Mahersa


Atraqué allí por casualidad. Me llamaron un miércoles para que empezara a trabajar el jueves. Fue rápido. El horario era terrible: salidas a las dos de la madrugada, entradas a las ocho de la mañana, dos días trabajando y uno descansando sin importar las fiestas… pensé que un dinero extra nunca viene mal, al fin [...]

Atraqué allí por casualidad.

Me llamaron un miércoles para que empezara a trabajar el jueves. Fue rápido.

El horario era terrible: salidas a las dos de la madrugada, entradas a las ocho de la mañana, dos días trabajando y uno descansando sin importar las fiestas… pensé que un dinero extra nunca viene mal, al fin y al cabo sólo sería un mes de estrés.

Me vi en un puerto de yates de lujo y gente con suficiente dinero como para pagar la estancia de los barcos frente a una maquinaria de un parkin tercermundista. Gente que gritaba y exigía, con un contramaestre que daba órdenes absurdas… yo sabía que andaba de paso, que no tenía que pensar, que era mecánico y lo único importante era pasar las horas con alegría y que la caja cuadrara….
Estaba allí para ganar dinero. No era una ong, ni hacía feminismo.

Al primer compañero que conocí fue a Julio, me reía con él, se empeñaba que fuese a comer, desayunar o lo que tocara, me repetía mi derecho a media hora de descanso. Yo le preguntaba por el convenio y él me decía que hacía demasiadas preguntas… a los diez días de andar por allí lo echaron. Me pareció extraño que despidiesen al enlace sindical. Mientras el contramaestre, un señor con frenillo y acento portugués valenciano, decía que las cosas tenían que cambiar.

Con Jesús me reía mucho, siempre se enfadaba con Mustafa por no rellenar el parte, eran enfados de amigos antiguos,  me traía pastelitos por la tarde y si andaba perdida en medio del caos de las máquinas acudía a mi encuentro. Arrastraba una depresión desde que un usuario le partió la cara por hacer su trabajo, aquella tarde tenía cita con el sicólogo y el contramaestre no lo dejó ir…

Mustafa era el intelectual del grupo, una Ingeniería sin acabar, una vida complicada lo convirtió en marinero, se leía todo lo leíble y hablábamos de filosofía y de música. Le dio una bajada de tensión aquel primer día de Ramadán que andábamos a cuarenta grados a pleno sol, pero no dejó de atender a los barcos, ni de preocuparse por mi a pesar de la sed y el calor… lo vi estallar aquella otra mañana , derrumbado perdido, sintiéndose acosado, ingresó en urgencias con una terrible crisis de ansiedad./

Jose andaba recuperándose de una agorafobia, era un hombre tranquilo que siempre me hacía reír, traía su portátil para ver programas del corazón y me contaba como con dieciocho años empezó en el CAS. Limpiaba con el zalabar los pantalanes y podaba las adelfas de la manera menos ecológica que he conocido.

Juanjo era el más serio, era un exmilitar hecho marinero, marcial y cuadriculado que lloró como un niño cuando despidieron a su mejor amigo. Un hombre tierno que disimulaba más que nadie su ternura.

Después llegaron los nuevos: Alí con quien compartí harera y charlas del Islam, Ismael, tan joven y tan responsable, Larbi tan preocupado por el paro…

Todos tenían miedo al despido. Todos tenían, tienen hijos e hijas que criar, todos estaban permanentemente vigilados por un contramaestre que le costaba pedir por favor y dar las gracias… Todos trabajaban a cuarenta grados en agosto y en Ramadán.

Lo que tenía que durar un mes se prolongó tres. No anduve mal allí, tuve los mejores compañeros.

Hoy leo en Ceuta al día lo que anda pasando.

Lo sé, así que esta entrada va por ellos, les debo la verdad que vi, les debo decir lo que pienso y les debo seguir siendo honesta a pesar del paro, de las crisis, de los miedos.



Posted originally: 2010-11-16 00:42:28

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