No es ningún secreto que la Operación Paso del Estrecho está atravesando uno de sus momentos más taciturnos desde que se tienen registros. La estampa de este 2023 contrasta sobremanera con la coyuntura previa a la llegada de un tal 'coronavirus', cuando los viajeros se contaban por miles y los colapsos eran la tónica habitual durante la temporada estival.

Como cada curso, la Delegación del Gobierno dispuso en junio -en connivencia con la Ciudad y la Autoridad Portuaria- un dispositivo especial con el que hacer de la movilidad un mero trámite tanto para residentes como para foráneos. No es que los esfuerzos de la Administración hayan sido en vano, ni muchísimo menos, pero tampoco es descabellado decir, a tenor de las estadísticas oficiales, que Interior se ha pasado un poco de frenada.

Muy a diferencia de lo que ocurría año sí año también antes del estallido de la pandemia, el puerto y El Tarajal han estado sumidos durante la práctica totalidad de este verano en una quietud bastante impropia de una OPE. Los tiempos han cambiado, sí, pero hay cosas que nunca lo hacen. Tomar café es una de ellas. Hacerlo antes de subir a bordo del ferry, otra.

Pese a que el flujo de desplazados está muy lejos de ser el que era hace, por ejemplo, una década, todavía hay que guardar cola -más faltaría- antes de comenzar a surcar las aguas del Estrecho. Para mayor gloria de los esperadores, la tienda de comestibles del parking de preembarque sigue funcionando a pleno rendimiento. Hay quienes, aprovechando el parón, optan por matar el tiempo dándose a la cafeína por última vez antes de emprender el camino de vuelta al viejo continente.

Para muchos, es insignificante; para otros, casi invisible. Sea como fuere, allí sigue: la popularmente conocida como 'cafetería del puerto' continúa en pie, mas no ajena a la realidad y los pormenores actuales. Hamadi Amar es la persona encargada de regentar un establecimiento que atesora nada menos que treinta años de servicio. El empresario habla desde la experiencia cuando dice, tajante, que "ya no hay OPE". "La OPE que yo he conocido no tiene nada que ver con lo que hay hoy en día", aseguraba.

Amar tiene en nómina a cinco trabajadores, cinco infatigables valientes que, jornada tras jornada, dan lo mejor de sí mismos para hacer del comercio un lugar de descanso para las familias, un remanso de paz en medio del estrés propio de un viaje intercontinental. Es cierto que, antaño, el número de asalariados fue algo superior al de este infructuoso 2023. Las circunstancias, no en balde, hicieron del recorte de personal un movimiento casi menester.

La tienda de Hamadi recuerda a los clásicos negocios de barrio de esa mal llamada 'España profunda'. En ella, el gestor vende de todo: papel higiénico, servilletas, bebidas, hielo, yogures... En definitiva, "todo lo que puedan necesitar los clientes". Aun contando con un catálogo de productos verdaderamente extenso, "lo que más se vende es el café". Para llevar, en vaso de cristal o en taza: el consumidor tiene la última palabra.

No son pocos los que secundan la errónea teoría de que todos los cafés son iguales. El que escribe estas líneas -cafetero asiduo- puede afirmar con suma rotundidad que el que Hamadi sirve en su local tiene un sabor y una textura verdaderamente exquisitos. "El café que tenemos aquí no lo tiene absolutamente nadie en el centro", garantizaba el comerciante, dejando entrever que dispone de algún tipo de fórmula secreta al más puro estilo Coca-Cola.

Así las cosas, mientras los más pequeños corretean y se divierten a la espera de reanudar su periplo hacia casa, los mayores emplean su tiempo en desconectar. Café en mano, los cabezas de familia se resguardan del sol durante un breve lapso que, en ocasiones, se antoja del todo necesario para recargar pilas. Por tan solo euro veinte, los desplazados que así lo deseen pueden darse el gustazo de liberar tensiones con azúcar o con sacarina. "Hay quien se queja de que he subido el precio. ¿Cómo no hacerlo con lo caras que están la luz y la leche?", argumentaba Amar.

Lamentablemente, las cosas no están yendo todo lo bien que deberían. Por desgracia para Hamadi, su establecimiento lleva largo tiempo de capa caída. "La espera de los coches en la explanada es mínima", aducía. Frente a los "dos días" que estos pasaban en tiempos del comercio atípico, hoy por hoy, la estancia en el lugar a duras penas rebasa los sesenta minutos. Para apoyar su tesis, el minorista recurre a la abrupta caída en la venta de bocadillos: "Hemos pasado de vender 2.000 al día a poco más de 200".

Hamadi dice estar "convencido" de que "Ceuta está pagando las consecuencias de que los viajeros tengan que esperar catorce o quince horas en la zona de embolsamiento y otras catorce o quince para cruzar de vuelta a España". "Al final, acaban perdiendo dos días de vacaciones", lamentaba. Visto así, no es de extrañar que los europeos de origen magrebí prefieran regresar a Marruecos a través de Motril o Tarifa (¿quién no lo elegiría?). "Últimamente, vivimos de atender al personal del puerto: guardias civiles, policías nacionales y portuarios, operarios de limpieza... Estamos intentando reinventarnos", concluía el comerciante.