Daba gusto ver jugar a Barkero, sutil, elegante, activo, inteligente. Y solo con una pierna, la izquierda. La otra le apoyaba en el suelo. Y daba gusto ver correr a De Marcos como si disputara series de 100 metros cada tres o cuatro minutos. Unas para atrás, para frenar las acometidas del rival; otras hacia adelante, para romper defensas y asustar porteros. Se veía lo primero, lo de Barkero; se notaba lo segundo, lo de De Marcos. Barkero era el artista; De Marcos, el jefe. Por eso parecía que el encuentro era del Levante cuando en realidad lo tenía el equipo de Bielsa agarrado del cuello, del ánimo. Más aún cuando a los 10 minutos un córner de Susaeta lo cabeceó en el punto de penalti Amorebieta como quien se levanta del sofá para empujar un balón lanzado por su sobrino.