lentejas vintage
lentejas vintage
Julio C. Pacheco

Hace ya sobre un mes –aproximadamente- recuerdo haber estado hablando con una señora de ochenta y tantos años sobre el cese de la venta por parte de Marruecos de pescado a Ceuta. Ella me comentaba: “Me da pena por todas las familias que viven de la venta de ese producto pero nos hemos vuelto muy blanditos”. Merecen unas pinceladas algunos comentarios sobre este personaje. Me decía que si no había pescado, ¡pues huevos fritos con patatas! Su memoria la llevaba a la posguerra. Me explicaba cómo se limpiaban las lentejas de piedras y bichos, las cartillas de racionamiento, el estraperlo para los que tenían posibles, el pan negro… Pues sí, aunque ya conocía la historia de otras conversaciones, me acordaba también que su padre -en tiempos de la República- murió en un accidente de trabajo y cómo posteriormente su madre y ella fueron rescatadas de un derrumbamiento en el que quedaron sepultadas –en plena Guerra Civil- provocado éste por unos cañonazos del Jaime I. Luego el hambre, las penurias y la enfermedad que se llevaron a su madre cuando ella contaba con tan sólo doce años.

Esa niña huérfana y recogida por las Adoratrices, entre aquellas monjas que compartían su miseria con otros –por compañía, sus llantos y la desesperación nocturna llamando a su madre muerta- mientras aprendía las cuatro reglas básicas y a bordar. Era el tiempo de la todopoderosa represión franquista. Curioso fue que al pasar unos años fue el propio dictador el que le hiciera entrega personalmente del Premio Nacional de Bordado, sin necesidad de vestir ninguna camisa azul o tener que integrar ninguna Sección Femenina. Ella había decido crecer y hacerse fuerte. Eso sí, había decidido que su tabla de salvación iba a ser para siempre su Virgen de África. Yo creo que su mejor consejera ha sido siempre la imagen de su Virgen. Otra imagen que tiene es la del doctor Sánchez-Prado, que también dice que le hace compañía y del que siempre me ha contado muchas historias esta señora.

La narración de estas conversaciones ya empieza a sonarme al Oliver Twist de Charles Dickens, y si esta señora es y ha sido siempre capaz es de reírse hasta de su sombra. En otras conversaciones me contó cómo se fue una temporada a otro convento en Londres a “aprender inglés”. Se imaginan una beca Erasmus, pues borren eso de sus cabezas. Allí se iba a trabajar cuidando a los niños de la Gran Bretaña, y a trabajar más e intentar traerse un poco de dinero honradamente -cuando no se tenía permiso de trabajo- Consiguió un Máster en inglés por signos y con cuatro palabras. Me contó que allí las monjas que no conseguían captar su espíritu rebelde para su causa le propusieron irse a Australia, porque estaban buscando personal para estudiar y trabajar de enfermera… pero ya la morriña por su Ceuta le pudo. Vivencias y viajes con doña Concha Borrás que la trató siempre cómo una hija.

Hay muchas más historias… De su foto frente a un antidisturbios con la porra en alto en la manifestación que hubo contra el Libro blanco de Fraga, porque eso sí, ¡a su Ceuta y a su familia que no la toquen! Locuaz por los codos, con montones de amigas y conocidas, de esos personajes extrovertidos que tuvieron que aprender a regalar y provocar sonrisas mientras se tragaban las amarguras, o poner los brazos en jarra si le tocan las narices; y sin llegar al insulto ni a la mala educación, no traga quina. De vez en mucho suelo seguir hablando telefónica o personalmente con ella porque siempre tiene algo que contarme y yo todavía mucho que aprender. Para 86 tacos cumplidos que tiene y después de lo vivido, tiene toda la razón y se puede permitir decirlo: somos unos blanditos. Antes de esta puñetera pandemia le gastaba la broma “¿qué, todavía estás viva?” y ella me respondía “no, si yo ya estoy en la lista de espera”. De su grupo de gente del Parque del Mediterráneo –la mayoría muy mayores- me confesó que ya le daba pena ir porque aquello se había convertido para ella en el Parque de los Caídos. Igual alguien la conoce, se llama Encarnita y me encanta hablar con ella. Su peor error fue tener por hijo a este insurrecto que les escribe desde el otro lado del charco.

Ahora la situación es muy grave, diferente y de solución incierta, con demasiadas familias sufriendo; vuelven los malos tiempos.

Igual no le gusta que escriba sobre ella –pero de tal palo- Están bien cuidados y confinados, tanto ella como mi padre, y me han demostrado grandes amigos de allí y nuestra familia que aquella es nuestra tierra. Muchas gracias. En cuanto la llame esta noche le pienso decir: “Primero te confinan las monjas y ahora el bicho nuevo éste. Es que no tienes remedio”.