No era el hombre del que se enamoró

S.J. UVE


S. J.
Roberto lo tenía todo, la verdad es que Marta no imaginó que pudiese encontrar a alguien así. Era educado, detallista, prudente, respetuoso, inteligente.

Y claro, claro que le atraía también su físico, pero era su forma de ser la que la enamoró.

Iba a recogerla al trabajo, sacrificaba momentos de él para hacerla feliz, tenía esos detalles que tanto la encandilaba: una sorpresa por aquí, una cajita de bombones por allá, unas flores por allí, un detalle con sus padres por allá.

En resumidas cuentas, no podía creer que fuese tan afortunada. 

Pero con el paso del tiempo Roberto empezó a perder fogosidad en sus detalles; cada vez era más difícil que fuese a recogerla al trabajo; ya no dejaba de jugar los partidos de fútbol con sus amigos los miércoles para ir al cine con ella; las flores y los bombones empezaron a escasear; las cenas con lambrusco y velitas brillaban por su ausencia; esos despertares con el desayuno en la cama ya no existían; las visitas a casa de los padres de ellas se hacían de rogar, y claro, Marta empezó a perder el interés, empezó a sentirse defraudada; se lo hizo ver al principio de manera indirecta pero él no lo captaba, luego se lo decía claramente, pero no, no había manera.

No, no era el hombre del que se enamoró, y la consecuencia fue irremediable: lo dejó. Los amigos de Roberto y, sobre todo, las amigas de ella se lo dijeron: "culpa tuya, Roberto, el amor hay que regarlo todos los días"

Pedro vio a Eva y sintió como un pinchazo. No se explica cómo aquella imagen tan bonita podía estar delante de sus ojos. Era como una especie de ángel que hizo su aparición en el momento justo.

Pedro y Eva empezaron a salir. Sí, claro que le atraía la forma de ser de Eva, no se planteaba estar con una persona insulsa, pero era aquella figura perfectamente simétrica la que lo trastornaba. Verla aparecer con esas piernas kilométricas, esa cintura espectacular, esa melena al aire, ese estómago liso, plano, ese pecho firme, perfecto, esas nalgas ni grandes ni pequeñas; era un gozo para sus sentidos, la deseaba constantemente.

Pero con el paso del tiempo, Eva, empezó a abandonarse; ya no cuidaba tanto la alimentación, ya no hacía deporte para sentirse mejor; de vez en cuando se echaba un cigarrito para matar la ansiedad (con el trabajo que le costó dejarlo)

Así que Pedro empezó a observar que esa cintura ya no era espectacular, que esos diez kilos que ganó Eva hacían mella en su impoluto y otrora perfecto estómago, que las nalgas empezaron a engordar, ya no sentía el mismo deseo, la quería, sí, pero ya no la deseaba, y era algo químico, le salía así.

Se lo dijo, primero indirectamente, pero Eva no lo captaba y luego directamente pero no había forma, Eva decía: "¿Para qué cuidarme? Yo ya tengo tu amor, no necesito más".

Y al final, Pedro no pudo seguir más: no era la mujer de la que se había enamorado, y la dejó.

Las amigas de ella lo llamaron "superficial".

Marta y Pedro: dos historias paralelas, dos juicios diferentes, una persona buena y otra mala. 

Los amores hay que regarlos todos los días pero depende de para qué...