No fue un niño prodigio. No era un gran instrumentista. No tuvo una gran formación. Comenzó como director de orquesta con pequeñas agrupaciones de provincias. No era un gran director, ni tampoco destacaba mucho como compositor. Su sueño era triunfar en París, como su compatriota judío Meyerbeer, escribiendo «grand ópera» al estilo francés. Sus actividades revolucionarias le convirtieron en un proscrito, pero también sus deudas.
Tenía que huir constantemente
de una ciudad a otra para no ir a la cárcel, y así viajó a París (1839-1842) a probar fortuna. Una tormenta sacudió este viaje a través d...