españa españoles

Julio Basurco

"Adhesión o apoyo incondicional a causas o intereses ajenos, especialmente en situaciones comprometidas o difíciles”. Es la definición de Solidaridad. Conviene recordar algo tan fundamental en momentos en los que las formas más peligrosas de egoísmo encuentran, a través de discursos burdos pero eficaces, acomodo en multitud de mentes dispuestas a entregarse al miedo y al simplismo. “Primero los de aquí”. Cuatro palabras, en apariencia, perfectamente asumibles por cualquiera; cuatro palabras, en realidad, inasumibles si creemos en el Estado de Derecho y los Derechos Humanos.

Ningún país puede afirmar que no exista un solo autóctono en situación de desempleo, pobreza o exclusión social. Ninguno. Decir “Primero los de aquí” implica apelar a una quimera (más aún en economías de mercado) como coartada para poder implementar políticas de discriminación. Si damos por bueno que “primero los de aquí”, cualquier atropello contra el que “no es de aquí” —sabiendo que siempre habrá algún pobre “de aquí”— está permitido; cualquier vulneración de derechos del extranjero es pertinente. Es más, si existe un solo pobre español, ni siquiera es lícita la existencia de un solo inmigrante en suelo patrio. Ese plato de comida que disfruta el guineano podría estar alimentando a un compatriota.“Primero los de aquí”. Absurdo e irreal en el contexto de un mundo cada vez más global.

Con todo, lo más insultante para la inteligencia humana es que una postura tan profundamente excluyente pretenda fundamentarse en supuestos principios altruistas. Los voceros del discurso del odio hablan de solidaridad, pero de solidaridad únicamente con “los propios”, siendo perfectamente conscientes de que tal afirmación constituye una contradicción: solidaridad con lo que previamente se considera como propio no es solidaridad, sino su contrario. Como se ha señalado al principio de este artículo, la solidaridad se ejerce con las “causas o intereses ajenos, especialmente en situaciones comprometidas o difíciles”. Con respecto a uno mismo, pensar en un hermano es solidario; con respecto a un vecino, ocuparse únicamente del bienestar de un hermano es mirar por el bien de uno mismo. El ejercicio de la solidaridad consiste en la ampliación constante del “Nosotros”. Apelar a las necesidades y dificultades del pueblo español para dar el visto bueno al abandono, la estigmatización o la mano dura contra quienes huyen del hambre, la guerra o la pobreza extrema sólo puede catalogarse de inmoral.

Del mismo modo, resulta hipócrita el discurso de “la ayuda en los países de origen”. Nos encontramos, otra vez, ante una coartada legitimadora de la inacción más cobarde. Quienes a ultranza defienden el libre mercado, paradójicamente, se muestran intransigentes ante la libre circulación de personas. Los máximos defensores de lo que siempre hemos conocido como capitalismo claman contra “las mafias” y por el cierre de fronteras, proponiendo, eso sí, la cooperación, la ayuda al desarrollo como fórmula más eficaz para lograr, al fin, que nadie se vea obligado a tener que emigrar. Verdaderamente curiosa tanta descalificación verbal hacia quienes únicamente actúan bajo la lógica del sacrosanto liberalismo económico. Lejos de pensar, como pensamos algunos, que allí donde existe una necesidad debe nacer un derecho, las llamadas “mafias” optan por seguir el principio capitalista: allí donde existe una necesidad, debe nacer un negocio. Oferta y demanda. Libre mercado. El mismo libre mercado que, citando a Galeano, para liberar al dinero, condena y encarcela a las personas. Si es inmoral escudarse en las miserias de los españoles para justificar el odio al diferente, igualmente ofensivo resulta oír hablar del “necesario desarrollo del tercer mundo” a quienes manifiestan abiertamente su apoyo incondicional al orden económico existente. En román paladino: no se puede apoyar un sistema y al mismo tiempo criticar las consecuencias de ese sistema.

¿Por qué cala un relato tan falsario y poco elaborado? ¿Por qué el “fantasma que recorre Europa” con más fuerza en el siglo XXI no es el de la emancipación de los subalternos sino el que propugna el enfrentamiento del penúltimo contra el último? La principal tarea intelectual de las fuerzas políticas que apuestan por expandir el horizonte democrático a través de la extensión de derechos no puede ser otra que la de dar respuesta a una cuestión tan sencilla en sus términos como compleja en su contenido. Sólo sabiendo las causas de un problema es posible hallar una solución.

Una de las claves, sin duda, se encuentra en la capacidad del discurso de la exclusión a la hora de aportar certidumbre y seguridad en momentos de inseguridad e incertidumbre. El repliegue identitario funciona como generador de afectos; el rechazo hacia el otro fortalece la sensación de pertenencia a una comunidad que cuida y protege, necesidad antropológica que resurge ante la destrucción de vínculos pareja a la puesta en práctica de una utopía liberal basada en la desregulación económica y el “sálvese quién pueda”. Esto es algo que sabemos desde que Karl Polanyi lo explicara a mediados del siglo pasado. Sin embargo, sigue resultando realmente difícil escapar de la trampa discursiva que relaciona la legítima e irrenunciable idea del orden con distintos tipos de discriminación, lograr que se imponga como sentido común que la prosperidad y el bienestar colectivos no tienen que ver con la construcción de muros (tanto físicos como sociales), sino con la redistribución, el reconocimiento y la fraternidad. Tan importante desafío es el que debemos afrontar, con honestidad, todos los que asistimos aterrados a la expansión de las ideas del llamado “populismo de extrema derecha”. Especialmente, en una ciudad como la nuestra.