Imagen aérea de la barriada y la playa de Juan XXIII (1 de 1)
Imagen aérea de la barriada y la playa de Juan XXIII y el puente peatonal.

Rafael Martínez-Peñalver Mateos, Ingeniero de caminos, canales y puertos

Recientemente hemos tenido dos noticias fatales sobre infraestructuras, una ocurrida en uno de los puertos del noroeste español en la ciudad gallega de Vigo (donde por cierto las ostras son estupendas) y otra en el país que vio nacer el imperio romano que a los ingenieros tanto nos atrae, en Italia, en la ciudad de Génova (donde por cierto las ostras son malísimas pero la focaccia es estupenda). Cuando algo de esto ocurre, cuando una infraestructura se viene abajo se despierta durante un breve periodo de tiempo tanto una curiosidad nacional como una alarma social, lo que conlleva que nuestro políticos tomen decisiones, no es menester de este artículo valorar si son acertadas o no pero al menos “se mojan”. En el caso de nuestra querida ciudad autónoma se ha decidido encargar un diagnóstico sobre el estado de puentes y pasos elevados, buena decisión a mi entender pero... ¿hay que esperar que ocurran fatalidades estructurales para llegar a esta decisión? La respuesta es lamentablemente si y ocurre en todos sitios.

Me gustaría empezar contando que una infraestructura desde el momento justo después de terminar su construcción ya se está “envejeciendo”. Todas ellas tienen fecha de caducidad, no son eternas, se diseñan y se calculan para un tiempo limitado, este tiempo es lo que se conoce como su vida útil. Para un edificio que podemos considerar normal u ordinario este tiempo límite se fija en 50 años pero para un puente suele ser algo superior, hasta los 100 años. Si nuestra construcción ha sido adecuadamente conservada y mantenida, acometiendo en ella operaciones de reparación o refuerzo se puede alargar la vida útil de la infraestructura casi indefinidamente. Con esto quiero decir que podemos ahorrarnos mucho dinero público (dinero de todos) de lo que costaría tirarlas y hacerlas de nuevo si se invirtiera en conservación y mantenimiento pero lógicamente no vende lo mismo a la hora de pedir el voto cada cuatro años explicar que vas a gastar cierta cantidad de dinero en mantener un puente o una carreta que decir que vas a construir un aeropuerto y una estación de ave aunque estas sean ineficientes y en algunos casos innecesaria. Hay que entender que el mantenimiento de las infraestructuras no debe supeditarse a la política económica pues como se ha visto… Nos va la vida en ello.

El adecuado mantenimiento de la infraestructura depende de muchos factores, entre ellos dos fundamentales a mi juicio, el material del que se ha construido y el ambiente en donde se ha construido. A finales del siglo XIX un ingeniero francés (Hennebique) buscando un material de una duración ilimitada y más económico se le ocurrió reforzar el hormigón con barras de acero. Si bien es cierto que consiguió que fuera más económico (solo hay que ver el predominio del hormigón armado sobre el resto de materiales de construcción desde mediados del siglo pasado) no consiguió que fuera de duración eterna sin un adecuado mantenimiento.

El ambiente donde se ha construido nuestra infraestructura al igual que el material del que se ha realizado tiene una influencia predominante en su conservación y mantenimiento, pues no sería lo mismo una inversión en lugares con ambientes menos agresivos con climas suaves o lluvias escasas, donde el mantenimiento bastaría con inspecciones periódicas puesto que el deterioro al que se ve sometido el hormigón armado es reducido. Que en estructuras cercanas a la costa como puedan ser las de nuestra ciudad o en estructuras marítimas, donde encontramos un ambiente especialmente agresivo para el hormigón armado y las inspecciones para su cuidado deben hacerse de manera más habitual ya que la necesidad de operaciones de reparaciones y refuerzos debe ser con mayor frecuencia.

Tengo que reconocer que sería injusto echar toda la culpa a la falta de presupuesto en conservación y mantenimiento en infraestructuras por parte de las administraciones, pues uno de los mayores problemas que nos encontramos es que los propios ingenieros de caminos nos solemos olvidar de que las obras necesitan de un mantenimiento, el cual debe tenerse presente desde la fase de planificación y diseño. También debemos conocer que actualmente contamos con la ayuda de la tecnología pues ya existen numerosos puentes monotorizados donde se colocan sensores capaces de medir humedad, viento, temperatura, número de vehículos que pasan... Disponer de toda esta información que nos llega a los técnicos permite tener mayor control sobre el estado de la infraestructura, el big data está llegando a todos los campos de nuestra vida para quedarse y es obligación de los ingenieros adaptarse y aprovecharse de su uso.

Me gustaría acabar con una reflexión para los ingenieros de mi generación, la cual me vino al leer antes de que ocurrieran estas dos fatalidades una entrevista que le hacían a Javier Manterola (ingeniero de caminos de la promoción de los años 60 y catedrático de la Escuela Superior de Ingenieros de Madrid) en ella argumentaba que los ingenieros de su generación habían tenido la fortuna de construir todas las infraestructuras que necesita España, y eso hará que los ingenieros de ahora lamentablemente no van a poder construir ni diseñar todo lo que ellos en su día proyectaron. Quizás sea cierto, pues no se puede dudar que la España moderna se construyó hace 50 años y quizás este sea el bonito reto de los ingenieros de mi generación, el de mantener y conservar en estado óptimo y alargar la vida útil de todas esas infraestructuras que construyeron ingenieros como Manterola hace ya medio siglo, pero para ello necesitamos políticos realistas que no esperen a que ocurran fatalidades para invertir en conservación y mantenimiento.