migrante bosque

Mohamed Mustafa

Un determinado movimiento se vuelve poderoso cuando es capaz de afectar al modo de ver y la perspectiva de colectivos más amplios de lo esperado. Es decir, cuando empieza a ocupar ese complejo mundo de interpretaciones que denominamos “sentido común”.

El reciente salto a la valla de Ceuta ha servido de gran oportunidad para que la extrema derecha se haga con determinados significantes, dando un paso más de cara a ocupar un papel importante en nuestro país, al igual que sucede ya en Francia o Italia. Hoy no resulta tan fácil diferenciar entre la derecha española “respetable” y aquella que no lo es. A la carrera de la primera foto en la valla y la exclamación de la soflama más incendiaria, PP y Ciudadanos se han situado en un espacio difícilmente distinguible al de VoX, o lo que es lo mismo, al del Frente Nacional de Le Pen o la Liga Norte de Salvini.

El léxico de estas fuerzas extremistas ya ha contaminado parte importante del lenguaje político sobre la inmigración: “invasión”, “hordas”, “soldados”, “asalto”, etc. Hasta el Presidente (socialista) de nuestro país ha utilizado la expresión “amenaza” en una conversación vía twitter con su homólogo francés, Emmanuel Macron. Y no sólo eso. En su empeño por no quedar fuera de los nuevos afectos de la política que trae la extrema derecha y que moviliza a un número importante de ciudadanos, Pedro Sánchez parece responder institucionalmente a la llegada de personas migrantes no en términos de orden humanitario, sino meramente policial-militar: un General de la Guardia Civil ha sido nombrado como el responsable del Mando Único Operativo frente a la inmigración irregular en el Estrecho.

En una sociedad cansada, que aún padece la crisis del 2008 y cuyas expectativas puestas en aquello que se denominó 15M no acaban de corresponderse con la realidad, es fácil que cale este discurso lleno de rabia, ira e intolerancia. Nos encontramos en un claroscuro propicio para la resurrección de los monstruos del pasado, para que el miedo dé paso al odio, el ingrediente fundamental para que los enemigos de la razón y el pluralismo comiencen a ocupar terreno.

Ya han logrado desprenderse de ese pasado inmediato que, a ojos de la gran mayoría, les inhabilitaba moralmente para cualquier participación relativamente exitosa en democracia; ahora pretenden erigirse en los únicos garantes de la democracia nacional con un nacionalismo excluyente y violentamente opuesto a ese ideal europeo que, al margen de las críticas que podamos dirigir a lo que de él ha hecho el dominio neoliberal, surgió como superación del fascismo y que, a día de hoy, sigue representando un horizonte de fraternidad por el que debemos luchar. Pretenden reclamar para sí la narrativa del cambio, aprovechando el descontento social para presentarse como “todo lo contrario a los políticos”, esos cómplices de aquellos que señalan como principales causantes de todos nuestros males: los inmigrantes.

Anti-inmigración, islamofobia, populismo y un exacerbado nacionalismo identitario son las señas de identidad de una extrema derecha aparentemente revitalizada que aspira a llegar a las instituciones del Estado y que arrastra a diversas fuerzas más moderadas a competir en su arena política, inconscientes estas, tal vez, de que con dicha concesión ya han regalado la victoria. Alemania no se despertó nazi de un día a otro; hubo un proceso que posibilitó que muchos alemanes adoptaran una determinada perspectiva que facilitó el acceso del nazismo al poder.

Hablar del fenómeno migratorio en términos de “amenaza” y denunciar a los “traidores” que les amparan (ONGs, clase política) es un vehículo autorizado sobre el que subirse a la ola. La extrema derecha lo ha hecho siempre. Lo preocupante es el “efecto contagio” en determinadas formaciones que, por no quedar fuera del marco impuesto, comienzan a modular su lenguaje, evidenciando una claudicación intolerable. Si renunciamos a cambiar el marco y no establecemos límites basados en un fuerte anti-fascismo militante y en el rechazo tajante del lenguaje belicista a la hora de referirnos a los migrantes (y a los “condenados de la tierra” en general), habremos perdido la primera de las batallas frente al odio.