Algo pasa con Sergio García, y no sólo en
Augusta, su habitual sillón de las pesadillas. El Niño ha dejado de divertirse jugando al golf, ha perdido la alegría de saltar al verde y recorrer hoyos, quién sabe si el hambre después de más de 10 años en la élite en busca de un grande que no ha llegado. El castellonense era ayer la imagen de la desesperación después de entregar una
tarjeta de seis golpes sobre el par -los 78 son su segunda peor marca en Augusta- y marcharse forrado con +10.