Copito
Hoy me voy a permitir una pequeña licencia, permitídmela. Hoy no me apetece escribir sobre la política, ni los políticos. No me apetece hablar sobre la violencia de género (tragedia nacional por cierto), ni me apetece hablar sobre la prima de riesgo, ni sobre los niños que pasan hambre en España, ni sobre las preferentes, ni sobre la mentira, la violencia en el fútbol, ni sobre la educación, ni los medios de comunicación, no, hoy me apetece hablar sobre el amor, un tipo de amor muy especial, uno diferente, pero amor a fin de cuentas.

Ayer hace un año murió Copito, mi amado Copito. No, no era mi mascota, no era mi perro, era mi amigo, era mi familia, era prácticamente mi vida.

No puedo evitar que se me haga un nudo en la garganta cuando escribo y me acuerdo de él. Podría entrar en cuestiones tales como su carácter, su bondad, su amor hacia mí (infinito), su lealtad, etc, pero supongo que para cada dueño su perro será único y especial. Además todas esas virtudes son bien conocidas por los que tuvieron la suerte de conocerlo. Poco antes de morir mientras que le hacíamos pruebas un veterinario me dijo: “este perro es de todo punto excepcional, solo le falta hablar y es increíblemente noble” (sic) Aún lo recuerdo sentado mientras que le sacaban líquido de la pleura y me miraba como diciendo: ¿queda mucho? Aún recuerdo cuando recogí en la calle una cría de gato atropellada y el veterinario me dijo que había poco que hacer. Me lo lleve a casa y a base de calor, jeringuillas de leche en polvo y los lengüetazos y el amor de Copito, según el veterinario esa fue la clave, el gato se salvó. Le encantaban los gatos.

No sé si creo en el destino o no, prefiero pensar que no, porque no me gusta pensar que mi vida la dirige alguien diferente a mí. Este sería un buen tema para escribir: el destino, otro día. Lo que sí sé es que cuando llegué a España después de vivir en Londres algunos años, fui a buscar un gato, ya que en Londres teníamos un gato. Cuando entré en la tienda había 4 cachorros de perros preciosos y entonces lo vi. Tampoco sé si creer en el amor a primera vista, pero fue verlo y decir: ¡este! Era una bola peluda de 3 meses que al coger en mis brazos ya meneaba la cola.

Copito cambió mi vida para siempre. Casi siempre he vivido solo, así que éramos él y yo, yo y él. Me vio reír, me vio llorar, me vio exultante, me vio deprimido, me vio en mis mejores o peores momentos, pero siempre estaba a mi lado. Indefectiblemente va ligado a episodios temporales de mi vida, va ligado a gente especial que conocí, va ligado a aspectos laborales importantes, va ligado a aspectos académicos… Llegar a casa y que viniera a saludarte cada día como si le fuese la vida en ello, comer sin que se separara de ti, pasear, jugar, dormir con él. Estar malo en la cama y que no se apartara de tu lado, ver la televisión o leer un libro y que se acurrucara a tu lado.. Y el amor, ese amor infinito que tenía por mí que rayaba la dependencia, ese amor incondicional, puro, limpio, inconmensurable, infinito. Si te enfadas con un hermano, con tu padre, con tu novia, con tu compañero de trabajo, sabes que a veces tardas días en que las cosas vuelvan a su cauce. Le riñes a un perro, incluso le das un tortazo en el culo para que no haga algo, y al segundo lo llamas y vuelve a ti como si no pasara nada. ¿Existe otro amor igual?

Muchos no lo entienden, sé que los que tienen mascotas saben de qué hablo. Ahora llega la navidad y todos recordamos a nuestros seres queridos que ya no están, nos ponemos más melancólicos y tristones. Yo recordaré a Copito. La vida es muy sarcástica, hoy hace un año a esta misma hora, las 5 de la tarde se me caía el mundo encima; hoy a esa misma hora León me hace reír en la cama intentando jugar con la babucha. Conclusión:

disfrutemos de cada momento de salud que tengamos, no solemos valorarlos pero cuando algo pasa cómo los echamos de menos.

Lo que he sacado en limpio de todo esto es que intento aprovechar al máximo a los que tengo a mi lado y con los que aún tenemos la suerte de compartir momentos: familiares, amigos, León, ahora León (misma raza que Copito, claro) Así que procuraré disfrutar de cada minuto que pase con ellos, porque la vida es eso, disfrutar de momentos.

Tampoco sé si existe un cielo o no, no sé si existe Dios o no; solo espero que sea como fuera, en algún lugar y tiempo, Copito me esté esperando moviendo su cola y que yo pueda abrazarlo, porque eso me haría inmensamente feliz. Nadie puede saberlo, o sea que la esperanza de que eso pueda ser así no me la quita nadie. ¿Cómo se puede querer tanto a un animal? ¿Còmo? Gracias Copito por hacerme tan feliz. La gente me dice que le di la mejor vida posible y que fue muy afortunado, puede ser, pero yo sé que el afortunado fui yo. Hasta siempre chico. Un abrazo gigante.

Y discúlpenme la licencia, cosas de la nostalgia...