Tras lo acontecido en Ferraz en los últimos días, Pedro Sánchez parece adquirir un cierto aire de héroe solitario. Frente a quienes se disponen a terminar con los últimos coletazos de socialdemocracia existente en el PSOE, un apuesto Secretario General, guardián de las esencias, resiste atrincherado en su defensa de los principios de la izquierda. Nada más lejos de la realidad, en mi opinión.

Conviene no olvidar que si hoy día no tenemos un gobierno progresista alternativo a las políticas del Partido Popular (del azul o del naranja) es gracias al nulo compromiso de Sánchez y los suyos con los valores que dicen representar. No nos engañemos: ninguna de las dos facciones que se están enfrentando apuesta por la defensa de los derechos sociales frente a la dictadura del poder financiero.

Por un lado, están los que, siendo conscientes del nuevo escenario, asumen que el sistema del turno es historia y que toca arrimar el hombro junto al PP, vía abstención o vía acuerdo. Por el otro, la gente de Sánchez, los que continúan tomándonos el pelo y siguen llamando a Ciudadanos “fuerza del cambio”. Son conscientes de lo que es Albert Rivera. Saben muy bien que es absurda la idea de un acuerdo entre Podemos y la muleta del PP. No buscan un gobierno alternativo, sino unas terceras elecciones que, aprovechando el hastío y el cansancio ciudadano, puedan devolvernos a un pasado bipartidista en el que no sea necesario que el PSOE se manche para que gobierne el PP.

En su análisis para el diario El País, Jorge Galindo presenta el caos del Partido Socialista como muestra de algo mucho más profundo: la crisis de identidad de la familia socialdemócrata a nivel europeo. Dentro del PSOE, esa crisis se expresa a través del dilema sobre cómo evitar el ascenso de Podemos. En esta lucha, no hay ningún defensor de una alternativa al poder, sino dos vías diferentes, gran coalición y bipartidismo, hacia una misma restauración consistente en la obediencia ciega al dogma neoliberal de la mal llamada austeridad.