Si en las elecciones de 2019 el Partido Popular pierde la mayoría absoluta en la Asamblea de Ceuta, algo bastante imaginable y que en diferentes sectores parece que se da por hecho, Ciudadanos— ascendente en el carril de la derecha más cruel e irresponsable—, le proporcionará el diputado o los diputados necesarios para alcanzar el Gobierno de la ciudad. Lógico y normal. Hasta día de hoy, el partido naranja siempre ha cumplido con el cometido para el que fue creado, mimado y potenciado: aprovechar el nuevo marco de sentido abierto por el 15M (y expresado políticamente por Podemos en un sentido emancipador) para transformar la indignación ciudadana en regresión y autoritarismo.

Es justo reconocer que la clásica “conciencia de clase” que tanto debate produjo en el marxismo y sigue ocasionando en la izquierda transformadora es un elemento fundamental entre las filas de la derecha, visible en cada toma de decisión importante, en cada estrategia trazada con la vista puesta en la prioridad de que el adversario ideológico no ocupe los espacios de poder disponibles. Begoña Villacís, concejal de los de Albert Rivera en Madrid, lo dejó claro cuando en 2016 confesó públicamente que el objetivo (cumplido) del acuerdo de su partido con los socialistas de Pedro Sánchez tras las elecciones generales de 2015 no había sido otro que el de impedir cualquier circunstancia que pudiese provocar una entrada de Podemos en el Gobierno de España. La traslación de esta forma de operar al plano ceutí se fundamenta en que el Ayuntamiento no caiga, bajo ningún concepto, en manos de quienes, en lugar de gastar millonadas en obras que simbolizan la superioridad de unos y la subalternidad de otros, comprenden que cualquier proyecto responsable y honesto de ciudad debe pasar necesariamente por la puesta en marcha de políticas de reconocimiento, interculturalidad y redistribución.

Alterar el escenario previsto no es una tarea sencilla. Si las formaciones políticas que representan los valores opuestos al ideario discriminatorio del PP y su muleta pretenden en serio disputar el gobierno, tendrán que ser capaces de desterrar el sectarismo identitario, situando en primer plano la generosidad y la predisposición al mestizaje y el trabajo conjunto, algo que no tiene por qué traducirse necesariamente en la creación de confluencias electorales.

Cada partido es un mundo y tiene sus claves, su personalidad. Es cierto que, en política, uno más uno no siempre suman dos y que hay diferentes tipos de electorado a los que apelar y a los que, tal vez, sería difícil unir bajo un solo reclamo, pero no es menos verdad que existen cuestiones transversales que fácilmente podrían desembocar en la consecución de puntos en común. No sería extremadamente difícil que Caballas, Podemos, MDyC e incluso un partido “de régimen” como el PSOE se pusieran de acuerdo en torno a qué hacer para paliar en mayor o menor medida el caos fronterizo y proteger los Derechos Humanos en la frontera, combatir el fracaso escolar y el desempleo o poner en marcha la construcción de vivienda pública. Diez puntos, quince puntos de urgencia debatidos, discutidos y consensuados que representaran la base de una Ceuta diferente y mejor y que pudieran ser defendidos por gente diversa y diferente pero coincidente en la creencia de que por encima de los egos está el bienestar general. Queda un año y, aunque complicado, es posible desalojar a la derecha. Sería imperdonable no aprovechar la oportunidad.