Yamila estaba una mañana en su casa desayunando con sus tres hijos. Eran pobres, así que el desayuno era poco frugal: pan, leche y poco más. De repente unos hombres con pasamontañas, tres, irrumpieron en su casa rompiendo la puerta. Dos de ellos la violaron delante de sus hijos, todos menores, que lloraban impotentes. Además la amenazaron con seguir yendo por su casa cuando les apeteciera...

Yamila, llevada por el pánico y el horror decidió coger lo poco que tuviese, que no era mucho pero era toda su vida, y huir, huir lejos. Además Yamila tuvo que hacerlo todo sola, ya que su marido había sido asesinado hacía un año por esos mismos hombres u otros muy parecidos, que más da, que los que la violaron a ella.

Así que cogió todo lo que pudo y con sus tres hijos, menores, se echó a la calle y empezó a andar. Lo dejó atrás todo, familia, amigos, todo. Fueron días de sufrimiento, cansancio, agotamiento, hambre, viendo las penurias por las que pasaban sus hijos.

Después de algunas semanas llegaron a un lugar donde ya no podía continuar andando: había agua, mucha agua. Tuvo que decidir, pagando lo poco que le quedaba, si cogía con sus hijos esa minúscula balsa y adentrarse en la mar. Lo hizo, ¿qué otra cosa podía hacer? Así que se aventuró, junto con más gente, y se subió a eso que parecía una balsa.

Durante el trayecto, las condiciones de la mar hizo que la "barca" volcase. Tuvo la suerte de que un barco los socorriera, ¿a todos? No, a todos no, su hijo menor murió ahogado, el menor, el que tenía cuatro años. Rota por la muerte de su hijo, no pudo sino continuar hacia delante, y llegaron a tierra firme. Allí se encontró con unas gentes que les decían cosas raras, no entendía nada, su lengua era diferente. Lo que sí entendió fue que no podía seguir andando porque había vallas y concertinas prohibiendo el paso. Y también entendió que los gases lanzados por esos hombres grandes y uniformados hacían mucho daño a sus ojos y los de sus hijos. Uno de ellos tuvo que ser atendido de gravedad por los voluntarios que los ayudaban.

Después de varios días esperando, bajo el frío, con hambre, consiguieron meterse en un tren asfixiante, con tanta gente dentro que apenas podían respirar.

Tras varias horas llegaron a un país, donde obligados por las leyes europeas y no sin mucho recelo, consiguió la condición de refugiado porque huía de un país en guerra.

Cuando, por fin, pudo sentarse con sus dos hijos en un refugio y pudo comer caliente, puso la televisión y escuchó como Marta, que comía caliente tres veces al día, tapeaba con sus amigos, iba al teatro, etc., decía algo que no entendía, algo que sonaba así: "joder, cómo te envidio Yamila, me las veo y me las deseo para comprar los libros de mis hijos, qué envidia y qué injusto, ojalá yo pudiese tener la suerte que tienes tú".