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Carlos Verdejo, portavoz de VOX en Ceuta

Un niño pregunta a su padre, “¿papá, por qué se baña esa mujer vestida?”. Esta escena, que se ha convertido en bastante familiar, pone en apuros a más de un padre a la hora de responder. Tanto en las playas como en el Parque Marítimo, el burkini se ha convertido en elemento cotidiano del paisaje veraniego ceutí, contrastando con un símbolo de liberación de la mujer como es el bikini.

La actitud de tolerancia ante el uso de esta prenda, viola los principios de igualdad y libertad que tanto lucharon por conseguir las feministas de antaño (véanse Annette Kellerman y la historia del bikini en Europa). No sólo se reniega del fruto del esfuerzo de tantas generaciones, sino que se induce a educar en la involución.

Aceptar esta vestimenta, favorece a los “hombres” que obligan a sus mujeres a taparse de cara al público y legitima en pro del machismo la idea de que una deidad pueda imponerla a las féminas por el mero hecho de serlo. Se refuerzan valores contrarios a los occidentales y se da pie a adoctrinar en una línea religiosa más próxima al Yemen que al islam moderado que la Unión Europea trata de integrar de manera torticera.

No son pocos los diputados de procedencia magrebí en los parlamentos de nuestro continente que se manifiestan sin tapujos contra este vestuario, como la belga de origen marroquí Nadia Sminate. Francia y Bélgica, dos de los países que más han acusado los problemas del islamismo, son los que más han avanzado en este debate, evidenciando la necesidad de tratar la cuestión a raíz de los primeros brotes.

En una ciudad donde florecen las mezquitas ilegales y cada año se producen detenciones por yihadismo, no resulta coherente fomentar hábitos que consoliden esta deriva destructiva.  Prácticas incívicas como el uso del burka o el burkini deben de ser erradicadas, por el progreso general y en especial por los musulmanes plenamente integrados en la cultura española, quienes aguantan las presiones de los sectores más radicales a los que la pasividad y cierto sector asambleario les da alas.

Si el rumbo político de Ceuta continúa sin cambios, basta con poner la oreja en calle para escuchar la cruda realidad social sobre las expectativas de futuro. Frases como “aquí no se va a poder vivir en unos años” se repiten cual profecía popular que teme verse cumplida. Quizás no tolerar lo intolerable, sería buena forma de empezar a revertir el asunto. En Molenbeek o Saint Denis ya les pilla tarde. No tiene por qué ocurrir aquí. Dígase no al burkini en Ceuta.