una mala palabra ni una crítica pública. Esperpéntico y sonrojante.

He escrito en alguna ocasión que la ambición sin realismo no es ambición, sino puro delirio. Ser consciente de la correlación de fuerzas existente, del contexto en el que te mueves y de las propias capacidades y limitaciones es algo fundamental e imprescindible a la hora de hacer política. Cualquier proyecto ambicioso o audaz debe nacer de tal premisa. Lo contrario es renunciar a la más mínima capacidad de transformación, quedar relegado a la marginalidad desde antes de empezar el partido. La irresponsabilidad de no querer ver que el camino en solitario de Podemos se instalaba en esta lógica suicida sólo podía obedecer a la ignorancia, al interés narcisista o al fanatismo más ciego. O tal vez a las tres cosas. En el mejor (o peor) de los casos, se hubieran tirado mil quinientos votos a la basura. Por suerte (o por desgracia), sólo han sido quinientos. Aprender a diferenciar el comportamiento político del comportamiento religioso sigue siendo una de las asignaturas pendientes en gran parte de la izquierda.

Dicho todo esto, sólo queda responder a una pregunta de resonancias bolcheviques: ¿Qué hacer? En mi opinión, lo único sensato ayer sigue siendo lo único sensato hoy. La idea de consolidar un espacio político intercultural capaz de unir experiencia y localismo con la savia nueva que produjo todo aquello que rodeó al 15M y los movimientos y traducciones posteriores no es algo renunciable. Sencillamente, porque obedece a una cuestión de principio, a la puesta en práctica de lo que algunos entendemos que esta ciudad debe ser para poder avanzar. Así las cosas, habrá que aprender de los errores cometidos, ser valientes y generosos, soportar los ataques y las mentiras que se empezarán a verter por diferentes frentes, hacerse cargo de las razones del otro y, sobre todo, evitar caer en una tentación muy común en situaciones como esta: la tentación del repliegue y el cierre. La tentación, en definitiva, de ser conservadores por miedo a los riesgos que siempre entraña tratar de caminar.