El Príncipe reprocha a las instituciones su pasividad ante su “peligrosa deriva”

El Príncipe reprocha a las instituciones su pasividad ante su “peligrosa deriva”

-“Somos el ‘cepillo’ de Ceuta ante la UE”, dice un vecino

-El vecindario alerta de la “inseguridad creciente” en la zona

-Basureros, barrenderos, carteros y asistentes sociales son “la única” presencia institucional cotidiana en la barriada

-“Antes se mataban entre ellos. Si no tenías nada que ver, no tenías nada que temer”, dice Ahmed

-El vecindario aprecia una involución en la barriada: “Estamos peor que nunca”, lamentan

-El Príncipe “no ha notado” la crisis. Es la ‘teoría Lomana’: el pobre está acostumbrado a serlo


En el Príncipe no se ha notado la crisis, dicen los vecinos entre sonrisas sarcásticas en los cafetines. Se aplica la teoría de Carmen Lomana, la de que los pobres no la sufren tanto porque ya están acostumbrados a no comprar. A no soñar. En el Príncipe no hay escaparates. A cuatro kilómetros del centro de la ciudad autónoma, entre sus cientos de callejuelas, se pueden retroceder diez, veinte, treinta años en un minuto. Y, si eres foráneo, o sea, de los que viven su vida de las Puertas del Campo hacia la Almina, no ver ni una sola cara conocida en horas. Porque al Príncipe no sube nadie más que por obligaciones profesionales o familiares y quienes residen allí lo entienden.

“La gente no es tonta, ¿a qué van a venir aquí?”, preguntan al periodista con resignación. Lo dice Abdelmalik, 35 años, nada de fotos, porque en el Príncipe nadie quiere salir en las fotos. Ni los niños. ¿Para qué? Huele a café, té, pesimismo y desconfianza.

“Aquí vienen los barrenderos a donde les mandan, a las calles principales; los que recogen la basura a las siete de la mañana; los policías nacionales a plena luz del sol; el agente de la Local del polifuncional; las asistentes sociales y el cartero”, enumera con afán de seriedad, a su lado, Mohamed, cuando se pregunta a la tertulia por la presencia institucional, en forma de servicios básicos, que hay en la barriada de forma cotidiana.

Porque subir, suben también, claro, todo el mundo lo sabe, quienes encuentran allí hachís, y por ahí se llega a la delincuencia, a la violencia, a la inseguridad. A lo de siempre.

O no tan a lo de siempre. “Estamos peor que nunca”, completa un tercero que prefiere no dar su nombre. Sus compañeros no le desmienten. Mohamed, que ronda los treinta, recuerda perfectamente su pubertad, justo antes de que le saliera bigote, y a sus vecinos cristianos. A Carrasco, a Luis, a María...

Empezaron a irse en los setenta, conforme se iban construyendo viviendas protegidas en otras barriadas. El proceso se aceleró en los ochenta y en los noventa, en los años de plomo de la que dio en llamarse ‘la pequeña Sicilia’ ya no quedaba ninguno.

Sin embargo, ni entonces había tanto miedo. “Se mataban entre ellos”, recuerda Ahmed. “Si no tenías nada que ver, no tenías nada que temer”, apostilla. Hoy ya no es así. Hace pocos meses, en uno de los cafetines más conocidos de la barriada, un encapuchado enfundado en un chaquetón militar irrumpió pistolón en ristre. “Un susto de muerte”.

“En pleno día se escuchan tiros, con los niños jugando a unos metros... ¿y qué les vas a decir?”, se pregunta, mitad desolado mitad iracundo contra quienes meten en el mismo saco de los bárbaros a toda la barriada. “Aquí hace falta policía, una Comisaría, pero de verdad, no como la de Los Rosales”, reclama Abdelmalik. Mano dura. Y agentes por las calles, “que para eso les pagamos, también nosotros con nuestros impuestos, que no pretendan que los vecinos detengan al delincuente y después les llamen para que se lo lleven”.

La inseguridad, consideran en el vecindario, es la hija de la madre de todos los problemas, a la que identifican en el “abandono” institucional. “Un gueto es un gueto, es esto, y se construye a propósito, dejando crecer los problemas hasta que son incontrolables”. Según el relato ciudadano de los hechos, las cosas en El Príncipe fueron, muy resumidamente, así: se fueron los cristianos y la barriada se quedó en manos de la delincuencia organizada; tras ella, cuando delinquir se convirtió en la única o en la más viable forma de sobrevivir, el caos.

¿El futuro?: “Negro”

En la última mesa del cafetín se pregunta por el futuro. “Negro”. Los jóvenes de la barriada, que son muchos, que estudian una carrera “se pueden contar con los dedos de una mano”. Y los más pequeños hablan español “cada vez peor”. No lo practican. En el Príncipe no hace falta el castellano para casi nada. Sin salidas laborales ya ni en el Ejército, en cuyas plazas sí ha hecho mella la crisis, sólo queda el submundo.

“El que entra en el Plan de Empleo, que al fin y al cabo son seis meses cada dos años, es un privilegiado; el resto hace sus ‘chapús’, baja a la frontera a ver qué pilla, compra ropa falsificada en Marruecos e intenta llevarla a la Península, ‘pasa bolas’ [de hachís]...”, hilvana Ahmed, quien advierte de que “sin justificarlo, se entiende”. “Vamos, peligrosamente, a la deriva”, cierra.

“El que consigue un trabajo, en cuanto puede, se va, y es normal”, dicen al otro lado de la mesa. No hay noticias de nuevos negocios regulares en la barriada. Lo que hay data, aseguran los contertulios, de los años ochenta y más atrás.

Y parte de lo que hubo desapareció, como el antiguo mercado. “Quién va a montar un comercio, a pagar impuestos, a ajustar beneficios, cuando ve que ante su puerta se ponen las marroquíes a vender por la mitad de precio y con mayor ganancia”, espetan antes de virar hacia otro tema recurrente, el de las viviendas y su legalización.

“¿Cuántas veces se ha hablado de eso en el Pleno?”, interrogan al extraño. Muchas. “¿Cómo nos pueden decir que el Príncipe ‘viejo’ es ilegal? ¿O las ‘casas nuevas’? ¡Si el Ejército les dio los solares a los antiguos regulares, si son viviendas protegidas de los años cuarenta! ¿Cómo puedes estar pagando años el Catastro y el resto de impuestos y que después te digan que la casa no es tuya?!”, crece la indignación.

El ‘cepillo’ ante la UE

“La delincuencia se ha convertido en la forma de vida, a veces hasta en la forma de encontrar trabajo”, añaden. Por surrealista que le parezca al periodista los que le rodean afirman que la distribución, por múltiples cupos para colectivos vulnerables, de una parte significativa de los Planes de Empleo y otras iniciativas laborales o formativas, lleva a algunos menores al círculo vicioso con la esperanza de “meter la cabeza en algún sitio”.

¿Y la construcción de la nueva cárcel, que dicen dará trabajo, en el patio trasero de la barriada, a 400 personas? “Al menos la mitad serán empleos cualificados, y los cursos que da aquí Procesa no llegan a tanto; del resto, entre los compromisos de unos y otros, si veinte vecinos consiguen empleo...”, suspira Abdelmalik, que actualmente limpia cunetas en el Plan de la Delegación.

Y el Plan Especial del Príncipe, ¿qué tal?, se cambia de tercio. “Se ha mejorado algo, pero no lo suficiente”, reconoce Ahmed, el más optimista. A su alrededor crecen las protestas. “De todos los millones que se hablan no llega ni el 25%; el resto se queda en los sueldos de los técnicos, en los proyectos, en los trámites... Somos el ‘cepillo’ de Ceuta ante la Unión Europea e interesa que sigamos así para poder sacar dinero”, denuncian, recelosos de todo, de las instituciones, de los partidos, de los sindicatos, de las asociaciones (“chiringuitos”)...

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