Aquel roble


Aquel roble
Bebí mi primera cerveza encaramado a un roble. Nunca me supo mejor.
Cuando unos dormían la siesta de verano y otros salían a segar y empaquar la hierba dorada de agosto, Josemilio y yo nos colábamos a hurtadillas en la bodega de Jeremías, uno de los que debía sacrificar la siesta trabajando en el prao y a la postre el alcalde del pueblo. Entre los sacos de harina guardaba las cajas de San Miguel para refrescar el gaznate a la sombra del tractor. Uno vigilaba, el otro se hacía con el botín.
Recuerdo el tacto frío del botellín bajo la camiseta, el tintineo delator; el tonto latir del corazón tras la fechoría; la carerra hacia el bosque, donde la hierba dejaba paso a los robles. Nuestro escondite a cielo abierto.
Nuestro árbol era el primero, el primero de miles. Nacía donde moría el pasto, al pie del camino que descendía hacia las faldas de robledal. Un roble albar maduro pero estilizado, recostado en los restos de un muro de piedras y que ofrecía sus ramas para trepar. Nos acomodábamos en uno de los recovecos de sus ramas y allí saboreábamos la travesura, como un Tom Sawyer trepador.
Y escalábamos hasta asomar la cabeza sobre la copa. Y nos mecíamos con el viento, desafiando la elasticidad de las ramas, como una hoja más.
Y cada cerveza era una aventura.

Bebí mi primera cerveza encaramado a un roble. Nunca me supo mejor.
Cuando unos dormían la siesta de verano y otros salían a segar y empaquar la hierba dorada de agosto, Josemilio y yo nos colábamos a hurtadillas en la bodega de Jeremías, uno de los que debía sacrificar la siesta trabajando en el prao y a la postre el alcalde del pueblo. Entre los sacos de harina guardaba las cajas de San Miguel para refrescar el gaznate a la sombra del tractor. Uno vigilaba, el otro se hacía con el botín.
Recuerdo el tacto frío del botellín bajo la camiseta, el tintineo delator; el tonto latir del corazón tras la fechoría; la carerra hacia el bosque, donde la hierba dejaba paso a los robles. Nuestro escondite a cielo abierto.
Nuestro árbol era el primero, el primero de miles. Nacía donde moría el pasto, al pie del camino que descendía hacia las faldas de robledal. Un roble albar maduro pero estilizado, recostado en los restos de un muro de piedras y que ofrecía sus ramas para trepar. Nos acomodábamos en uno de los recovecos de sus ramas y allí saboreábamos la travesura, como un Tom Sawyer trepador.
Y escalábamos hasta asomar la cabeza sobre la copa. Y nos mecíamos con el viento, desafiando la elasticidad de las ramas, como una hoja más.
Y cada cerveza era una aventura.

Posted originally: 2009-05-22 23:39:00

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Aquel roble


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