- Tras el homenaje a Sánchez Prado del pasado día 5 de septiembre, decidí escribir un artículo acerca de la importancia de la despolitización a la hora de crear imaginario.

Sostuve y sostengo que si bien es cierto que la despolitización de una idea, lograr su asunción como algo al margen de posturas políticas, supone su triunfo, la despolitización de una persona puede suponer lo contrario: el triunfo de lo opuesto de lo que esa persona defendía.

Un ejemplo de lo primero sería el capitalismo. La existencia de una sociedad dividida entre propietarios de medios de producción y asalariados, lejos de entenderse como un modelo determinado, como una opción política, se percibe como “lo normal”, fuera de toda posible discusión. Ejemplo de lo segundo serían Nelson Mandela o el propio Sánchez Prado. Tanto uno como el otro son presentados como algo neutral y apolítico. Así, pueden ser reclamados para una causa y para su contraria. Por ejemplo, para defender la memoria o para defender el olvido y el statu quo.

Desde la derecha del PP, también se ha escrito sobre este tema. Dos de sus habituales columnistas, Carlos Rontomé y Juan Carlos Trujillo, no han dudado en oponerse a quienes hemos pretendido aportar otro punto de vista, algo crítico, acerca del tratamiento de la figura de nuestro alcalde más famoso.

El primero, en su artículo “Viviendo del pasado” nos regala, antes de centrarse en Sánchez Prado, una particular apreciación sobre el debate de investidura de hace un par de semanas, a saber, que se quedó “con la imagen de una chaval de la facción separatista catalana vistiendo un traje negro mussoliniano en la tribuna de oradores largando sobre Yagüe, la matanza de Badajoz y la cuneta sobre Lorca”. No voy a decir nada sobre el hecho de utilizar un despreciativo y arrogante “chaval” para referirse a un representante electo del pueblo catalán. Tampoco voy a entrar en un análisis acerca de lo acertado o no del discurso de Gabriel Rufián (el “chaval”).

Quiero llamar la atención sobre eso del “traje negro mussoliniano”. Es obvio que en ningún caso se le hubiera ocurrido al señor Rontomé hablar de Benito Mussolini a partir de un simple traje negro si quien lo hubiera portado hubiese sido alguna de las señorías del Partido Popular. Tampoco es extraño en alguien tan dado a las etiquetas gruesas y disparatadas. Si la ropa de Esquerra Republicana da para asociaciones con los fascistas italianos, Podemos es, sin matices, “un partido claramente estalinista”. Eso comentó en una tertulia del diario Ceuta Actualidad. Creo que se debe esperar algo más de rigor por parte de un profesor de Ciencia Política.

El hecho de apelar continuamente a sofritos basados en mezclas imposibles de bolivarianismo, ETA, fascistas, nazismo, separatismo, camboyanos y cualquier otra encarnación del mal tiene un solo objetivo político: negar la palabra al adversario. Si el adversario es un delincuente, un terrorista, un demonio, nada de lo que diga será escuchado. De hecho, al hablar de Sánchez Prado, y por extensión, de la República, nuestro politólogo recurre al mismo método de criminalización.

Mostrando en un principio una aparente incomprensión acerca de lo que ha podido molestar del reconocimiento municipal del día 5 (“Se ha criticado profusamente tal iniciativa precisamente por aquellos que en teoría apoyaban el reconocimiento”), Rontomé no tarda en reproducir el relato que los vencedores de la Guerra Civil construyeron en referencia a sus adversarios derrotados. “Sánchez [Prado] fue un hombre de izquierdas de su tiempo y por lo tanto escasamente democrático, que se fue radicalizando hasta militar en el Partido Comunista y que entendía la República como un medio y no como un fin en sí misma”. Una afirmación en perfecta sintonía con otra del mismo texto: “No pueden admitir que un partido de derechas haga tal acto porque esto rompe el esquema de víctima y verdugos”.

Acabáramos. Lo que molesta a los “moderados” como Rontomé es que, ante la manipulación y las mentiras de cuarenta años de dictadura y el olvido de otros tantos años de democracia, ahora se pretenda reconocer que por supuesto que en nuestro país, como en el resto de Europa, hubo víctimas (los demócratas que defendieron la ley y la República) y verdugos (quienes con las armas impusieron un régimen de terror).

Para ocultar esta verdad histórica, para repartir culpas, es necesario, ante la imposibilidad de negar el carácter criminal de aquellos a quienes en realidad se está defendiendo, acusar de lo mismo a los adversarios. Decir que Sánchez Prado y que la izquierda republicana no eran demócratas supone, de manera implícita, una justificación del golpe de 1936. Como he mencionado, la reproducción del relato franquista: “Hubo que dar el golpe porque quienes ganaron las elecciones iban a acabar con la democracia”.

Debo reconocer que es de agradecer la sinceridad de Carlos Rontomé a la hora de expresar su opinión política sobre Sánchez Prado. Muchos de sus compañeros de filas no se atreven a hacerlo, como en el caso de Juan Carlos Trujillo, quien, empleando cuatro párrafos para lo que podría decirse en una línea y media, nos recuerda que “Sánchez Prado es patrimonio de todos los ceutíes, le pese a quien le pese”. Por supuesto. Y ese es el problema: que su despolitización hace que incluso quienes siguen sin condenar a sus asesinos y continúan echando basura sobre todo lo que Sánchez Prado fue y defendió tengan la cara de reivindicar su memoria y su ejemplo.

Se habrá hecho justicia con la memoria cuando el Partido Popular no se limite a arrancar de la República a las figuras que convenga, sino cuando el reconocimiento a un republicano suponga el reconocimiento a todos los republicanos, a la causa de la República. A la democracia y a sus héroes, todavía hoy enterrados en cunetas de tantas carreteras a lo largo y ancho de todo el país. Cuando dejen de decirnos que querer cerrar las heridas es querer abrirlas.