CRÓNICAS DEL CORONAVIRUS

Día 11 de encierro. Las historias que ya jamás volveremos a contar

Día 11 de encierro. Las historias que ya jamás volveremos a contar
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Frontera del Tarajal cerrada./archivo

Hemos, así, entre todos, echado otro día más abajo, como dirían los antiguos. ¡Y van 11! ¿Quién lo iba a decir? Parecía un mundo cuando entramos en shock el pasado 14 de marzo, cuando todos estábamos pegados a la televisión viendo a Pedro Sánchez anunciarnos que nuestra vida no iba a volver a ser la misma por culpa de un bicho microscópico de origen chino que ha cerrado fronteras en todo el mundo, que ha dado la vuelta por completo a las jerarquías de prioridades. Un virus que ha logrado él solito desde su invisible dimensión lo que no logró la presión de miles y miles de personas para que la austeridad se fuera al cuerno y los estados hicieran de eso, de estados, de sociedad que colectiviza los daños y cuida de los más débiles de la manada, aunque para ello tenga que tocar los privilegios de los más poderosos. Parecía un mundo hace 11 días y ahí están hoy en el Congreso votando para prorrogarnos el encierro otros 15 días más.

Y desde entonces, desde ese 14 de marzo, en nuestro gremio vivimos la excepcionalidad de un momento histórico en la inconsciencia de que muchas de las historias que estamos publicando ya jamás las volveremos a contar. Inconsciencia porque al día, para cualquier periodista, en estos tiempos le faltan horas.

No volveremos a contar que se cerró una frontera y se cerró un puerto y un helipuerto. Ni volveremos a contar que todos los bares y todos los comercios están cerrados a cal y canto. No volveremos a contar que faltan mascarillas y guantes; ni volveremos a contar cada día como si nos fuera la vida en ello el número de enfermos infectados con el dichoso virus. No volveremos a contar jamás que los autónomos han sido tenidos en cuenta para ayudas excepcionales.

No volveremos a contar jamás que las calles sólo las llena el viento. Ni que las ventanas se convirtieron en el muro social en el que a las ocho todos nos expresamos unánimes en gratitud.

No volveremos a contar que las comparecencias de los responsables políticos son telemáticas y sin preguntas. Entre otras cosas porque no lo toleraremos jamás como norma, ni como normal. Aviso por si alguien tiene la tentación de prorrogar ese estado de excepción más allá del estado de alarma. Ni tan siquiera nos parece bien ahora. Nuestras herramientas fundamentales de trabajo son la palabra, como dijo Gabriel García Márquez, y la pregunta.

Cada día, en el momento menos pensado, la realidad nos condena a contar una historia que ya jamás volveremos a contar. O al menos no queremos tener que volver a contarla.

En el día 11 sigue afilándose este estado de alarma. Por fin, alguien ha tenido en cuenta el sinsentido que era para muchos trabajadores y trabajadoras que su pareja no les pudiera llevar a trabajar en coche y se les condenara a tener que tomar un taxi. “Mi marido que lo conozco desde hace 20 años no puedo subirme con él a mi coche, pero con el taxista que no conozco de nada y donde suben decenas de personas no hay ningún problema”, se me quejaba una cajera de supermercado, apenas ayer.

La paranoia alcanza y se expande como el propio virus. Y da igual que se emitan vídeos que expliquen para qué sí y para qué no sirven guantes y mascarillas. “He bajado a comprar a la tienda del barrio y me he muerto de la risa”, me enuncia un amigo. “El de la tienda ha puesto una alfombra empapada en lejía que sí o sí tienes que pisar para entrar, ha dejado en la puerta un bote con alcohol con la recomendación de que te laves las manos con eso antes de entrar”, ¿pero tiene alcohol?, le interrumpo. “Y te obliga a ponerte guantes para comprar”. Deja de hablar y se parte. ¿Pero qué pasa?, le pregunto. “¡Que son microperforados para que la mano transpire!”. Me río con él.

En el centro comercial se han sumado a la lucha contra el cambio climático y como lo único que permanece abierto es el supermercado han decidido mantener a medio gas las luces. El parking se ve sombrío, pero atravesar el pasillo, donde antes había tiendas llenas de gentes, a oscuras contribuye más a la angustia de los días de pandemia. Si todo parece irreal y como un escenario de guerra esa penumbra en una zona comercial refuerza la sensación de vivir el fin de una era.

Las compras telemáticas se disparan. Hay personas que se han tomado esto muy en serio y tratan de evitar cualquier tipo de contacto con el resto de la humanidad para evitar propagar el virus o que se les propague a ellos. Así de pronto, regresando a casa, me topo con un escuadrón de personas de reparto empujando carros de la compra llenos. Van por el medio de la carretera de una de tantas calles vacías en Ceuta. La carretera es suya y no oso pitarles para que me dejen pasar. Reduzco y les sigo paciente como si fueran un vehículo más. Lo son. Simbolizan muchas cosas de esta crisis y son otra historia que jamás volveré a contar.

Día 11 de encierro. Las historias que ya jamás volveremos a contar


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