En solo 40 años de historia, los videojuegos han sufrido un extraordinario proceso de maduración. Han pasado de ser un entretenimiento minoritario para niños y jóvenes a convertirse en un fenómeno de masas que seduce a todas las edades y que mueve tanto o más dinero que la industria del cine, con la que rivaliza por la hegemonía del ocio moderno. "Había una realidad antes de los videojuegos, y otra muy diferente después de ellos", escribe Peter Molyneux, uno de los grandes visionarios del medio y autor de clásicos como
Populous,
Theme Park y
Fable, en el prefacio del libro
1001 videojuegos a los que hay que jugar antes de morir (Grijalbo). El volumen, de casi mil páginas, reúne los juegos que a juicio de Tony Mott, redactor jefe de la revista británica
Edge, considerada como la
biblia para muchos jugadores y con fama de tener a los mejores analistas en nómina, han aportado algo significativo a la evolución del ocio electrónico.