17M

Noche de tensión, temor y pachanga en Ceuta

Noche de tensión, temor y pachanga en Ceuta
Pachangas de fútbol en plena Manzana del Revellín e intervenciones de la policía por toda Ceuta para tratar de poner orden tras la llegada de unos

Hace apenas 9 días las noches de domingo, las de lunes, y la de cualquier día terminaban por el rigor del toque de queda al marcar el reloj la hora bruja en que un día le da el relevo al otro, las doce. Hace apenas una semana, era impensable ver a nadie por la calle paseando sin rumbo por cualquier calle de Ceuta. Pero en la madrugada del lunes, 17 de mayo de 2021, un día que está inscrito ya en la crónica negra de la ciudad, al martes 18, esa era precisamente la imagen habitual casi en cada rincón de la ciudad. Decenas de grupos de los inmigrantes que lograron cruzar desde Marruecos a la Ciudad durante toda la jornada deambulaban como zombies de un lado a otro, sin que la policía pudiera dar de sí para atender los reclamos de vecinos de toda la ciudad, preocupados y con miedo por las escenas que veían y grababan, en algunos casos, al asomarse a su ventana, seguramente guardando la costumbre adquirida durante tantos meses de restricciones.

Este 17 de mayo, la frontera sur, la inmigración y todo lo que conlleva recuperó de golpe y con enorme estruendo el protagonismo que la covid le había robado durante tantos meses. Una pandemia por otra. Decida usted si quiere considerar virus al hambre o al hombre. Para el martes se espera que empiece el desfile de líderes nacionales al calor de la actualidad informativa para lanzar sus mensajes más o menos previsibles: para unos, el hambre; para otros, el hombre. Antes, los vecinos de Ceuta han vivido una jornada de tensión. Una tensión que se agudizó al llegar la madrugada.

El descontrol por el desborde de las vallas fronterizas durante todo el lunes en Benzú y el Tarajal, con al menos 5.000 personas que lograron atravesar los espigones, provocó escenas nunca antes vistas. Una vez entraban, nadie les retenía y llegada la noche, eran cientos, sino miles, los que recorrían sin rumbo la ciudad en busca de un lugar en el que acoplarse, bien para pasar la noche, bien para pasar a la siguiente pantalla. Aunque ninguno parecía tener muy claro cuál era esa pantalla, lo que demuestra la enorme improvisación de la maniobra de entrada masiva en la ciudad. Una vez dentro, casi ninguno parecía saber muy bien qué hacer.

Sobre las dos de la mañana, unos doscientos jóvenes recorrían la carretera del Recinto entre Colón y el Sarchal, de arriba a abajo y de abajo arriba, en grupos más o menos numerosos, acarreando bolsas con ropa o comida, algunos con cartones que se presumían cama, aunque no supieran aún en que suelo la iban a tirar.

La escena se repetía en todos los barrios, en la propia calle Independencia, en la Marina, en el Mixto, en Benítez, en Hadú, en Miramar, en la avenida Cañonero Dato. Cualquier trozo de jardín o similar estaba ya más o menos ocupado a esas horas. Se acomodaban a la entrada del Muelle España, en los Jardines de la Argentina o en el Polígono, donde entendían que tal vez el levante, que ya humedecía cada poro de una ciudad conmocionada, pudiera sentirse menos.

Rebuscando en contenedores un trozo de colchón en forma de cartón o madera sobre el que construirse una cama. Algunos buscaban amigos en la ciudad que les habían prometido darles una noche bajo techo, aunque eso supusiera tener que caminar desde el centro hasta El Príncipe. Otros más desorientados preguntaban a la altura de los Baños Árabes por el CETI.

Allí en los Baños Árabes cerca de las dos de la madrugada, los vecinos la emprenden a gritos con uno de los inmigrantes, ha estado a punto de prenderle fuego a los contenedores. Pasa un coche de la Policía Local y los gritos se dirigen a los agentes para que echen el freno e intervengan. El contenedor no llega arder, los agentes, se reconocen desbordados por la situación, por esta y por todas las que llevan desde que se hizo de noche y ese deambular zombie de los recién llegados ha empezado a provocar altercados aquí y allí, allí y aquí. Los vecinos bajan dispuestos a cambiar el coche aparcado junto a los contenedores de lugar, por si las moscas. Los agentes requieren a Trace para que dé preferencia a esos contenedores que rebosan basura y papel por fuera, con un misterioso cargamento de mecheros.

“En unos 20 minutos estoy vestido de combate”, rompe el silencio acelerado de la noche una voz desde el asiento de un taxi a través de un teléfono. El Ejército ha sido movilizado y aún a la una se van sumando los soldados a sus puestos en los cuarteles como buenamente pueden. La ciudad rebosa trajín y en las ventanas se respira tensión. Circulan vídeos con los agentes de la Policía Local desalojando a un grupo que se ha hecho fuerte en el patio delantero de una casa en Serrano Orive. Un grupo de jóvenes se pelean en medio de Cañonero Dato ajenos al tráfico. Otros 15 parecen esperar el autobús en la misma calle, sin saber muy bien qué hacer. Por el puerto circulan centenares de jóvenes, puede que sean deshumanizados MENA, o puede que no.

En otro vídeo grabado por los vecinos se ve a la Policía Local intervenir en el Colegio Lope de Vega, parece que algunos han intentando saltar adentro del centro para pasar la noche resguardados en él.

Y eso da pie a que también circulen bulos: “La Lili de Hadú ha sido saqueada”, casi seguro que usted también lo escuchó anoche. O “El Juan Morejón ha sido asaltado”. O el Mercadona de la Almadraba o las hordas que ya venían con autobuses pagados por el Gobierno de Marruecos. Nada de eso fue cierto.

A la una de la madrugada, la fachada del popular bazar chino de Hadú era probablemente el único trozo de calle por el que no circulaba ningún inmigrante. No en vano, en frente hay un cuartel de la Guardia Civil. La propia Delegación desmiente asalto alguno al centro Juan Morejón. Tampoco pasó nada en la Almadraba y el Gobierno de Marruecos lejos de fletar autobuses decidió poner pie en pared a la situación sobre las 2 de la madrugada, cuando otro vídeo ya mostraba una barrera de agentes acorazados tras escudos desplazando a la masa que aún guardaba esperanzas de sortear la frontera, y empujándolos hacia Castillejos. Se acabó jauja.

jovenes colchón murallas merinies

En la puerta del campo federativo José Benoliel esperan miembros de la Federación de Fútbol de Ceuta, con su presidente, Antonio García Gaona, a la cabeza. La puerta está abierta, pero allí no ha ido nadie. A Gaona le comunican que ni Protección Civil ni Cruz Roja tienen intención de llevar a nadie allí esa noche. Pero siguen esperando a que el Ejército acuda con camiones a montar carpas que puedan albergar a inmigrantes. Mientras respiran la soledad de la noche húmeda, pasan grupos y grupos de inmigrantes, con cartones debajo del brazo o arrastrando un colchón. Sin rumbo, perdidos, en busca de suelo en el que tirarse, casi seguro sin saber que justo a unos metros hay una puerta que da acceso a un campo de fútbol, mullido, que les espera para acogerles. Pasan de largo mientras las murallas meriníes son testigos de excepción de que a veces tan importante es alcanzar la gloria tras las elevadas almenas como saber qué hacer después con ella.

En Padre Feijó una vecina le tira una cazadora vieja a uno de los inmigrantes después de un diálogo en el que le pide ayuda. Un grupo de chicos, a todas luces menores, se hacen fotos delante de la Iglesia de África. Si no fuera por el relato del día, más bien parecerían turistas que náufragos de la miseria que la pandemia ha impuesto al otro lado de la frontera, recién llegados a la isla prometida de la abundancia.

Y muchos han decidido buscar cobijo directamente ante la autoridad. Una veintena de menores aguardan sentados frente a la Comisaría de Colón. Un joven de unos 30 años, sigue acercando a más de ellos a sumar al grupo, mientras por la acera de enfrente siguen enfilando la cuesta de la calle Santander más y más jóvenes. La propia Policía minutos después disuelve la sentada frente a su puerta. Pero algunos no se arredran y pasan a esperar en la esquina con Padilla. Allí una hora después aparece un balón de fútbol y se hace la pachanga, el rondo, a los pies del teatro de lujo de Álvaro Siza. Y uno no tiene ya claro si está viviendo la realidad o si la realidad se ha hecho función dramática. Encajan muchas grandes obras: la ciudad parece prendida por la pluma de Juan Rulfo y no está claro que la niebla que expande el levante no forme parte del decorado fantasmal. Y probablemente en sólo unas horas, a muchos se les pueda decir aquello de “los sueños, sueños son” cuando con mucha probabilidad sean devueltos por la puerta al otro lado de la frontera que con temeridad sortearon este lunes.

menores en la puerta de comisaria colon

Lo que nadie parecía tener claro esta noche es cómo reconducir la situación. La policía se reconocía desbordada, los vecinos hacían guardia en las ventanas temerosos hasta bien entrada la madrugada y la tensión se respiraba casi en cada esquina. Al margen de algunos incidentes, los propios agentes ya barruntaban que el problema llegará después de la noche, del poco sueño conciliado, del menos sueño alcanzado, y cuando el hambre empiece a aflorar. Quién y cómo guiará esta estampida de rebosante humanidad y restablecerá el orden es un acto de la obra que aún está por escribir y por interpretar.

Lo que está garantizado es que como en toda crisis, tragedia o drama, aparecerán los héroes, los que lo intentarán ser desde los púlpitos y los de verdad. Los que han lidiado desde el primer momento con el problema, estos suelen llevar uniforme, también casacas rojas y acabar agotados y nada dispuestos a ninguna foto que refleje su cansancio tan humano, el físico y el espiritual, porque aún siendo histórico por el número, unos 5.000, en realidad, la función y la obra y ellos en el mismo papel, se lleva representando con gran éxito desde hace años. Tanto éxito que ningún héroe de púlpito y corbata ha tenido el coraje de encontrarle un final adecuado.

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