vox recurso

Juan M. Aguiar (VOX Ceuta)

“Ni azul ni verde. Soy blanco”. Era la respuesta de uno de los mejores generales de la historia, Belisario, cuando de niño, en la escuela, le preguntaban sobre su bando. Y es que dicen que su nombre, Beli zar, significaba precisamente eso, “el príncipe blanco”. Ya entonces la sociedad se dividía entre “azules y verdes”. Para nuestra desgracia, la inherente arrogancia que reviste nuestros prejuicios navega sobre el barco de la ignorancia pues, como ya dijera el jesuita Baltasar Gracián, el primer paso de la ignorancia es presumir de saber.

La incesante tralla mediática que alimenta la dicotomía social polarizando el discurso y anulando el argumento del “oponente”, el “radical”, y, en definitiva, el definido por ellos mismos como el “antipueblo”, el enemigo del pueblo, no es un invento español. En Venezuela los chavistas conocen a los opositores como “escuálidos”, En Ecuador son los “pelucones”, en Argentina son los “gorilas”, y en España, por supuesto, son “los fachas”. Ni siquiera es un invento moderno. Como inicia el escrito, en el imperio bizantino ya había verdes y azules, dando incluso como resultado las revueltas de Niká, con treinta mil muertos y que estuvieron a punto de destituir a Justiniano. En la época de Julio César ya estaban optimates y populares. Incluso estos extremos se asignaban y reunían en gradas opuestas en carreras de cuadrigas, por ejemplo. Es la ancestral estrategia de convertir a parte del pueblo en enemigo de sí mismo, y sobre ese hecho hay dos axiomas. Que es el principal antagonismo de la democracia y que a su vez son las arterias sobre las que fluye todo argumento en nuestro querido y patrio modelo social actual. No hay debate. Si la neoinquisición considera que tu argumento entra en contraposición con sus mandamientos, serás acosado por una legión de dragones que escupen diatribas en forma de etiqueta. Facha, fascista, homófobo, islamófobo, xenófobo, machista, racista… Un marco de diálogo cerrado y consensuado por partes interesadas donde, más allá de él, hay un inmenso océano de etiquetas lleno de miedo y rechazo social. Como el arte de la guerra de Sun Tzu, esto vale para muchos campos. Ya lo hicieron los fenicios cuando extendieron leyendas de monstruos marinos para que el miedo mantuviera alejados a todos de cualquier intento de adentrarse en los mares y convertirse en indeseados competidores comerciales. Lo que, años ha, cuando sufrimos a Zapatero llamaron “pancartismo”. Seamos sinceros, si bien es mezquino y políticamente miserable, es un brillante ejemplo del darwinismo sociológico de la tiranía. Un ejemplo político de la máxima de Voltaire de que “la civilización no termina con la barbarie. La perfecciona”.

Como el avance que un torpedo supone a un pilum o a una jabalina, la “etiqueta” lo es al látigo o al San Benito. En ambos subyace el mismo concepto, con años, siglos, milenios de diferencia que derivan en una técnica más depurada. Pero lo mismo al fin.

Hasta tal extremo ha llegado ese refinamiento en la técnica de la tiranía que, recientemente, hemos sufrido un ataque literal que constituye una intolerable invasión. Invasión… “¡Oh, fascista! ¡racista, xenófobo, machista, islamófobo, homófobo, heteropatriarcal, ha dicho invasión!” (RAE: tr. Irrumpir, entrar por la fuerza). Una invasión de cientos de personas que han violentado nuestra frontera para atacar a nuestros cuerpos de seguridad con total contundencia. Tal es la paradoja que posicionarse en contra de esa acción y pedir, simplemente, que tal como han saltado se les devuelva al otro lado de la valla trae consigo el mensaje social de que te encantaba la Alemania nazi o de que pateas homosexuales cuando cae la noche, o de que gritas ¡Vivan las caenas! En tus ratos libres. Es la reducción al absurdo que imbuye nuestro contexto social, con un sistema educativo más preocupado en enseñar a masturbarse a niñas de doce años que a enseñar matemáticas o historia y dejar lo moral para el ámbito privado. Esta última, la historia, más bien se retoca para borrar personajes de diferente pensamiento. Tampoco es nuevo. Un ejemplo de más de tres mil años es Akenatón.

Racista, xenófobo o islamófobo es lo que más hemos escuchado los que estamos a favor de la devolución en caliente de los cientos de delincuentes (si, delincuentes. Han cometido un delito) que han violentado nuestras fronteras y a nuestros cuerpos de seguridad. Poco o nada importa que recalquemos que no es una cuestión de nacionalidad, ni de religión, ni de raza. Si alguien a nuestro alrededor grita la palabra mágica “fascista, racista” o cualquiera de sus variantes, se acabó el debate. Perdiste.

Pero como en toda tiranía, antes o después el pueblo se levanta y exige sus derechos. Y en esta ocasión comenzó en Ceuta el 27 de julio de 2018, donde un pueblo quiso gritar “basta”. Basta de ser pisoteados, juzgados y condenados simplemente por pedir que se les proteja. Un pueblo cansado de aguantar la inacción de su Godoy particular, el señor Vivas, y cansado de que la turba que configura la tiránica neoinquisición les señale con el dedo y les marque con una indeseable etiqueta a modo de san Benito. Les guste o no, VOX ha llegado a Ceuta. Ha llegado para dar voz a todos esos ceutíes que han permanecido condenados al ostracismo por no comulgar en sus ideas con esa neoinquisición y que ha estado demasiados años siendo vilipendiada.

Y, aunque sabemos que vamos a seguir siendo bombardeados con vuestro arsenal de etiquetas, no vamos a callarnos. Cuando nos llaméis racistas, no olvidéis que nos da igual la raza de aquellos que nos invadan, como nos da igual la raza de aquellos ceutíes a los que queremos proteger. Cuando nos llaméis islamófobos sabed que nos da igual a qué dios le recen aquellos que nos invadan, como nos da igual al dios que recen aquellos ceutíes a los que queremos proteger. Cuando nos llaméis machistas o misóginos, sabed que nos da igual el género que tenga, o que se identifique, o que quiera adquirir el invasor de nuestras fronteras, como nos da igual el género del ceutí a quien queremos proteger.

Como ya dijera el gran Maxwell, cuando quieras emprender algo, la gente te dirá que no lo hagas. Cuando vean que no pueden pararte, te dirán como hacerlo, y cuando vean que lo has logrado, te dirán que siempre creyeron en ti. A nosotros ya nos están empezando a decir cómo debemos hacerlo.

Ceuta no será el campo de experimentos de la neoinquisición. Nos orgullecemos de darles la primicia de que las dos Españas están caducas. La España de los rojos y azules ha terminado como terminó en su día el pacto de alternancia de Cánovas y Sagasta. Porque nosotros, como ya dijera Belisario hace ya quince siglos, ni somos rojos ni azules. Somos verdes.