Atracan a punta de pistola un salón de juego en Hadú

Atracan a punta de pistola un salón de juego en Hadú
Los atracadores no dudaron en imponerse mediante sus pistolas

- Se llevaron unos 3.000 euros de la caja y algunos móviles de los clientes

- Toda la escena quedó recogida en las cámaras de vídeo del local

- El atraco se realiazó a la hora a la que comenzaba el Encuentro


A la hora en la que medio país se congregaba ante la televisión para ver el fútbol y media ciudad se encontraba contemplando el encuentro entre la Virgen y el Cristo; a la misma hora en la que decenas de policías concentraban sus esfuerzos en abrir paso a las imágenes y mantener en calma a los miles de fieles que se agolpaban en el entorno de la Plaza de África para acercarse lo más posible a los pasos y tener la mejor visión posible del momento; alrededor de las nueve de la noche del martes, tres hombres, encapuchados, con guantes para no dejar huellas y revólver en la mano, entraron en el salón de Juegos ubicado en la calle Teniente Coronel Gautier, en Hadú, a escasos doscientos metros de la sede de la Guardia Civil, para atracarlo. “A la hora clave, cuando no había ni un policía por aquí”, resumía el encargado del local, Abdelhuajed. A las 20 horas, 57 minutos y 28 segundos del martes 26 de marzo de 2013, según la cámara de seguridad del local.

No olvidarán nunca ese instante los diez clientes que jugaban y miraban la tele a esa hora. Reunidos en las tragaperras de la entrada o entorno a la mesa de ruleta, bajo el televisor en el que salían los chicos de Del Bosque, el orgullo patrio, vivieron en primera persona como la vergüenza local les apuntaba con sus pistolas recreando una escena de atraco a gasolinera en el medio oeste estadounidense tantas veces mostrada por el cine de Hollywood o tomada de la realidad por cámaras de seguridad y difundida por los informativos televisivos en los minutos para rellenar.

Cuando lo narrativo con fines de entretenimiento o lo morboso se hace real, el relato que aparece es el del miedo. El de pensar en los cuatro hijos que esperan en casa a que su padre vuelva del trabajo, como le pasó por la cabeza a Abdelhuajed, diez años de encargado del local, y unos segundos encañonado, el martes. Apenas dos minutos y 20 segundos duró el atraco.

Según su propio relato, articulado aún con el miedo y la angustia circulando por el intestino y enviando señales nerviosas al cerebro que se hacían visibles en su rostro, él estaba en la barra. La barra que recibe al que entra con un bar con una nevera de refrescos, nada de alcohol, y una máquina de café. La misma barra en la que mientras Abdelhuajed y sus feligreses rememoran lo vivido instantes antes busca pruebas un operario de la policía científica. “Los vi entrar, a los tres, encapuchados, y enseguida pensé: ‘ya está, vienen a atracar”, recordaba lo vivido el encargado.

Su clic en la cabeza, el que le activó a buen seguro los nervios, le disparó la adrenalina y el nivel de azúcar en sangre, se produjo al ver que los recién llegados llevaban la cara tapada. Tenían algo que ocultar. Fueron las capuchas y no las pistolas que blandían lo que le alarmó en los primeros segundos, los que tardaron en sacar las pistolas.

Esas mismas pistolas con las que a renglón seguido le “encañonaron a cara de perro en la cabeza y todo. Uno saltó la barra, uno se quedó en la puerta y otro entró aquí (por el salón de juego) amenazando a la gente: ‘¡qué nadie se mueva!”. Ninguno de los testigos recordó haber escuchado lo de “esto es un atraco”, cuando aparecen tipos con capucha y pistola hay cosas que se dan por supuestas. O no.

Y es que, al principio, la mayoría creyó que se trataba de una broma. “Al principio creíamos que era broma. Incluso un militar que había ahí, jugando en la ruleta le dijo así chulo al tipo ‘tú, ¿qué?’ o ‘¿qué pasa contigo?’, algo así. Pero enseguida nos dimos cuenta que las pistolas eran de verdad, no de fogueo”, relata uno de los parroquianos.

A los que jugaban, a la mayoría no a todos, les robaron el móvil, al menos un par de teléfonos inteligentes, de los caros, y algunas monedas con las que jugaban. “Es lo de menos. Si me pide la chaqueta también se la doy”, resume otro testigo aliviado porque no haya pasado nada.

A otro, que se encontraba en la máquina de cambio, le quitaron el cubo con las monedas, el atracador lo posó en la mesa de ruleta y finalmente lo dejó ahí. Antes lo obligó a arrodillarse.

Mientras el tercer atracador imponía su caos en el salón de juego, en la barra y el primero vigilaba la puerta previamente atrancada, Abdelhuajed lidiaba con otro que le apuntaba en la cabeza. “Me encañonó y me pidió que le abriera la caja, que si no me volaba la cabeza. Ni me lo he pensado. ¿Qué voy a pensar, con cuatro hijos? ¿Qué se podía hacer?”, hilvana el encargado. En la caja había unos 3.000 euros, según Abdelhuajed

Además del recuerdo químico indeleble del cerebro al encargado le dejaron una pequeña herida en los nudillos. A él, los atracadores se dirigieron por su nombre, según recuerdan los presentes.

Su comportamiento y el de los demás testigos, puede pensar alguien que fue cobarde, pero evitó males mayores. Ni un tiro. Sólo miedo. “Bastante miedo”, recuerda Abdelhuajed haber sentido, y “pensaba: ‘¡Ay Dios mío!’ que no se volvieran locos y hicieran alguna tontería. No pensé que me podían matar, pero sí dejarme inválido”.

La pistola - “grande”, según uno, “mediana”, según otro, “un 38”, según un tercero-, se movía en las manos del atracador del salón de manera nerviosa, sin apuntar directamente, pero moviéndola en todas direcciones, según relatan los presentes imitando el gesto del atracador.

La conclusión de los sufridos atracados es que sus asaltantes son “niñatos” y que “los pillaran y el juez los pondrá en la calle a los diez días y a correr otra vez”. A ellos el susto les durará más o menos, pero el recuerdo traumático, seguro que no lo olvidan nunca.

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