FRONTERA

La silenciosa agonía de los polígonos del Tarajal: “Se han olvidado de nosotros”

La silenciosa agonía de los polígonos del Tarajal: “Se han olvidado de nosotros”
Un vehículo quemado en la entrada del Polígono de La Chimenea
Un vehículo quemado en la entrada del Polígono de La Chimenea

Una furgoneta calcinada recibe a los escasos visitantes en la entrada del polígono de la Chimenea. Es el único vehículo aparcado en los alrededores. Un poco más arriba, en el aparcamiento, la misma escena. El único vehículo estacionado está calcinado, augurio de lo que espera dentro:. Calles desiertas, paléts abandonados, embalajes marchitos. Solo un puñado de locales siguen abiertos, poco más de una veintena de las cerca de 500 naves de los polígonos del Tarajal. Hace apenas un año, este entramado de almacenes era un caos de porteadores, fardos y mercancías desparramadas por el suelo. Hoy parece un escenario post apocalíptico. Lo que, en cierto modo, es lo que es. 

Los empresarios y comerciantes que aun sobreviven en los polígonos del Tarajal  se sienten olvidados. Ahogados por el cierre de la frontera y, por si fuera poco, sitiados por la obra de la N354, que hacen muy difícil llegar hasta las naves. “La gente da por hecho que esto está cerrado, que las naves están cerradas, pero no es verdad, estamos aquí, se han olvidado de nosotros, se ha ido el porteo y creen que se ha acabado el Tarajal pero no es así, aquí hay más que el porteo”, clama Mohamed, empleado de un almacén de menaje que reabrió en julio y no sabe cuánto más aguantará.

Los polígonos del Tarajal, hasta hace nada “el pulmón económico” de Ceuta, han vivido su propio Apocalipsis en el último lustro. Primero a cámara lenta, después, de sopetón. Tras años de avalanchas, muertos, bloqueos de la frontera y todo tipo de problemas a ambos lados del viejo puente del Biutz, (aquella jaula para porteadores), en marzo de 2017 se abrió el nuevo paso de mercancías de Tarajal II. Nuevos accesos, nuevas normas que erradicaban el porteo a hombros y obligaban al uso de carritos y limitaban el peso, seguridad privada regulando el tránsito, controles fiscales… Un intento de civilizar el porteo que duró poco. Muy poco si se compara con la inversión millonaria y el esfuerzo realizados. Treinta meses después, en otoño de 2019, Marruecos cerraba su lado del Tarajal II alegando la necesidad de realizar obras en sus instalaciones. Era la excusa para no volver a reabrirlo, descubriendo por fin sus verdaderas intenciones: acabar con el porteo, un contrabando  hasta entonces considerado de “subsistencia” pero que Marruecos ya no está dispuesto tolerar, alegando perdidas millonarias. La siguiente vuelta de tuerca llegó en febrero, con el veto a la entrada en Ceuta de cualquier tipo de mercancía a través del paso fronterizo. De la estocada final se encargó la pandemia de COVID-19, que obligó al cierre del Tarajal desde el 13 de marzo. 

Hoy, cuatro meses después, atropellados por la pandemia, por la crisis y por el cierre indefinido de la frontera, y, de postre, sitiados por las obras de la N354, los polígonos del Tarajal agonizan en silencio. Un silencio sepulcral. “Se han olvidado de nosotros”, lamenta Dunia, al frente de uno de los escasos locales que resisten abiertos. “La gente viene a cuentagotas”, explica Mohamed, un empleo de un almacén que acaba de salir del ERTE y mira con incertidumbre su futuro. “Aquí el día a día está muy mal, muy poca clientela, la frontera cerrada, la carretera cortada, para venir al polígono tiene que subir la montaña y luego bajarla, si había problemas ahora no hay ni accesos…”, lamenta Rachid, dueño de un almacén de zapatería y complementos. 

Sobre la entrada de la zapatería de Rachid se balancea un desvaído cartel de oferta que sirve de metáfora perfecta. El abrió su almacén en 2005, recuerda en un español precario, y durante diez años fue un buen negocio. “Hasta 2015 estaba bien, venía mucha gente de Marruecos a comprar al por mayor,  pero del año pasado a ahora se ha perdido el 80 por ciento (del volumen de negocio)”. 

“Esto era una mina para casi todo el mundo, cuando hay negocio esto funciona, había de todo, esto parecía una feria, pero ya al final lo único que venía eran solo los porteadores que solo traían basura, no dinero. Esto ya no tiene mucho recorrido”, sentencia Rafael. Su mujer es la responsable de uno de los pocos negocios que parecen funcionar, Almacenes Victoria y él, por cercanía, ha sido testigo del declive de los polígonos. “En esta calle estamos nosotros, alguna vez abre el de la esquina, pero ya nada, la mayoría era alimentación y han cerrado, la alimentación era casi el 90 por ciento de lo que había. Este de aquí hace ya cuatro meses que no abre, ese está en ERTE…”, describe, señalando a su alrededor. “Aquella nave de allí traía todos los días ocho o diez trailers de almendras y productos de ese tipo y ahora todas las semanas saca dos o tres camiones pero para llevarlos por Tánger y tampoco lo puede fiar mucho, que allí la cosa está mal, ese hombre ha tenido que tirar lo menos diez camiones de lentejas”.

Rafael avisa: los polígonos del Tarajal son el espejo de Ceuta, su reflejo más fiel. “Esto es igual que Ceuta, una prolongación de la ciudad, esto es el espejo de lo que está siendo ya Ceuta, qué va a haber aquí si la frontera no funciona”, razona, “vamos a ver, el polígono nunca ha vivido de Ceuta , los únicos que quedamos somos los que vendemos al resto, los mayoristas, pero público…Nada. A veces viene alguien te compra cuatro sabanitas, pero cómo mantienes un alquiler… Aquí quién va a comprar. En Ceuta la mayoría son funcionarios, policías y guardias civiles, qué van a comprar, esa gente se van de fin de semana y vienen con las compras hechas, aquí venía la gente de Marruecos y si la frontera está cerrada, pues no viene nadie”.

En la cafetería de los polígonos, habitualmente el mejor escenario para tomar el pulso al día a día, solo hay un dos parroquianos, uno de ellos es Taufi, el dueño. Antes tenía seis empleados intentando dar abasto. Hoy está sólo él y no hay clientes a los que atender. Taufi prefiere no hablar con el reportero. No hay mucho que contar, insiste comprensiblemente malhumorado. Lo único que sí deja meridianamente claro, como todos los entrevistados, es que si de algo se alegra es del fin del porteo. “Solo ha traído problemas”.

Polígonos del Tarajal

Los que sobreviven con admirable resiliencia, como la cafetería, mantienen viva la esperanza. Si reabre la frontera todo puede cambiar. Pero no es el único obstáculo. Los accesos a los polígonos son un verdadero problema. Sitiados por las obras que tienen toda la zona de Tarajal convertida en una trinchera, acceder a los polígonos exige al potencial comprador ceutí a dar un rodeo más que notable. “Hay que venir por la ITV, porque por el otro lado….”, explica Brahim, apuntando a las obras de la carretera nacional, que hacen muy complejo llegar hasta aquí, serpenteando por el circuito trazado para los escasos peatones que van a la playa, rodeados por vallas y zanjas.

Brahim y su compañero Mohamed son dos empleados de otro de los almacenes que se resiste a echar el cierre. Hasta el 1 de julio estaban de ERTE y el futuro es incierto. “Estamos a la expectativa, a ver qué pasa en un mes o dos meses. La información llega como los clientes a cuentagotas y la que hay es mala, esperar, a ver si abren la frontera, a ver si dejan pasar a la gente, a ver si por lo menos llegan turistas”, explica Mohamed. “Estamos temblando”, resume Brahim, “aquí hay 500 naves y estamos nosotros y cuatro gatos más, no llegamos a veinte y a empujones. Y porque tenemos mucha mercancía y tenemos que sacarla, hay que pagar a los proveedores”.

Quienes mantienen a duras penas abierto el negocio, es porque son propietarios de su local, explica Dunia en la puerta del suyo, muy cerca de Tarajal II. Pero siguen pagando la Seguridad Social, los impuestos, el agua, la factura de la luz y la sustanciosa tasa de basura, aunque ya no parezca que venga nadie a recogerla. Pagan también a la comunidad de propietarios, pese a que los servicios que se supone que se prestan, como los baños o la mezquita, estén cerrados o brillen por su ausencia, denuncia indignada. “Mira cómo estamos, no viene nadie a decirnos cómo vamos a sobrevivir”, se lamenta. “Y además nos ponen ahí a la gente de Marruecos, que no nos molestan, pero ni nos lo dijeron, y la gente ya no viene y perdemos clientes, y que eso es un almacén, eso tiene que ser horrible, eso no es normal para unas personas…”.

La nave cedida por Bentolila para albergar a los marroquíes transfronterizos que aún siguen atrapados en Ceuta por el cierre de la frontera es ahora la única zona viva de los polígonos. Tendales improvisados con la colada al sol, chavales jugando al fútbol y un grupito de hombres dando cuenta a mediodía del enésimo porro, a cobijo de la sombra que ofrece el muro de Tarajal II por el que antes desfilaban miles de porteadores y que ahora ocupan solo restos de embalajes olvidados, como los inmigrantes transfronterizos con los que comparten este desolador paisaje. 

Trasladados aquí desde el polideportivo de La Libertad, los problemas que suponían han quedado olvidados, como ellos mismos. Exiliados al borde la frontera ya no molestan a nadie. O casi nadie. Hamido, vecino del conocido como edificio de los maestros, el único bloque de viviendas del Tarajal, no opina lo mismo. “Por la noche no paran, gritos, peleas, toda la noche bebiendo vodka, mira ahí están ya”, apunta, señalando al grupo de hombres que comparten canutos y sombra. “Y la policía no hace nada”, lamenta. Y eso que si no fuera por eso, la vida en este bloque es ahora mucho más apacible, admite, sin porteadores, ni tumultos ni el caos circulatorio que rodeaba sus vidas. En eso sí han salido ganando, reconoce. “Y la playa”, añade. Y la playa, cierto. La playa del Tarajal es, hoy por hoy, la única buena noticia del cierre de la frontera. Sin porteadores ni apenas tráfico, la playa del Tarajal luce limpia y apetecible, con solo un puñado de bañistas disfrutando de un espacio que hasta hace nada era casi un basurero a la orilla del mar. 

Todo lo demás parece detenido en la nada. Una enorme herida en reconstrucción, un pedazo de Ceuta que no termina de cicatrizar. Y en medio de todo ello, un puñado de supervivientes asistiendo en primera fila a la muerte lenta de un modelo económico, conscientes de que ya nadie se acuerda de ellos. “Se han olvidado de nosotros”.

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